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La iglesia y sus diáconos

22/9/2019

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  • Una de las realidades de la iglesia que estableció Jesús es que siempre ha enfrentado problemas.  Otra de sus realidades es que siempre las ha podido resolver, con la ayuda del Señor y la dirección de su Espíritu.  Uno de los problemas que enfrentó la iglesia en sus comienzos llevó directamente al establecimiento de una clase de servicio que sigue siendo de gran bendición para la iglesia.
  • La iglesia en Jerusalén, la que se fundó después de la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, se interesaba por el bienestar de sus miembros más necesitados.  Entre los más marginados se encontraban las viudas que no tenían familiares quienes las cuidaran.  Para apoyarlas, la iglesia regularmente les entregaba alimentos.
  • Sin embargo, se produjo un conflicto entre los miembros de la iglesia alrededor de algo que debía ser de bendición.  Durante esos primeros años, la iglesia consistía totalmente de judíos.  Todavía no se había comenzado a predicar el evangelio a los gentiles.  Sin embargo, algunos de los judíos que formaban parte de la iglesia habían nacido afuera de la tierra de Israel.  Hablaban griego, y tenían diferentes costumbres.
  • Otros eran nativos.  Hablaban arameo, y sus costumbres eran más tradicionales.  Se levantó un conflicto entre estos dos grupos.  Los judíos que hablaban griego, que habían nacido en el extranjero y tenían diferentes costumbres, comenzaron a quejarse de los judíos nativos.  Decían que estaban desatendiendo a las viudas que eran de su grupo.
  • Cuando los apóstoles que estaban al frente de la iglesia se dieron cuenta de esto, convocaron a la iglesia y les dijeron: Nosotros no podemos desatender el ministerio de la Palabra y la oración.  Por lo tanto, escojan de entre ustedes a siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu y de sabiduría.  La iglesia nombró a estos siete hombres para encargarse de su ministerio social.
  • Esto trajo unión a la iglesia, libró a los apóstoles a dedicarse a la oración y la predicación y también produjo un mejor servicio a los necesitados.  Aunque no se usa la palabra “diácono” para describir a estos hombres, es lo que fueron.  Más adelante, la iglesia decidió dar el título de diácono a los que sirven en esta capacidad dentro de la iglesia.
  • Hemos llegado a la sección de 1 Timoteo que describe los requisitos de los diáconos.  La semana pasada, hablamos del ministerio pastoral; el ministerio de supervisión y enseñanza.  Ahora llegamos al otro puesto que la Biblia describe dentro de la iglesia, el puesto de diácono.  Leamos lo que Dios nos dice en 1 Timoteo 3:8-13.
Los diáconos, igualmente, deben ser honorables, sinceros, no amigos del mucho vino ni codiciosos de las ganancias mal habidas. 9 Deben guardar, con una conciencia limpia, las grandes verdades de la fe. 10 Que primero sean puestos a prueba, y después, si no hay nada que reprocharles, que sirvan como diáconos.
11 Así mismo, las esposas de los diáconos (o, las diaconisas) deben ser honorables, no calumniadoras, sino moderadas y dignas de toda confianza.
12 El diácono debe ser esposo de una sola mujer y gobernar bien a sus hijos y su propia casa. 13 Los que ejercen bien el diaconado se ganan un lugar de honor y adquieren mayor confianza para hablar de su fe en Cristo Jesús.  (NVI)
  • Si comparamos estos versículos con lo que leímos la semana pasada, nos damos cuenta de que los requisitos para los diáconos son muy parecidos a los requisitos para los obispos o pastores.  En ambos casos, el énfasis está en el carácter de la persona.  Más que nada, Dios quiere a su servicio personas de buen carácter.
  • Podemos observar dos diferencias principales.  Al pastor se le llama obispo, que indica su responsabilidad de supervisar a la iglesia.  El diácono no tiene esa responsabilidad.  La otra diferencia es que el diácono no tiene que ser apto para enseñar.  Esto significa que su servicio a la iglesia no es un ministerio de enseñanza, sino de apoyo y ayuda a los miembros y los de afuera.
  • Los diáconos tienen que ser respetables, honestos, no borrachos ni avaros.  Tienen que ser hombres de fe, que saben lo que creen y son fieles a la verdad.  Deben pasar un tiempo de prueba antes de ser nombrados diáconos, según lo que nos dice el versículo diez.
  • Esto nos enseña algo muy importante acerca de los diáconos.  Nunca se debe nombrar diácono a una persona simplemente para darle algo que hacer en la iglesia, con el fin de que se sienta más comprometido.  El diácono tiene que ser alguien de respeto en la iglesia, pues los demás lo estarán observando.  Tiene que dar un buen ejemplo, tanto en su comportamiento como en su fe.
  • Ahora llegamos a una sección bastante controversial de este pasaje.  La semana pasada vimos que el puesto de pastor u obispo se limita a los hombres.  Aquí, sin embargo, el apóstol Pablo parece abrir la puerta a la posibilidad de que haya mujeres diáconos – es decir, diaconisas.  En el versículo 11, una traducción literal sería: Así mismo, las mujeres deben ser…
  • La pregunta, entonces, es: ¿a cuáles mujeres se refiere el apóstol Pablo?  Muchos lo toman como una referencia a las esposas de los diáconos, y la palabra podría tener este sentido.  Si alguien pregunta, por ejemplo: ¿Puedo llevar a mi mujer a la reunión?, se entiende que se refiere a su esposa.
  • Pero hay ciertas evidencias que nos llevan a pensar que el apóstol Pablo se refiere a diaconisas, a mujeres que sirven al lado de los varones diáconos.  Para empezar, el apóstol no dice nada sobre las esposas de los pastores.  Dice que deben ser hombres de una sola mujer, pero nunca describe la clase de esposa que deben tener.
  • Sería muy extraño pensar que los diáconos deben tener esposas bien portadas, pero los ancianos no.  También tenemos la evidencia de Febe, la mujer encargada de entregar la carta de Romanos.  A ella se le llama diaconisa de una iglesia en Romanos 16:1.  Podemos observar además que el apóstol Pablo limita el ministerio pastoral a los hombres, porque la posición de autoridad y enseñanza en la iglesia debe pertenecer al hombre.
  • Pero los diáconos no son supervisores, ni llevan el cargo de la enseñanza.  Por lo tanto, no hay razón bíblica para pensar que una mujer no pueda ser diaconisa.  El apóstol Pablo dice cómo deben ser las mujeres que sirven como diaconisas: respetables, no chismosas, sino prudentes y confiables.
  • La palabra que se traduce “calumniadoras” en el verso 11 es la palabra “diábolos” en griego.  ¡O sea que las diaconisas no deben ser diábolas!  El diablo es un acusador, y las diaconisas no deben andar buscando con qué acusar o criticar a la gente, sino cómo servirlos y ayudarles en sus necesidades.  En esto deben dar ejemplo a todas las mujeres de la iglesia.
  • Finalmente, el apóstol Pablo vuelve al tema de los diáconos y su familia.  El diácono tiene que ser fiel a su esposa y buen padre para sus hijos.  Por supuesto, no será perfecto; pero debe dar un buen ejemplo a la congregación, en lugar de decepcionarla con una religiosidad hipócrita.
  • Un diácono, o una diaconisa, que cumple bien con su responsabilidad recibe dos grandes bendiciones.  Primeramente, ocupa un lugar de honor en la iglesia.  Debemos reconocer a los diáconos por el trabajo que hacen.  En segundo lugar, tiene más confianza en su fe.  En otras palabras, recibe reconocimiento ante los hombres y confianza ante Dios.  ¡Qué grandes bendiciones!
  • Podemos ver la influencia de los diáconos en una historia que contó Becky Pippert.  Es la historia de un joven universitario llamado Memo.  Su descontrolada melena es lo primero que llama la atención.  Su uniforme consiste en pantalones de mezclilla, una camiseta agujerada y una notable falta de zapatos.  Un tipo muy inteligente, que se convirtió a Cristo durante sus años de universidad.
  • Frente a su escuela se encuentra una iglesia muy tradicional.  Sus miembros quieren alcanzar a los estudiantes de la universidad, pero no saben cómo hacerlo.  De repente, Memo decide visitar la iglesia.  Entra con su cabellera despeinada, su ropa de vagabundo y sus pies descalzos.  El culto ya ha comenzado cuando entra buscando dónde sentarse.
  • Camina hacia el frente del santuario buscando un asiento libre, pero no encuentra ninguno.  Por fin llega frente al púlpito, y como si fuera lo más natural del mundo, se sienta en la alfombra.  Esto podría parecerle muy natural a Memo, pero para los miembros tradicionales y muy bien vestidos de esta iglesia, es algo insólito.
  • De repente, el pastor se da cuenta de que, desde el fondo de la iglesia, uno de los diáconos lentamente se va acercando hacia Memo.  Este diácono es un hombre octogenario, con cabello perfectamente arreglado, traje y corbata, muy elegante.  Camina con bastón.  Mientras se acerca paulatinamente al joven descabellado que está sentado en la alfombra, el resto de la congregación comienza a defenderlo mentalmente: ¿Cómo es posible que un hombre de su edad comprenda las acciones de un joven de estos tiempos?
  • Se demora largo rato en llegar al muchacho.  La iglesia está en silencio, esperando la confrontación entre el diácono respetable y el joven loco.  Por fin, el diácono llega a donde está sentado el joven.  Con gran dificultad, dobla las rodillas y baja al piso.  Por fin, se queda sentado al lado de Memo y lo acompaña para que no esté solo durante el culto.
  • Cuando el pastor recobra el control de sí mismo, le dice a la congregación: Lo que voy a predicar, ustedes jamás recordarán; pero lo que acaban de ver, jamás olvidarán.  Así como lo hizo este diácono, los diáconos de la iglesia tienen la oportunidad inigualable de predicar, no con sus palabras, sino con sus acciones.  Debemos honrarlos por lo que hacen.  Debemos seguir su ejemplo.  Sobre todo, debemos orar por ellos y pedir que Dios levante más siervos para su iglesia.
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