Juan Crisóstomo
I. Su vida
Vivió entre 350-407 d.C.
Nació en Antioquía, y predicó en esa ciudad; luego fue consagrado obispo (patriarca) de Constantinopla.
Se le considera uno de los mejores predicadores de la iglesia; sus sermones eran directos y sencillos. Practicó la exposición basada en el significado concreto del pasaje en lugar de practicar la alegoría común en Alejandría.
Sacó a la luz la sórdida corrupción de la política eclesiástica durante este periodo del imperio romano, en que el cristianismo se había convertido en la religión oficial y el estado y la iglesia estaban mezclados.
II. Su contribución
Juntamente con Teodoro (posteriormente de Mopsuestia) estudió bajo Diodoré, un maestro reconocido dentro de la iglesia, de quien aprendió la interpretación del significado concreto de la Escritura, tomando en cuenta el sentido gramático e histórico del texto.
Durante el año 387 d.C. el pueblo de Antioquía (donde Juan aún servía) cayó en desorden; con su predicación Juan dio consuelo a los creyentes, exhortándoles a su vez a la fidelidad.
Al llegar a ser obispo de Constantinopla (la segunda ciudad del imperio romano), Juan empezó a reformar la iglesia, que bajo su predecesor habia caído en la extravagancia y el vicio.
Debido a su oposición a los abusos dentro de la iglesia fue exiliado por el supuesto “sínodo del roble” en el año 403 d.C.; debido a la protesta popular, fue restaurado días después.
Poco después, sin embargo, fue exiliado nuevamente (luego de comparar a la emperatriz Eudoxia con Herodias), y murió durante el exilio.
Su doctrina fue ortodoxa, afirmando la Trinidad y las dos naturalezas de Cristo; su predicación fue práctica y bíblica.
III. Sus palabras
Nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar.
Los instrumentos de Dios son siempre los humildes.
En la tierra hasta la alegría suele parar en tristeza, pero para quien vive según Cristo, incluso las penas se truecan en gozo.
Los seguidores de Cristo viven contentos y alegres y se glorían de su pobreza más que los reyes de su diadema.
El amor que tiene por motivo a Cristo es firme, inquebrantable e indestructible. Nada, ni las calumnias, ni los peligros, ni la muerte ni cosa semejante será capaz de arrancarlo del alma. Quien asi ama, aún cuando tenga que sufrir cuanto se quiera, no dejará nunca de amar si mira el motivo por el que ama. El que ama por ser amado terminará con su amor apenas sufra algo desagradable; pero quien esta unido a Cristo jamás se apartará de ese amor.
I. Su vida
Vivió entre 350-407 d.C.
Nació en Antioquía, y predicó en esa ciudad; luego fue consagrado obispo (patriarca) de Constantinopla.
Se le considera uno de los mejores predicadores de la iglesia; sus sermones eran directos y sencillos. Practicó la exposición basada en el significado concreto del pasaje en lugar de practicar la alegoría común en Alejandría.
Sacó a la luz la sórdida corrupción de la política eclesiástica durante este periodo del imperio romano, en que el cristianismo se había convertido en la religión oficial y el estado y la iglesia estaban mezclados.
II. Su contribución
Juntamente con Teodoro (posteriormente de Mopsuestia) estudió bajo Diodoré, un maestro reconocido dentro de la iglesia, de quien aprendió la interpretación del significado concreto de la Escritura, tomando en cuenta el sentido gramático e histórico del texto.
Durante el año 387 d.C. el pueblo de Antioquía (donde Juan aún servía) cayó en desorden; con su predicación Juan dio consuelo a los creyentes, exhortándoles a su vez a la fidelidad.
Al llegar a ser obispo de Constantinopla (la segunda ciudad del imperio romano), Juan empezó a reformar la iglesia, que bajo su predecesor habia caído en la extravagancia y el vicio.
Debido a su oposición a los abusos dentro de la iglesia fue exiliado por el supuesto “sínodo del roble” en el año 403 d.C.; debido a la protesta popular, fue restaurado días después.
Poco después, sin embargo, fue exiliado nuevamente (luego de comparar a la emperatriz Eudoxia con Herodias), y murió durante el exilio.
Su doctrina fue ortodoxa, afirmando la Trinidad y las dos naturalezas de Cristo; su predicación fue práctica y bíblica.
III. Sus palabras
Nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar.
Los instrumentos de Dios son siempre los humildes.
En la tierra hasta la alegría suele parar en tristeza, pero para quien vive según Cristo, incluso las penas se truecan en gozo.
Los seguidores de Cristo viven contentos y alegres y se glorían de su pobreza más que los reyes de su diadema.
El amor que tiene por motivo a Cristo es firme, inquebrantable e indestructible. Nada, ni las calumnias, ni los peligros, ni la muerte ni cosa semejante será capaz de arrancarlo del alma. Quien asi ama, aún cuando tenga que sufrir cuanto se quiera, no dejará nunca de amar si mira el motivo por el que ama. El que ama por ser amado terminará con su amor apenas sufra algo desagradable; pero quien esta unido a Cristo jamás se apartará de ese amor.