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September 29th, 2024

29/9/2024

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La solución a los conflictos

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  • Crecí con unos vecinos que peleaban constantemente. Por la puerta abierta que daba a la cocina se oían gritos y sartenazos casi todos los días. Sin embargo, si alguien tocaba el timbre, llegaban a la puerta sonriendo como si todo estuviera en paz. Todo el mundo sabía que reñían, pero lo escondían muy bien.
  • Podemos reírnos de tales personas, pero ¿cuántos hacemos lo mismo? Vivimos llenos de conflictos. Hay conflictos en la familia. Hay conflictos en el trabajo. Tristemente, también hay conflictos en la iglesia. ¿De dónde surgen estos conflictos? Más importante aún, ¿cómo los podemos solucionar? La solución no es fácil, pero es posible.
  • Veamos lo que nos dice Santiago, medio hermano de nuestro Señor Jesús, en su carta. Vamos a comenzar en Santiago 4:1-3. ¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que luchan dentro de ustedes mismos? 2 Desean algo y no lo consiguen. Matan y sienten envidia, y no pueden obtener lo que quieren. Riñen y se hacen la guerra. No tienen, porque no piden. 3 Y cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones.
  • ¿De dónde vienen los conflictos? No nos gusta la respuesta, pero es la verdad. Los conflictos surgen de nosotros mismos. Son nuestros propios deseos los que nos llevan a quedar mal con los demás. Queremos cosas, y sentimos envidia de quienes las tienen. La codicia nos lleva a asesinar el carácter de los que tienen más que nosotros.
  • Queremos siempre tener la razón. Cuando alguien nos dice una verdad que no nos gusta, preferimos rechazarlo en lugar de arrepentirnos. Queremos controlar a los demás. Cuando no hacen lo que queremos, hacemos berrinche o nos volvemos violentos y manipuladores para lograr el control.
  • Sin embargo, preferimos echarles la culpa a los demás. Decimos: Es que me hacen enojar. ¡Mentira! Nadie te puede hacer enojar. Te enojas porque quieres. Los hombres les echamos la culpa a las mujeres. Es que ella me incitó, decimos. ¡Mentira! Si tuviéramos el dominio propio adecuado, una mujer desnuda podría pasar delante de nuestros ojos y no nos afectaría.
  • A veces le echamos la culpa al diablo. Es que Satanás me engañó. Pero si no respondemos a sus tentaciones, el diablo no tiene poder sobre nosotros. Le damos poder cuando prestamos atención a sus mentiras, pero somos nosotros los que tenemos el deseo. El diablo no tiene poder para obligar a nadie.
  • Todo esto se refleja en nuestra falta de oración. Si viviéramos en oración, le pediríamos a Dios las cosas que él nos quiere dar. Encontraríamos satisfacción en pedir y ver respuestas a nuestras oraciones. Pero más bien, no pedimos. Si pedimos, lo hacemos de manera egoísta. Le pedimos a Dios para satisfacer nuestros malos deseos, y él no nos responde.
  • Si vemos que hay conflictos entre nosotros, entendamos el por qué. Los conflictos no se podrán resolver hasta que entendamos su verdadera causa. Entramos en conflicto porque nos dejamos llevar por nuestros propios deseos. Nuestros deseos de poseer bienes, de encontrar placer a nuestro modo y de controlar a los demás nos quitan la paz.
  • Si este es el problema, ¿cuál es la causa del problema? Los siguientes versículos lo explican. ¡Oh, gente adúltera! ¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Si alguien quiere ser amigo del mundo se vuelve enemigo de Dios. 5 ¿O creen que la Escritura dice en vano que Dios ama celosamente al espíritu que hizo morar en nosotros? 6 Pero él nos da más gracia. Por eso dice la Escritura: «Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes». (Santiago 4:4-6)
  • Cuando nos portamos así, ¿qué somos? Es una palabra fuerte, pero la Biblia nos llama adúlteros. Recientemente salió en las noticias el triste caso de un profesor de seminario que, al parecer, tenía dos familias. Se había casado con dos mujeres, cometiendo bigamia. Todo el mundo condena sus acciones, y con justa razón.
  • Sin embargo, a nadie le parece extraño que vengamos a la iglesia el domingo para cantar alabanzas a Dios, y el lunes nos portemos como la gente del mundo. Esto es bigamia espiritual. Decimos que amamos a Dios y queremos recibir sus bendiciones, pero también queremos quedar bien con el mundo y ceder ante sus tentaciones.
  • Esopo contó la fábula del labrador y la víbora. Un trabajador encuentra en la nieve una víbora que se muere de frío. Siente lástima y la recoge, calentándola en su abrigo. Cuando la víbora se ha calentado y recuperado, pica al labrador. El labrador, muriéndose por el veneno, comienza a reprochar a la víbora, pero ella le dice: Tú sabías lo que yo era cuando me recogiste.
  • Cuando queremos tener amistad con el mundo, nos volvemos enemigos de Dios. ¡No seamos ingenuos! Como esa víbora, el mundo siempre nos traerá la destrucción. ¿Qué nos ofrece el mundo? El apóstol Juan nos lo dice. Pues el mundo solo ofrece un intenso deseo por el placer físico, un deseo insaciable por todo lo que vemos, y el orgullo de nuestros logros y posesiones. (1 Juan 2:16 NTV)
  • Dios creó el placer sexual, pero el mundo lo tuerce y lo saca del matrimonio para convertirlo en algo egoísta. Dios creó los bienes, pero el mundo los convierte en motivo de codicia y envidia. Dios nos da valor, pero el mundo convierte ese valor en orgullo y soberbia. La lujuria, la codicia y el orgullo definen la amistad con el mundo.
  • Sin embargo, frente a todo esto, Dios nos ofrece su gracia. Si te das cuenta de que has hecho amistad con el mundo, no es tarde para cambiar. Dios te ofrece una solución. No es la más fácil, pero siempre funciona. Veamos cuál es esa solución en los versos 7-10 de Santiago 4.
  • Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo y él huirá de ustedes. 8 Acérquense a Dios y él se acercará a ustedes. ¡Pecadores, límpiense las manos! ¡Ustedes, los indecisos, purifiquen su corazón! 9 Reconozcan sus miserias, lloren y laméntense. Que su risa se convierta en llanto y su alegría, en tristeza. 10 Humíllense delante del Señor y él los exaltará.
  • La gracia de Dios es para los humildes. Cuando somos orgullosos, nos alejamos de su gracia. En cambio, la sumisión a Dios y la humildad ante él atraen su gracia como un imán. Cuando resistimos al diablo, él tiene que huir. Algunas personas te dirán que tienes que gritarle al diablo, que lo tienes que expulsar haciendo un gran espectáculo.
  • Pero Santiago nos dice que sólo tenemos que resistirlo. Esto fue lo que hizo Jesús. Cuando el diablo lo tentó, Jesús no se espantó. No se puso a bailar y a gritar. Más bien, contestó al diablo con las Escrituras. Lo resistió con firmeza, y el diablo lo dejó. Cuando nos sometemos a Dios y resistimos al diablo, encontramos gran poder.
  • Tristemente, muchos de nosotros preferimos resistir a Dios y someternos al diablo. Cuando Dios nos llama a cambiar algo en nuestra vida, ponemos pretextos. Lo resistimos. En cambio, cuando el diablo viene a tentarnos con alguna mentira estúpida, le prestamos atención y nos sometemos a su voluntad.
  • Ya es hora de cambiar. Acerquémonos a Dios. ¡Él no está lejos! Si limpiamos nuestras manos del pecado y purificamos nuestro corazón, Dios estará con nosotros. ¿Cuándo fue la última vez que lloraste por el pecado? No me refiero a llorar porque te descubrieron o porque sufriste alguna consecuencia, sino a llorar porque ofendiste a Dios y la causaste dolor.
  • Tenemos que dejar nuestra obsesión con tener alta autoestima y estar siempre motivados si queremos quedar bien con Dios. Tenemos que estar dispuestos a llorar y lamentar nuestro pecado. Sólo cuando estamos dispuestos a humillarnos delante del Señor será posible que él nos levante. Dios no te dejará tirado en el suelo si te humillas ante él. Después de la humillación viene la restauración.
  • Un día, Jesús llegó a comer a la casa de un fariseo. Una mujer de la mala fama llegó sin invitación. Entró y se arrojó a los pies de Jesús, bañándolos con sus lágrimas. El fariseo, viendo tal escena, comenzó a pensar mal de Jesús. Jesús, en cambio, levantó a la mujer y le dijo: Tus pecados quedan perdonados. Tu fe te ha salvado; vete en paz. (Lucas 7:48, 50)
  • ¿Seremos como aquel fariseo, o seremos como la mujer? La única forma de tener paz y restauración en nuestras familias y en nuestra iglesia es humillarnos ante Dios y reconocer nuestro pecado. Si no estamos dispuestos a hacerlo, nada más importa. Sólo la gracia de Dios nos puede restaurar, y su gracia es para los humildes.
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