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De lamentación a liberación

23/5/2021

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  • ¿Alguna vez has estado desperado por conseguir algo? Lo deseabas tanto que estabas dispuesto a pagar cualquier precio por conseguirlo. No simplemente lo querías; sentías una necesidad urgente de tenerlo. Si alguna vez te has sentido así, podrás comprender la situación de una mujer que tuvo un encuentro transformador con Jesús.
  • Esta mujer había sufrido de hemorragias durante doce años. El sangrado que las mujeres sufren mensualmente para ella jamás se detenía. Esto la dejaba debilitada y enferma. Además de esto, bajo las leyes del Antiguo Testamento, sus hemorragias la dejaban impura. Nadie podía tocarla, porque se volverían impuros. Con sólo sentarse en la misma silla que ella había usado, se contaminarían.
  • Estaba sola. Más que cualquier otra cosa, esta mujer anhelaba ser libre de su hemorragia. En su esfuerzo, había consultado a un sinfín de doctores. Le habían quitado el dinero, pero no le habían podido quitar la enfermedad. Sola, enferma y en la quiebra, le quedaba una sola esperanza.
  • Oyó a alguien decir que Jesús estaba cerca, y se fue a buscarlo. Cuando lo encontró, estaba ocupado. Un hombre llamado Jairo le había pedido que fuera a curar a su hija, y Jesús lo estaba acompañando para sanar a la niña. Una gran multitud de gente rodeaba a Jesús. A esta mujer, sin embargo, no le importó nada de eso. Ella estaba segura de que, si tan sólo lograra tocar el borde del manto de Jesús, quedaría limpia de su hemorragia.
  • Para acercarse a Jesús, tendría que atravesar la multitud. Los que la conocían se retraían con asco al verla, pero no le importó. Tenía que acercarse a Jesús. Por fin, logró acercarse por detrás de él y ligeramente tocó su manto. Al instante, su hemorragia se detuvo. ¡Sentía que la sanidad llenaba su cuerpo! Su corazón palpitó de gozo.
  • Esa alegría, sin embargo, pronto se convirtió en terror. Jesús sintió en ese momento que de él había salido poder. Dio la vuelta, miró a la gente y preguntó: ¿Quién me ha tocado? Sus discípulos lo miraron, sorprendidos. ¡Estaba rodeado de gente! ¡Todo el mundo lo estaba tocando!
  • Pero Jesús seguía mirando para ver quién lo había tocado. Temblando de miedo, la mujer se le acercó y se tiró a sus pies. Con un nudo en la garganta, confesó lo que había hecho. Quiero ahora que leamos la respuesta que Jesús le dio. Se encuentra en Marcos 5:34.
  • —¡Hija, tu fe te ha sanado! —le dijo Jesús—. Vete en paz y queda sana de tu aflicción. La mujer esperaba encontrar rechazo, pero encontró aceptación. Esperaba encontrar un regaño, pero encontró una afirmación. Cuando nos acercamos a Jesús de la manera correcta, encontramos salud. Encontramos aceptación. Encontramos salvación. Pero ¿cuál es la manera correcta de acercarnos?
  • Podemos ver cuatro cosas en el ejemplo de esta mujer. En primer lugar, vemos su condición. Era impura. El flujo constante de sangre la contaminaba. Su enfermedad la separaba de la sociedad. También la separaba de Dios, porque ninguna persona impura podía entrar al templo. Durante sus doce años de hemorragia, jamás había podido ir al templo para adorar a Dios o pedirle ayuda.
  • La condición de esta mujer es un cuadro de nuestra condición. También sufrimos de una enfermedad que nos contamina. Nos separa de los demás, y nos separa de Dios. El pecado es una mancha que no se puede quitar, por más que restreguemos. Es la contaminación más fea que hay.
  • Queremos pensar que el pecado es algo que está allá afuera, que es un problema de otras personas o de la sociedad. Pero la realidad es que, así como la mujer traía la hemorragia en su propio cuerpo, nosotros también traemos el pecado en lo más íntimo de nuestro corazón. El pecado no es algo ajeno a nosotros; nos afecta hasta el fondo.
  • La situación de esta mujer también es un cuadro de nuestra situación. Ella había gastado todo lo que tenía para tratar de curar su herida, pero no lo había logrado. Todos los doctores y especialistas que había visto no le habían podido ayudar. Los doctores tienen su uso, por supuesto. No son malos. Pero hay cosas que sólo Dios puede curar.
  • De la misma manera, nosotros no podemos resolver nuestro problema del pecado por nuestra propia cuenta. ¡Muchos lo intentan! Pero todos los psicólogos, psiquiatras, consejeros y conferencistas de autosuperación del mundo son incapaces de limpiarnos del pecado. Tienen su uso. Tienen su lugar. Pero hay cosas que sólo Dios puede resolver. El pecado es una de ellas.
  • Nos cuesta entender esto, porque ataca nuestro ego. Tumba nuestro orgullo. Queremos creer que somos capaces de resolver nuestros propios problemas. Queremos hacerlo todo, como cantó alguien por allí, a mi manera. Pero jamás seremos limpios de nuestro pecado si no nos humillamos ante Dios y buscamos su ayuda.
  • Estas primeras dos cualidades de la mujer se reflejan en cada ser humano. Todos somos impuros ante los ojos de Dios, y nadie puede resolver su problema por su propia cuenta. Pero ahora llegamos a la reacción de la mujer. Esto es algo que tenemos que imitar conscientemente. En su desesperación, la mujer estaba decidida a encontrar a Jesús. Lo buscó y lo encontró.
  • A ella no le importaba lo que la gente pensara de ella. No importó el esfuerzo que tendría que hacer. ¿Sientes esa misma desesperación por Jesús? Es el único que te puede ayudar. Cuando ella buscó a Jesús, estaba totalmente segura de que sólo él la podría ayudar. También estaba segura de que lo haría. Por eso, cuando se acercó para tocar su manto, recibió lo que buscaba.
  • Había toda una multitud que estaba tan cerca de Jesús como lo estaba esa mujer, pero a ellos no les pasó nada. Nadie fue sanado, nadie fue perdonado, nadie fue limpiado. ¿Por qué? Estaban cerca de Jesús, pero no tenían la fe desesperada de esa mujer. No esperaban recibir algo de Jesús.
  • Hoy en día, hay muchas personas que asisten a la iglesia, escuchan música cristiana y de otras maneras están en la presencia de Jesús, pero no les pasa nada. No hay transformación ni liberación en sus vidas. ¿Por qué? Son como aquellos miembros de la multitud. Están en la presencia de Jesús, pero no buscan con desesperación recibir algo de él.
  • Algunos asisten a la iglesia sólo por cumplir. Lo ven como algo que tienen que hacer para quedar bien con Dios. Al diablo le encanta esta mentalidad, porque nos aleja del poder purificador y transformador de Jesús. De nada nos sirve estar en la presencia de Jesús, si no sentimos la desesperación de recibir algo de él. ¿Qué te trajo aquí en esta mañana? ¿Qué esperas recibir hoy?
  • Esta mujer buscó desesperadamente a Jesús, y por eso recibió la sanidad y la salvación. Pero hay un detalle extraño en la historia. ¿Por qué preguntó Jesús quién lo había tocado? ¿Será que no lo sabía? ¿Ignoraba lo que había sucedido? Y si lo ignoraba, ¿por qué obligó a la mujer a pasar por la vergüenza de identificarse públicamente? ¿Por qué no simplemente dejarla ir sana?
  • Sabemos que Jesús es Dios. Es más, durante su ministerio aquí en la tierra, vemos repetidas ocasiones en las que él conocía los pensamientos de la gente. Él no ignoraba la identidad de la mujer. Más bien, fue necesario que ella se identificara públicamente, porque la fe tiene que confesar públicamente a Jesús.
  • Esto lo vemos en Romanos 10:9-10. Allí nos dice que no sólo tenemos que creer con el corazón, sino también confesar con la boca que Jesús es el Señor. Una fe secreta no es suficiente. Tenemos que confesar ante los demás lo que Jesús es para nosotros. Si Dios ha obrado en tu vida, no te quedes callado. Si has experimentado la obra de Jesús, no lo guardes en silencio.
  • Esta mujer pasó de lamentación a liberación porque estaba desesperada por Jesús. ¿Y tú?
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