PASTOR TONY HANCOCK
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Boca, corazón y manos

2/8/2020

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  • Hace algunos días fui a la tienda, y quería averiguar algo sobre un producto. Vi a una persona que parecía estar estivando productos, pero no estaba seguro. ¿Sería un cliente que simplemente comparaba los precios de diferentes artículos? Quería acercarme, pero no me animaba. ¿Sabes por qué me quedé confundido? Porque la persona no llevaba uniforme.
  • Por fin me di cuenta de que llevaba un pequeño gafete en la camisa, y decidí que era trabajador de la tienda. Este pequeño evento me hizo pensar en la manera en que identificamos a las personas por la ropa que llevan. Cuando vamos al doctor, esperamos verlo vestido de cierta manera. Identificamos al policía por su traje. En muchas escuelas, los estudiantes también llevan uniforme.
  • Efesios 4:24 dice que cada creyente debe ponerse el ropaje de la nueva naturaleza. En otras palabras, nosotros también nos identificamos por la ropa que llevamos. Este versículo no se refiere a la ropa física, aunque es bueno vestirnos de manera atractiva y modesta. La ropa que nos ponemos comunica algo a los demás.
  • Pero el ropaje principal, el uniforme del creyente, consiste en su manera de vivir. En otras palabras, la ropa que nos identifica como seguidores de Jesucristo es nuestro comportamiento. Te pregunto: ¿qué tipo de ropa vistes tú? ¿Te identificas como creyente con tu manera de vivir?
  • En Efesios 4:25-32, el apóstol Pablo describe siete características de la nueva manera de vivir. Hoy vamos a considerar cuatro de estas características, y la próxima semana veremos las otras tres. Podemos resumir estas primeras cuatro características con la siguiente frase: Dios nos llama a vivir la vida nueva con la boca, el corazón y las manos.
  • ​Leamos Efesios 4:25-29. Por lo tanto, dejando la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad, porque todos somos miembros de un mismo cuerpo. 26 «Si se enojan, no pequen». No permitan que el enojo les dure hasta la puesta del sol, 27 ni den cabida al diablo. 28 El que robaba, que no robe más, sino que trabaje honradamente con las manos para tener qué compartir con los necesitados. 29 Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan. (NVI)
  • Antes de ver cómo debe ser la ropa de nuestro nuevo comportamiento, es importante recordar por qué debemos cambiar de vida. Este libro es una carta que se habría leído de forma corrida delante de la congregación. Nosotros la separamos en pedazos para analizarla, pero hay que recordar lo que viene antes. En el capítulo dos aprendimos que la salvación es un regalo de la gracia de Dios, y que sólo la recibimos por la fe.
  • En los versículos anteriores a estos, aprendimos que la nueva vida es el fruto de la nueva enseñanza que recibimos de Cristo. Tú y yo podremos vivir de una manera nueva solamente cuando comprendemos lo que Cristo ha hecho por nosotros. Él dio su vida por el perdón de todos nuestros pecados. Él nos ha hecho parte de su familia, sin que le hayamos dado nada a cambio.
  • No tratamos de vivir de una manera diferente para que Dios nos acepte. Más bien, es el resultado de la fe por la que él nos ha aceptado. Es nuestra manera de demostrar a los demás la nueva vida que hemos recibido. Es la manera de agradecerle a Dios todo lo que él ha hecho por nosotros.
  • Esa gratitud, esa nueva vida, la mostramos con la boca, el corazón y las manos. La boca es una parte muy pequeña del cuerpo, pero tiene gran poder. Santiago lo compara con el timón de un barco. Es una parte pequeña, pero tiene poder para dirigir el curso de una enorme nave. ¿Cómo, entonces, debemos usar la boca?
  • Tú y yo debemos usar la boca para decir la verdad y edificar a los demás. El verso 25 nos dice que abandonemos la mentira. Tenemos que rechazar toda mentira, porque la mentira es indigna de un hijo del Dios de la verdad. Satanás es el padre de las mentiras. Dios, en cambio, nunca miente. Esforcémonos por ser como él.
  • Por eso, hablemos la verdad los unos con los otros, porque somos miembros de un mismo cuerpo. Cuando les mentimos a nuestros hermanos, realmente nos estamos haciendo daño a nosotros mismos. Dañamos el cuerpo de Cristo, porque destruimos la confianza y la unión de la iglesia.
  • Por supuesto, no podemos tomar esto como pretexto para decir la verdad a nuestros hermanos, y mentir a los que no son creyentes. En realidad, cada ser humano es un creyente en potencia. Más bien, la iglesia de los que han sido comprados por Cristo es el modelo de la humanidad renovada. Tenemos que ser el ejemplo para todos de la sinceridad y la honestidad.
  • La verdad es que las mentiras siempre salen a la luz, tarde o temprano. Se cuenta la historia de cuatro estudiantes que decidieron faltar a sus primeras clases del día para salir a pasear. Cuando por fin llegaron a la escuela, le dijeron a la maestra que se les había ponchado una llanta. Ella recibió la noticia con una sonrisa. Los muchachos pensaron: ¡Ya nos libramos!
  • En eso, la maestra les dijo: Se perdieron una prueba esta mañana. Siéntense, tomen pluma y papel, y les voy a dar la prueba ahora. Sonriendo aún, esperó hasta que estuvieran listos y les dijo: Primera pregunta: ¿cuál de las llantas se ponchó? Pobres muchachos – ya no había escapatoria.
  • Cada vez que mentimos, aunque sea en algo que parece pequeño, destruimos la confianza. Dios nos llama a vestirnos de la verdad, a ser personas de tanta integridad que nadie cuestiona nuestras palabras. Así honramos a nuestro Padre, porque él jamás miente.
  • El verso 29 nos dice que también debemos usar la boca para decir palabras que sirven para el bien de quienes nos escuchan. Las palabrotas, las palabras obscenas, no son dignas de la boca de un creyente. Tampoco lo son las palabras abusivas y el chisme. Si tenemos que corregir a alguien, busquemos la manera correcta y el lugar correcto para hacerlo.
  • Cada palabra que dices tiene poder. Tiene poder para ofender y para desanimar. También tiene poder para animar y para bendecir. Antes de hablar, piensa. ¿Cuál será el efecto de mis palabras? Decídete hoy a vestirte de una boca que dice la verdad y que bendice a otros.
  • Dios también te llama a vestirte de una nueva actitud en tu corazón. Específicamente, él te dice que cuides tu corazón de los efectos del enojo. El Salmo 4:4 dice: Si se enojan, no pequen. En otras palabras, el enojo no necesariamente es un pecado, pero fácilmente nos lleva al pecado. El enojo siempre es peligroso.
  • Una de las maneras de evitar el pecado cuando nos enojamos es resolver la situación pronto. Dios nos dice, No dejen que el sol se ponga estando aún enojados. Cuando nos acostamos enojados, ese enojo fácilmente se convierte en amargura y en resentimiento. El enojo es como la grasa. Cuando está caliente, es fácil de limpiar. Cuando se enfría y se cuaja, es mucho más pegajoso.
  • El enojo se puede convertir en una entrada para el diablo. Esta semana leía la historia de uno de los sicarios más famosos de la mafia estadounidense en los años treinta. En cierto momento, él decidió entregarse a la policía y denunciar a sus secuaces. Un día, su cuerpo inerte fue descubierto en la entrada del hotel donde se hospedaba. Aparentemente se trataba de un suicidio, pero luego se descubrió que la mafia había sobornado a la policía que lo vigilaba para entrar a matarlo.
  • El enojo es como ese soborno que baja nuestras defensas y nos hace capaces de cometer muchos errores. El color que más asociamos con el enojo es el color rojo, ¿no es verdad? Así como una luz roja nos señala un alto, debemos tener mucho cuidado cuando nos enojamos y hacer un alto. Debemos detenernos y resolver el enojo, en lugar de darle rienda suelta.
  • Cuando pienso en las veces que me enojado, no recuerdo ni una sola vez que el enojo me llevo a algo positivo. Muchas veces tenía razón en enojarme. Debía tomar alguna acción, pero al hacerlo por enojo, los resultados no fueron buenos. Cuando te enojas, ten cuidado de no pecar.
  • Hemos visto, entonces, que debemos mostrar la evidencia de nuestra nueva vida en lo que decimos con la vida y en el cuidado de nuestro corazón. La tercera manera en que mostramos la vida nueva es con las manos. Como creyentes, debemos trabajar con las manos para poder ser generosos.
  • El verso 28 nos habla de la transformación total de nuestra actitud hacia el trabajo. Nos lleva de un extremo de la vida humana al otro extremo. El extremo de la vida mundana es el robo. Obviamente, la mayoría de las personas del mundo no son ladrones. Pero el robo es la manifestación final de la actitud ociosa y desidiosa que rechaza el trabajo. Es huir del trabajo y buscar una manera deshonesta de vivir.
  • Cualquier creyente que antes robaba debe dejar el robo. Eso incluye llevar cositas de la tienda sin pagar, o robarle horas al patrón. Más bien, debemos aprender a valorar el trabajo honrado. De hecho, Jesús dijo en cierta ocasión: Mi Padre aún hoy está trabajando, y yo también trabajo. (Juan 5:17 NVI)
  • Si Dios trabaja, el trabajo es algo honroso. No es algo para rehuir. Muchos piensan como el escritor americano Mark Twain. Él dijo en cierta ocasión: Me encanta el trabajo. Lo puedo mirar por horas. En otras palabras, le gustaba ver a otros trabajar. Pero no sólo debemos aprender a trabajar para sostener a nuestra familia. Debemos trabajar para tener qué compartir. El extremo mundano es robarles a otros. La meta del cristiano debe ser trabajar para compartir con otros.
  • Muchos de ustedes son muy trabajadores. Se levantan temprano y se esfuerzan en el trabajo. No comen el pan de ocio. Es algo digno de admirar. Les invito a que consideremos nuestras motivaciones. ¿Vemos el trabajo sólo como una manera de salir adelante? ¿O nos emocionamos con la idea de trabajar duro para tener qué compartir con otros también? Hay mucho gozo en esto.
  • Esta mañana, quiero invitarte a echarte un vistazo al espejo. ¿Qué ropa llevas? ¿Cómo te identifica la gente que mejor te conoce? ¿Llevas el uniforme de creyente en tu forma de hablar, en la manera de cuidar tu corazón, en tu actitud hacia el trabajo? Con la ayuda de Jesús, puedes cambiarte la ropa.
  • No trates de justificarte. No te compares con los demás. Tampoco te condenes a ti mismo. Tú no eres peor que nadie. Más bien, simplemente reconoce lo que debes cambiar. Pídele al Señor que te ayude a cambiar tus costumbres, para que puedas reflejar bien al mundo el carácter de Cristo.
  • Imagina cómo sería el mundo si todos habláramos con palabras de bendición. ¿No sería maravilloso? Imagina cómo sería el mundo si todos aprendiéramos a resolver bien el enojo. Cada hogar sería un lugar de paz. Imagina como sería el mundo si todos valoráramos el trabajo y compartiéramos con los demás. Ya no existiría la necesidad.
  • Quizás no podamos cambiar el mundo, pero sí podemos cambiar tú y yo. ¿Cuál es ese artículo de ropa que Dios te está llamando a cambiar? ¿Quieres dedicarle tu boca hoy a Cristo? ¿Debes cambiar tu manera de manejar el enojo? ¿Deseas abandonar la flojera? En este momento, entrégale a Dios esa parte de tu vida. Pídele su ayuda. Decídete a cambiar, y él te ayudará.
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