· En cierta ocasión, me invitaron a predicar en una reunión de varones un sábado por la noche. La invitación me llegó a última hora, así que me preparé rápidamente y me fui a la reunión. Se trataba de un grupo de varones, y la reunión era entre semana, así que me imaginé que la vestimenta sería informal. Me puse unos pantalones de mezclilla y una camiseta, y campante me fui a la reunión.
· Cuando llegué, para mi sorpresa, todos estaban vestidos de saco y corbata. Con mi ropa informal, ¡parecía gorrión en una junta de pavos reales! Desde aquel entonces, cuando recibo una invitación para predicar, siempre pregunto cuál es la vestimenta adecuada para el evento. · En cada situación, es importante saber cuál es el atavío correcto. También es importante conocer el comportamiento correcto para el lugar. Todos hemos visto casos de personas que no se estaban portando de la manera adecuada para el lugar en el que estaban. El turista estadounidense, con su voz de trueno y su ropa estrambótica, sobresale en cualquier lugar. · Ahora bien, si cada lugar y situación en la tierra tiene ciertas expectativas de comportamiento y de actitud, ¿qué espera Dios de los que desean vivir en su reino? ¿Cuál es el comportamiento adecuado, y cuáles son las actitudes apropiadas? ¿Cómo es la vida en el reino de Dios? · En cierto momento, Jesús respondió a esta pregunta. Su ministerio se encontraba en pleno auge. Después de ministrar personalmente en la región de Judá, había regresado a Galilea para realizar varias giras de predicación. Cada vez más gente lo seguía, algunos cautivados por los milagros que hacía y otros fascinados con sus enseñanzas. · En cierta ocasión, Jesús subió a la ladera de una montaña, acompañado por una gran multitud de gente. Las colinas de su tierra no estaban cubiertas de bosque, por lo general; más bien, había una mezcla de rocas y pasto. Jesús se sentó para enseñar, como era la costumbre en aquel día. · Hoy, en un aula de clase, los alumnos se sientan y el maestro está de pie, pero en el día de Jesús, se acostumbraba lo opuesto. El maestro se sentaba, en señal de su autoridad, y los alumnos se disponían a escucharlo. Jesús estaba sentado, entonces, quizás sobre una piedra grande, y sus seguidores más dedicados – sus discípulos – se acercaron para escucharlo. · ¿Qué les comenzará a enseñar? Jesús les habla de la vida en su reino. Les enseña cómo se debe vivir si uno pertenece al reino de Dios. Para entender cómo es la vida para los que pertenecen al reino de Dios, primero tenemos que considerar cómo es la vida en este mundo. ¿Quiénes son las personas que el mundo halaga? · El mundo adula a los ricos, envidiando sus riquezas. Siempre quiere acompañar a los alegres, aunque sólo sea la alegría fugaz del alcohol. Los que se creen muy importantes fácilmente encuentran seguidores. Los listos se salen con la suya. Los egoístas parecen no sufrir por los infortunios de otros. Los pícaros son el centro de atención en las fiestas. Los peleoneros imponen su voluntad sobre otros. Todo el mundo se quiere acercar a los poderosos. · Así es la vida bajo el sistema de este mundo. Pero si nosotros queremos vivir bajo el reino de Dios, todo tiene que ser diferente. Veamos ahora lo que Jesús nos dice sobre esto en Mateo 5:1-12. Cuando vio a las multitudes, subió a la ladera de una montaña y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, 2 y tomando él la palabra, comenzó a enseñarles diciendo: 3 «Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece. 4 Dichosos los que lloran, porque serán consolados. 5 Dichosos los humildes, porque recibirán la tierra como herencia. 6 Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. 7 Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión. 8 Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. 9 Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. 10 Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les pertenece. 11 »Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias. 12 Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los profetas que los precedieron a ustedes. (NVI) · ¿Te puedes imaginar la sorpresa de los que escucharon estas palabras? Ellos decían: ¿Dichosos… los pobres? ¿Dichosos… los que lloran? ¡Qué extraño! No dejan de sorprender estas palabras de Jesús, porque van en contra de lo que estamos acostumbrados a pensar. Pero Jesús ve lo que nosotros no vemos. Él ve las cosas como son, y por eso nos enseña a mirar las cosas de una manera diferente. · Este mundo está viviendo tiempo prestado. Este mundo de maldad, con toda su avaricia y orgullo y sensualidad, se está terminando. Dios está trayendo un mundo nuevo de justicia, amor y pureza. ¿En cuál quieres vivir? Si vivimos conforme a los valores de este mundo, también nos terminaremos con él. En cambio, si vivimos ya en el reino de Dios, disfrutaremos su plena venida. · Este mundo se parece a un estudiante que tiene que presentar un examen. La noche anterior, se la pasa de parranda, festejando con sus amigos. Dime: ¿cómo se sentirá cuando está de parranda? ¡Tranquilo! ¡Muy quitado de la pena! Pero por la mañana, su actitud será totalmente diferente. Llegará la hora del examen, y no podrá pensar ni recordar nada. · Todo lo que el mundo ofrece dura sólo un rato, pero luego viene el cobro. El precio del pecado es muy alto. Por eso, nos conviene rechazar la manera de pensar de este mundo y abrazar la mente de Cristo. Si queremos vivir en el reino de Dios, entonces, la primera cosa que tenemos que hacer es reconocer nuestra necesidad. · Jesús dice: Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece. No hay diferencia entre el reino de Dios y el reino de los cielos. El reino de Dios pertenece, dice Jesús, a los pobres en espíritu. Esta es la persona que reconoce su necesidad. En lugar de decir: Yo no necesito a nadie, el pobre en espíritu reconoce que ha pecado y necesita el perdón de Dios. · Esta es la persona que llora. ¿Por qué llora? ¿Llora porque no acertó en los números ganadores de la lotería? No, llora por el pecado. En lugar de justificarse o decir que todo el mundo lo hace, lamenta la manera en que le ha fallado a Dios. ¿Lloras por tu pecado? Si lo haces, Jesús dice que serás consolado. Dios mismo te dará su perdón y su consuelo. · En resumen, son los humildes – no los orgullosos y creídos, sino los que se humillan ante Dios – quienes se quedarán con todo. El reino de Dios pertenece a los que tienen una actitud sencilla y obediente delante de él. Cuando eres humilde, no tienes que vivir obsesionado por lo tuyo. · Hace poco tuve una experiencia interesante. Estaba volando con otro pastor, y se nos canceló el vuelo. Era urgente llegar a nuestro destino lo más pronto posible, porque iba a dar una clase. Los asientos en el vuelo del día siguiente eran contados, así que este pastor se puso en la cola y empezó a reclamarle a la representante de la aerolínea. Gracias a sus esfuerzos, nos dieron los últimos dos asientos, y pudimos llegar a nuestro destino justo a tiempo. · El hecho de reclamar no significa que uno no sea humilde. En esa situación, fue necesario hacerlo. Pero la razón del reclamo nacía de la urgencia de llegar para realizar un servicio al Señor. No fue cuestión de decir, No nos pueden tratar así. No fue cuestión de orgullo o vanidad. La persona orgullosa constantemente reclama sus derechos, porque siente la necesidad de defender su ego. La persona humilde sólo reclama sus derechos cuando hay alguna necesidad más allá de su propia vanidad que le obliga a hacerlo. · Para vivir en el reino de Dios, entonces, debes reconocer tu necesidad. Esto te llevará a vivir en humildad y sencillez, a lamentar tu pecado delante de Dios y recibir el consuelo que él te da por la cruz de Cristo. La segunda cosa esencial para vivir en el reino de Dios es entender que no se trata de ti. ¡No se trata de ti! · Jesús dice: Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia. La justicia puede significar muchas cosas, pero en este caso, se refiere a la vida justa que Dios desea. Cuando tienes hambre y sed de justicia, descubrirás que Dios te satisface. En cambio, cuando todos tus deseos se relacionan con las cosas de este mundo, encontrarás que nada es suficiente. · Igualmente, cuando ves las necesidades de otros con ojos de compasión, en lugar de preocuparte sólo por lo que a ti te interesa, recibirás también la compasión de Dios. Y cuando cultivas un corazón limpio – un corazón que se enfoca en lo importante y desecha el engaño y la falsedad – comenzarás a ver claramente quién es Dios. · En tercer lugar, para vivir en el reino de Dios, debes estar dispuesto a entregarlo todo por Jesús. El precio que uno está dispuesto a pagar por cualquier cosa depende de su valor. ¿Cuánto vale conocer a Jesús? Vale hasta la vida misma. Es por eso que Jesús dice que somos dichosos cuando somos perseguidos. No es que la persecución sea buena en sí; es que demuestra que somos de él. · De igual manera, estaremos dispuestos a trabajar por la paz, aunque nos cueste a nosotros. No nos importará que digan toda clase de cosas acerca de nosotros, porque las calumnias nos identifican como verdaderos hijos de Dios. También sus profetas así fueron calumniados. · ¿Por qué nos llama Jesús a estas cosas? Simplemente porque nos ama. La primera palabra en todas estas frases es dichoso. La dicha es la felicidad que proviene de la bendición de Dios. Es el bienestar que sólo Dios nos puede dar. Él no quiere que suframos la separación de él. · Más bien, Dios desea que todos nos reconciliemos con él. ¿Cómo lo vamos a hacer? Sólo puede suceder cuando nos arrepentimos de corazón y ponemos nuestra fe en Jesús. Lo que Jesús describe aquí es el corazón arrepentido de la persona que ha entrado al reino de Dios por la fe en él. · En cierta ocasión, un predicador anunció que su mensaje se trataría del amor de Dios. Cuando llegó la hora del mensaje, no pronunció palabra alguna. Simplemente se puso de pie frente a la congregación al lado de una enorme cruz. Con una luz en la mano, alumbró los dos enormes clavos que brotaban de cada extremo del travesaño, bañados en sangre. · Luego alumbró el clavo que había sujetado los pies. Después apagó la luz, y se sentó. ¿Qué más había que decir? La cruz lo dice todo. Cristo te llama a esta vida porque él te ama. Lo demostró muriendo en la cruz por ti. ¿Cómo responderás a su demostración de amor? ¿Escogerás la vida que él te ofrece, o seguirás tu propio camino?
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