Alcuino
I. Su vida
Vivió entre 735-804 d.C.
Fue criado en el monasterio de York, en Inglaterra.
Fue director de la escuela de la catedral de York durante quince años.
Luego de conocer al emperador Carlos Magno, se convirtió en tutor de la casa real y bibliotecario. Después de nueve años regreso a York, donde se dedicó a escribir.
Vivió sus últimos años en San Martin de Tours, donde sirvió de abad y reorganizó la escuela de la abadía.
II. Su contribución
Durante los siglos que precedieron la vida de Alcuino el estudio languideció; bajo el patrocinio de Carlos Magno, Alcuino encabezó un avivamiento del estudio y el conocimiento.
Carlos Magno unificó el centro de Europa y, en el año 800, recibió del papa el título de emperador de Roma (aunque el papa no tenía ninguna autoridad constitucional para otorgar este título). Su imperio no duro mucho tiempo después de su muerte, pero representa el inicio de la Europa moderna.
Alcuino apoyó el proyecto de Carlos Magno de educar a la población, pues sólo así se podría extirpar la idolatría y la superstición que aún dominaban grandes partes del pueblo europeo.
Alcuino dijo que el evangelio es tan sencillo que un niño lo puede entender, pero que la madurez de la fe requiere del entendimiento. El entendimiento es función de la razón, pero la razón humana puede ser herramienta tanto de la herejía como de la sana doctrina.
Durante la vida de Alcuino surgió en España la falsa doctrina llamada adopcionismo. Esta doctrina enseña que Cristo no es el eterno Hijo de Dios, sino que en algún momento fue adoptado como hijo. Uno de los obispos que enseñó esta doctrina, Félix de Urgel, declaró que los argumentos de Alcuino lo habían convencido para que aceptara la doctrina bíblica de la eterna generación del Hijo.
Aunque el imperio carolingio que Alcuino apoyó no duró muchos años, el énfasis renovado sobre el estudio académico fue duradero.
III. Sus palabras
No escucharemos a aquellas personas que suelen decir que la voz del pueblo es la voz de Dios, ya que el alboroto de la multitud siempre está muy cerca de la locura.
I. Su vida
Vivió entre 735-804 d.C.
Fue criado en el monasterio de York, en Inglaterra.
Fue director de la escuela de la catedral de York durante quince años.
Luego de conocer al emperador Carlos Magno, se convirtió en tutor de la casa real y bibliotecario. Después de nueve años regreso a York, donde se dedicó a escribir.
Vivió sus últimos años en San Martin de Tours, donde sirvió de abad y reorganizó la escuela de la abadía.
II. Su contribución
Durante los siglos que precedieron la vida de Alcuino el estudio languideció; bajo el patrocinio de Carlos Magno, Alcuino encabezó un avivamiento del estudio y el conocimiento.
Carlos Magno unificó el centro de Europa y, en el año 800, recibió del papa el título de emperador de Roma (aunque el papa no tenía ninguna autoridad constitucional para otorgar este título). Su imperio no duro mucho tiempo después de su muerte, pero representa el inicio de la Europa moderna.
Alcuino apoyó el proyecto de Carlos Magno de educar a la población, pues sólo así se podría extirpar la idolatría y la superstición que aún dominaban grandes partes del pueblo europeo.
Alcuino dijo que el evangelio es tan sencillo que un niño lo puede entender, pero que la madurez de la fe requiere del entendimiento. El entendimiento es función de la razón, pero la razón humana puede ser herramienta tanto de la herejía como de la sana doctrina.
Durante la vida de Alcuino surgió en España la falsa doctrina llamada adopcionismo. Esta doctrina enseña que Cristo no es el eterno Hijo de Dios, sino que en algún momento fue adoptado como hijo. Uno de los obispos que enseñó esta doctrina, Félix de Urgel, declaró que los argumentos de Alcuino lo habían convencido para que aceptara la doctrina bíblica de la eterna generación del Hijo.
Aunque el imperio carolingio que Alcuino apoyó no duró muchos años, el énfasis renovado sobre el estudio académico fue duradero.
III. Sus palabras
No escucharemos a aquellas personas que suelen decir que la voz del pueblo es la voz de Dios, ya que el alboroto de la multitud siempre está muy cerca de la locura.