· Compré mi primer carro a la edad de dieciséis años. El carro tenía la misma edad que yo, y me costó ochenta dólares. Va sin mencionar que era una vieja carcacha. Durante varios meses ese carro viejo y oxidado me llevó de un lado a otro, pero por fin, decidí venderlo. Un conocido de mi padre sabía de alguien que quería comprar un carro, así que hicimos el trato y el comprador se fue en el auto con un amigo.
· Al rato, sin embargo, vi por la ventana que se habían detenido a media cuadra de la casa. Al carro le faltaban muchos detalles, pero sí corría. ¿Qué habría pasado? Cuando me acerqué para averiguarlo, descubrí que no le habían quitado el freno de mano. Yo tenía la costumbre de dejar el freno puesto, y ellos se habían tratado de ir sin quitarlo. · Ese carro tenía un motor veloz de ocho cilindros, pero con el freno de mano puesto, parecía más bien un triciclo. Tenía todo el potencial para avanzar a buena velocidad, pero algo lo detenía. ¿Cuántos de nosotros estamos en la misma condición en nuestra vida espiritual? Tenemos todo el poder de Dios en nuestro ser, gracias al Espíritu Santo; pero dejamos que algo nos detenga en nuestro caminar espiritual. · En el pasaje que veremos hoy, Jesús nos habla de una de las cosas que más nos detiene en nuestro crecimiento espiritual. La verdad es que nosotros dejamos muchas veces de avanzar, porque nos fijamos en otros en lugar de fijarnos en Cristo. · Hebreos 12:2 dice así: Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien, por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. · Cuando nuestra mirada está puesta en los demás en lugar de en Jesús, no avanzamos en nuestra vida cristiana. Veamos cómo superar esta mala costumbre, leyendo Mateo 7:1-5. »No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes. 2 Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes. 3 »¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo? 4 ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame sacarte la astilla del ojo”, cuando ahí tienes una viga en el tuyo? 5 ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano. (NVI) · Me parece que Mateo 7:1 es el versículo de la Biblia que más se abusa. No puedo contar las veces que he leído algo así: Los cristianos dicen que x cosa está mal. ¿No dice la Biblia que no debemos juzgar? Se dice esto de la homosexualidad, del sexo prematrimonial y de muchas otras cosas. · Es interesante que nadie habla así de la política. Por ejemplo, jamás he oído a nadie decir: Dicen que el presidente se robó millones de dólares de la tesorería del país. Bueno, la Biblia nos dice que no hay que juzgar. ¡Al contrario! La gente se pone furiosa. Solamente citan este versículo cuando se trata de cosas que ellos mismos quieren justificar. · Jesús no nos enseña que tenemos que evitar toda clase de juicio moral. Él mismo llamó pecado al pecado. Aun cuando mostró gracia, también llamó a la gente a arrepentirse. Por ejemplo, cuando le trajeron a la mujer sorprendida en adulterio, Jesús la trató con una gracia totalmente inesperada. Les dijo a quienes la querían lapidar: El que esté sin pecado, que tire la primera piedra. Cuando todos se habían ido, le dijo: Ni yo te condeno. Vete, y deja tu vida de pecado. · Fue misericordioso con la mujer, pero no dejó de nombrar pecado lo que ella estaba haciendo. ¿A qué se refiere Jesús, entonces, cuando nos llama a no juzgar? Lo que él nos prohíbe es la clase de juicio que se pone en el lugar de Dios y se considera superior a los demás. Esto nos detiene en nuestro crecimiento y nos perjudica ante Dios. · El rey David, en el apogeo de su reinado, tomó una decisión pésima. En lugar de ir a la guerra al frente de sus soldados, como era su deber, decidió quedarse en el palacio a descansar. Mientras se paseaba por la azotea del palacio, vio a una mujer muy bella que se estaba bañando. La deseó, la mandó llamar y se acostó con ella. · Cuando salió embarazada, David trató de esconder su pecado. Primero, mandó traer a su esposo, que era soldado y estaba en la guerra, para que pasara tiempo con su esposa y se hiciera pasar el bebé como suyo. Pero Urías, el esposo, era muy honrado. Él no quiso estar con su esposa mientras sus compañeros estaban peleando en la guerra. · Luego, David hizo un plan para que el esposo muriera en la guerra. Lo mandó colocar en el lugar más caliente de la batalla, donde seguramente moriría. Así pasó. Urías murió, David se casó con la viuda y parecía que todo marchaba bien. Pero Dios no estaba conforme. · Mandó al profeta Natán para contarle a David una historia. Era la historia de un hombre pobre, cuya posesión más querida era su borreguita. La amaba, la bañaba y comía con ella. Su vecino, un hombre muy rico, tenía manadas de animales. Sin embargo, cuando le llegó visita, tomó la borreguita del hombre pobre, la sacrificó y se la dio de comer a sus invitados. · ¿Qué se debe hacer con ese hombre? – preguntó Natán. David se enfureció. ¡Ese villano debía pagar por lo que había hecho! Entonces Natán le dijo: ¡Tú eres ese hombre! David le había quitado a Urías, el esposo de Betsabé, lo que más amaba. Teniéndolo todo, había preferido quitarle a otro en lugar de vivir agradecido con lo que era suyo. · Fue sólo cuando se desenmascaró su pecado que David se arrepintió. Su pecado tuvo graves consecuencias para él y para su familia, pero la restauración comenzó cuando David reconoció su propio pecado y se arrepintió. Es muy fácil condenar los pecados de otros, pero no vamos a crecer hasta que lleguemos a reconocer nuestro propio pecado y arrepentirnos de él. · El Señor Jesús lo compara con una persona que trata de quitarle una astilla al ojo de su hermano, cuando tiene una viga incrustada en el suyo. ¡Jamás podremos ayudarle a otro a superar sus propios problemas, cuando ignoramos problemas aun más grandes en nuestra propia vida! · Por lo tanto, si queremos realmente ayudar a otros, tenemos primero que ser honestos con nosotros mismos y reconocer nuestros propios errores. Sólo así podremos tener la humildad necesaria para ayudar a otros. La verdadera humildad nos llega cuando somos sinceros con nosotros mismos, cuando llegamos a ver nuestros propios errores y caminamos en arrepentimiento. · ¿Cómo podemos hacer esto? Déjame darte tres pasos. En primer lugar, tienes que reconocer que no eres una buena persona. Romanos 3:23 nos dice que todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios. No hay justo, ni aun uno. Todos tenemos el pecado profundamente arraigado en nuestro corazón. · Como declaró Alejandro Solzhenitsin, sobreviviente de las crueles cárceles de la Unión Soviética: la frontera entre el bien y el mal atraviesa cada corazón humano. Es una triste realidad, pero hasta que la entendamos, no podremos ser honestos con nosotros mismos. Tú y yo no somos buenas personas. Lo único bueno que puede haber en nosotros es lo que Cristo nos trae. · Si nos creemos buenos, entonces también creeremos tener el derecho de juzgar a otros. Jesús dice que, si nos ponemos en el lugar de Dios y juzgamos a los demás, seremos juzgados severamente. Jesús nos está diciendo que hay dos medidas que se pueden usar. Una es la medida de la justicia, y la otra es la medida de la misericordia. Si medimos a otros con una vara de justicia, Dios también nos medirá a nosotros de la misma manera. En cambio, si medimos con misericordia, Dios también nos medirá con misericordia. · La segunda cosa que debemos hacer es pedirle a Dios que nos muestre nuestros errores. Salmo 139:23-24 nos dice: Examíname, oh Dios, y sondea mi corazón; ponme a prueba y sondea mis pensamientos. Fíjate si voy por mal camino, y guíame por el camino eterno. Dios ya lo sabe todo de nosotros. Cuando le invitamos a examinarnos, su luz nos va mostrando las cosas en nosotros que no están bien, de las cuales nos tenemos que arrepentir y superar con la ayuda de su Espíritu. Es bueno hacer de estos versículos nuestra oración personal. · La tercera cosa que debemos hacer es desarrollar la costumbre, cuando vemos algo que está mal en otra persona, de inmediatamente examinarnos a nosotros mismos. Debemos convertirlo en hábito. Tan pronto pensemos: Eso no está bien, debemos mirarnos a nosotros mismos. La realidad es que, por lo general, las cosas que más nos molestan en otros son las cosas que nosotros mismos tendemos a hacer. · Hermano, hermana, no manejes el carro de tu vida espiritual con el freno puesto. No estorbes tu propio crecimiento con una actitud moralista. Más bien, acércate humildemente a Jesús. En él hay gracia para cubrir todos tus errores, si los reconoces y confías en él. Si te fijas solamente en los errores de otros, jamás avanzarás. En cambio, si confrontas tu propio pecado y recibes el perdón de Dios para superarlo, crecerás y podrás ayudarles a otros también con sus problemas.
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