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August 27th, 2023

27/8/2023

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El pacto de la santidad

  • Poco antes de que yo naciera, mis padres compraron una mascota. Fue un perrito salchicha llamado Corky. Pronto se convirtió en un miembro de la familia. Se quedaba en la casa con nosotros y jugaba conmigo. Un año, mis padres decoraron el árbol navideño con galletas. En una de las fotos de mi infancia, le estoy enseñando a Corky que no se las puede comer. Y no lo hizo.
  • Sin embargo, llegó el día en que Corky ya no pudo quedarse adentro con nosotros. A mi madre le diagnosticaron alergia a los perros, y su doctor le dijo que Corky ya no podría estar en la casa. Desde ese día, Corky se quedaba solo en el jardín. Y aunque salía a jugar con él y lo sacaba a pasear, ya no fue lo mismo. Ya no pudo ser parte de la familia como lo era antes.
  • Algo parecido sucedió entre nosotros y Dios, pero en un sentido mucho más profundo y grave. Dios nos creó para ser parte de su familia. Nos creó para que viviéramos con él, para que tuviéramos comunión con él y lo amáramos. Pero algo interrumpió esa convivencia. Nosotros pecamos, y la santidad de Dios no tolera el pecado.
  • En el caso de Corky, él no hizo nada para merecer su expulsión al jardín. Pero en nuestro caso, fuimos culpables de la separación. Decidimos por voluntad propia desobedecer a Dios. Desde ese momento, tenemos una inclinación en contra de Dios que nos lleva a hacer cosas que le ofenden.
  • La santidad de Dios es mucho más que una alergia. Él es luz pura, sin nada de sombra. El pecado le enfurece. Sin embargo, Dios seguía deseando estar en relación con nosotros. Nos sigue amando. Por lo tanto, su amor buscó la manera de estar en relación con los seres humanos.
  • Hemos llegado al cuarto pacto en la Biblia. Este pacto se trata de la santidad. Repasemos un poco. Los descendientes físicos de Abraham, la nación de Israel, habían estado en Egipto durante unos cuatrocientos años. Allí se habían multiplicado, pero también habían sido esclavizados. Dios, revelando su gran poder en las diez plagas, demostró su poder sobre los falsos dioses de Egipto.
  • Sacó a su pueblo y lo llevó a la misma montaña donde le había aparecido a Moisés. Ese monte se llama Sinaí, y también se conoce por el nombre Horeb. En el monte Sinaí, Dios estableció el cuarto pacto. Estableció su pacto con Israel, a través de su siervo Moisés.
  • Creo que muchos de nosotros sabemos algo acerca de las circunstancias de este pacto. Hemos oído del éxodo, cómo Dios abrió el mar para que los israelitas cruzaran. Conocemos los Diez Mandamientos, que fueron parte de ese pacto que Dios hizo con su pueblo a través de Moisés.
  • Pero muchas veces ignoramos el propósito de ese pacto. Me atrevo a decir que, al ignorar el propósito del pacto, perdemos de vista su esencia. El propósito del pacto que Dios hizo con Israel fue que él pudiera morar entre ellos. Desde que Adán y Eva desobedecieron a Dios, su presencia no había morado permanentemente con la humanidad. Pero ahora, él vendría a vivir entre su pueblo.
  • Cuando era niño, estábamos visitando a unos amigos cuando alguien comentó que, al frente de su casa, vivía una presentadora de televisión bastante conocida. De inmediato, su vecindad me pareció más especial. La presencia de una estrella significaba que no era un barrio cualquiera.
  • ¡Imagina cómo sería si Dios llegara a vivir en tu barrio! Dios mismo, el Dios del universo, ¡el Creador de todo! Eso es lo que les iba a suceder a los israelitas. Fue el propósito del pacto. El libro de Éxodo nos cuenta la historia de cómo salieron los israelitas de Egipto, como Dios los llevó al monte Sinaí y el pacto que hizo allí con ellos. Hasta allí, nos gusta leer el libro. Es divertido.
  • Pero luego, Dios comienza a describir con mucho detalle exactamente cómo quería que el pueblo construyera el tabernáculo. Ese fue el lugar donde Dios iba a morar entre ellos.  Varios capítulos lo describen en detalle. Luego, el libro toma varios capítulos más para repetir lo mismo, pero ya hecho.
  • A esas alturas, si estamos leyendo Éxodo, nos empezamos a dormir. Ignoramos que precisamente ése es el punto principal de todo esto. Dios iba a llegar a vivir con su pueblo. ¡Qué cosa más increíble! Ellos tendrían a Dios mismo entre ellos. Podrían hablar con él. Les daría muchas bendiciones. Tendrían su protección. Podrían darle las gracias por todo.
  • Sólo había una condición. Si el Dios santo iba a morar entre ellos, entonces el pueblo de Israel también tendría que ser un pueblo santo. Esto lo vemos en las palabras que Dios le dijo al pueblo cuando estableció su pacto con ellos. Éxodo 19:4-6 nos dice esto:
  • “Ustedes son testigos de lo que hice con Egipto y de que los he traído hacia mí como sobre alas de águilas. 5 Si ahora ustedes me son del todo obedientes y cumplen mi pacto, serán mi propiedad exclusiva entre todas las naciones. Aunque toda la tierra me pertenece, 6 ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”.
  • »Comunícales todo esto al pueblo de Israel».
  • Dios les estaba haciendo una oferta increíble. De todas las naciones de la tierra, ellos le pertenecerían a él. Serían su nación. Pero para que eso pasara, tenían que ser una nación santa. Serían santos en la medida en que cumplían el pacto y eran obedientes a Dios.
  • Las condiciones del pacto comenzaban con la fidelidad absoluta a Dios. Partiendo de allí, Dios esperaba que su pueblo también mostrara fidelidad y honestidad en su trato social – sin mentir, engañar o aprovecharse de los demás. Debían ser puros en sus relaciones personales. También debían guardar la pureza de su ambiente. Por ejemplo, no podían tener letrinas abiertas. Hasta en la comida y la vestimenta tenían que mantener la santidad.
  • Para los momentos en que fallaban, Dios les proveyó el sistema de sacrificios. Cuando hubiera algún pecado, la sangre de los animales sacrificados servía para limpiar la contaminación del pecado. Así se podía mantener la santidad del pueblo. Pero los sacrificios sólo servían para pecados inadvertidos. Dios no preparó un sistema que permitiera a la gente pecar a propósito sin consecuencias. El pacto era para un pueblo entregado a él.
  • Lastimosamente, el pueblo de Israel falló. De hecho, ya estaban fallando cuando Moisés recibió las tablas de los Diez Mandamientos. Hay dos errores en los que fácilmente caemos respecto a la ley. Uno de esos errores es el legalismo. Es el intento de guardar la ley de Dios en nuestra propia fuerza. El pueblo de Israel nos muestra que no es posible. Dijeron que iban a obedecer, pero pronto fallaron.
  • El otro error es el libertinaje. Es el error de tomar el perdón de Dios como un pretexto para el pecado. Es decir, Bueno, Dios me va a perdonar en lugar de tener siempre la santidad como meta.
  • El pueblo de Israel no logró guardar el pacto tan maravilloso que Dios hizo con ellos. Pero nosotros tenemos algo mucho mejor. Jesús es todo lo que el pacto de Moisés ofrecía, pero mejor. Él es el templo donde encontramos a Dios, porque es Dios con nosotros. Es nuestra ley, la ley perfecta. Es nuestro sacrificio, porque su sangre cubre todo nuestro pecado.
  • Es más, su Espíritu que mora en nosotros nos fortalece y capacita para que podamos vivir en santidad. No nos ganamos el favor de Dios con nuestra obediencia, sino que disfrutamos de su presencia cuando vivimos en santidad. Por la sangre de Jesús, somos santos. Por el Espíritu Santo, tenemos la capacidad de vivir en santidad. Así, nuestra vida y nuestro mundo son transformados.
  • ¿Cuál es la meta de tu vida? ¿Estás viviendo en la santidad a la que Dios te ha llamado en Jesucristo? Jesús murió para santificarte con su sangre. Busquemos la ayuda de su Espíritu para ser santos en todo. Seamos santos en nuestras finanzas. Seamos santos en el uso de nuestro cuerpo. Seamos santos en nuestra forma de hablar. La santidad es la única forma de acercarnos a Dios y la única manera de llegar a la verdadera sanidad del alma y del cuerpo.
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