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October 27th, 2024

27/10/2024

1 Comentario

 

El pecado y el pueblo de Dios

  • Hablemos, por un momento, de un par de casos de la vida real. Un hombre vive lejos de su esposa por motivos de trabajo. Abiertamente anda con otra mujer, pero como su esposa no sabe nada, es como si no sucediera. Ni siquiera trata de ocultar lo que hace. Nadie le llama la atención ni le dice nada.
  • En otro caso, una mujer deshonra a su familia. Todo el mundo sabe lo que ha hecho. Algunos miembros de su familia dejan de hablarle por completo. Aunque sus circunstancias hayan cambiado, es como si no existiera la posibilidad del perdón para ella. Al parecer, las relaciones jamás podrán ser restauradas.
  • Estas dos historias nos muestran dos formas comunes de enfrentar el pecado de otras personas. Algunos simplemente lo ignoran. Para ellos, cada uno hace lo que quiere y nadie más tiene derecho a decirle nada. Otras personas tratan el pecado como si la vergüenza fuera inescapable. Es como si el pecado fuera imperdonable.
  • ¿Cómo debemos responder al pecado de otras personas? Dios nos muestra otro camino para la familia y la iglesia. La historia comienza con el caso de un hombre en la iglesia de Corinto. Este hombre estaba viviendo en pecado con su madrastra. Los miembros de la iglesia se creían muy tolerantes. Querían mostrarle la gracia de Dios, pero él no se había arrepentido. La gracia, cuando no hay arrepentimiento, se convierte en un pretexto para encubrir el pecado.
  • Veamos la historia en 1 Corintios 5:1-5. Es ya del dominio público que hay entre ustedes un caso de inmoralidad sexual que ni siquiera entre los paganos se tolera, a saber, que uno de ustedes tiene por mujer a la esposa de su padre. 2 ¡Y de esto se sienten orgullosos! ¿No debieran, más bien, haber lamentado lo sucedido y expulsado de entre ustedes al que hizo tal cosa? 3 Yo, por mi parte, aunque no estoy físicamente entre ustedes, sí estoy presente en espíritu y ya he juzgado, como si estuviera presente, al que cometió este pecado. 4 Cuando se reúnan y yo los acompañe en espíritu, en el nombre de nuestro Señor Jesús y con su poder, 5 entreguen a este hombre a Satanás para destrucción de su carne a fin de que su espíritu sea salvo en el día del Señor.
  • Todo el mundo sabía lo que hacía este hombre, pero nadie hacía nada. Su pecado era algo tan grotesco que hasta un pagano lo vería mal, pero la iglesia lo toleraba y hasta se sentía orgullosa de su tolerancia. Sin embargo, en lugar de ser motivo de orgullo, este pecado debía traer tristeza y lamento a la congregación.
  • Es más, les dice Pablo, ya deberían de haber tomado acción al respecto. Aquí nos habla de la disciplina en la iglesia. En nuestra sociedad individualista hemos perdido de vista su importancia. Pensamos que la iglesia sólo existe para apoyarnos en lo que nosotros queremos lograr. Si no nos gusta la iglesia, buscamos otra que sea más acorde a nuestros deseos. Tratamos la iglesia como si fuéramos clientes y consumidores.
  • Pero la iglesia no es una tienda. Es una familia, un templo y un cuerpo. Si un miembro del cuerpo está enfermo, necesita tratamiento. En algunos casos extremos, tiene que ser cortado del cuerpo para no infectar a los demás miembros. En una familia se necesita disciplina. Una familia sin reglas y sin orden es un caos.
  • Por eso, cuando un miembro de la iglesia está viviendo en pecado, no podemos simplemente ignorarlo. La primera cosa que hacemos es orar por la persona. A veces, tendremos que quitarle un cargo. En casos extremos, puede ser que la iglesia tenga que expulsarlo. Aunque muchas veces es incómodo, no podemos simplemente ignorar el pecado.
  • Hace algunos años, en una iglesia grande, uno de los miembros del personal tuvo una aventura con su secretaria. Bajo el pretexto de no detener el crecimiento de la iglesia y mantener las apariencias, los líderes de la iglesia decidieron manejarlo en secreto. Al año siguiente, 17 matrimonios de líderes en la iglesia terminaron.
  • La Biblia nos dice que el pecado de los líderes de la iglesia se tiene que confrontar públicamente. Cuando no se confrontó el pecado de la forma debida, se extendió como un virus e infectó a otras personas. Esto es lo que sucede cuando queremos solapar el pecado y no confrontarlo. Termina infectando y perjudicando a muchos más.
  • Estamos hablando de la iglesia, pero lo mismo sucede en la familia. Cuando los padres no corrigen a sus hijos, el pecado se repite y se extiende. La corrección no tiene que ser exagerada ni cruel. Ni siquiera se trata siempre de castigar. A veces se trata de aconsejar y de escuchar. Lo importante es no ignorar el pecado y la desobediencia.
  • Ahora bien, cuando la corrección funciona y lleva al arrepentimiento, también tiene que llevar a la restauración. Cuando la iglesia en Corinto corrigió al hombre que estaba viviendo en pecado con su madrastra, él se arrepintió. Le dio pena haber lastimado a la congregación. Al parecer, también había hablado en contra del apóstol Pablo. Muchas veces, el que peca habla mal de quienes lo tratan de corregir.
  • Pero al fin, recapacitó. Dejó el mal que estaba cometiendo y se arrepintió. Sin embargo, la iglesia ahora fue al otro extremo. En lugar de recibirlo y restaurarlo, lo seguían rechazando. Ahora el apóstol Pablo les da otro consejo. Veamos lo que dice 2 Corintios 2:5-11.
  • Si alguno ha causado tristeza, no me la ha causado solo a mí; hasta cierto punto —y lo digo para no exagerar— se la ha causado a todos ustedes. 6 Para él es suficiente el castigo que le impuso la mayoría. 7 Más bien debieran perdonarlo y consolarlo para que no sea consumido por la excesiva tristeza. 8 Por eso les ruego que reafirmen su amor hacia él. 9 Con este propósito escribí: para ver si pasan la prueba de la completa obediencia. 10 A quien ustedes perdonen, yo también lo perdono. De hecho, si había algo que perdonar, lo he perdonado por consideración a ustedes en presencia de Cristo, 11 para que Satanás no se aproveche de nosotros, pues no ignoramos sus artimañas.
  • Ahora, dice Pablo, es tiempo de restaurar. Ya fue castigado y se había arrepentido el que había causado el daño. Si lo seguían rechazando, se desanimaría y dejaría la fe por completo. Había llegado el momento de perdonarlo y recibirlo de nuevo como un miembro amado y aceptado de la comunidad.
  • Cuando no estamos dispuestos a perdonar, nos portamos como si fuéramos incapaces de pecar. Por eso, la disciplina siempre debe tener la restauración como objetivo. Cuando disciplinamos a nuestros hijos, no es para que se sientan rechazados y marginados para siempre. Es para motivarlos a que cambien.
  • El rechazo excesivo puede ser contraproducente. En cambio, el amor es motivador. Todo lo que se hace, dice Pablo, se hace en la presencia de Cristo. Nada de lo que hacemos como iglesia o como familia sucede fuera de la presencia del Señor. Jesucristo nos motiva a buscar su voluntad en la corrección y en el perdón.
  • Cristo confrontó el pecado, y él nos llama a enfrentarlo también. Cristo recibió con amor a los pecadores arrepentidos, y tenemos que estar dispuestos a perdonar y aceptarlos también.
  • Sólo tenemos dos opciones. Podemos pertenecer al reino de Cristo, donde hay santidad, fe, esperanza, amor y perdón. O podemos pertenecer al reino de Satanás, donde reinan la inmoralidad, la venganza y el rencor. Satanás pretende enredarnos con sus artimañas. Quiere desanimarnos. Quiere que seamos rencorosos. Quiere que nos creamos los únicos que saben.
  • Lo que Jesús nos ofrece es muy diferente. En cierta ocasión, unos hombres le trajeron a una mujer sorprendida en el mismo acto del adulterio queriendo que él la condenara. Jesús no arrojó la piedra. Sabía que ellos eran tan culpables como ella. Por eso, les dijo que los que fueran libres de pecado la apedrearan.
  • Cuando se quedó solo con la mujer, le dijo algo muy importante. Primero le preguntó: ¿Nadie te condena? Ella respondió: Nadie, Señor. Entonces le dijo: Ni yo te condeno. Vete, y no peques más. Jesús le ofreció su perdón y la llamó a la santidad.
  • Hace lo mismo con nosotros. Nos ofrece su perdón cuando nos arrepentimos, y nos llama a vivir en santidad. Esa santidad y ese perdón también tienen que caracterizar la vida que llevamos juntos como iglesia y como familia. La disciplina y la restauración son el camino a la justicia y el perdón cuando se hacen bajo la dirección de Cristo.
1 Comentario
Samis José Salomón Ramírez
28/10/2024 09:18:46 am

Muy didáctico, por la necesidad de las disciplinas en las congregaciones. Gracias, aprendí algo nuevo. No sabía de la relación entre los personajes en 1Co.5 y 2Co.2. ¡Es el mismo! Bendiciones.

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