¿Cómo experimento el perdón de Dios?
Desde Colombia nos escribe A.M.: ¿Cómo pedir a Jesús que quite de nosotros aquello que no le gusta? ¿Cómo sentir que Jesús nos limpia y perdona de nuestro pecado?
Respuesta:
El libro de 1 Juan fue escrito precisamente para ayudar al creyente con esta clase de pregunta. Juan mismo nos dice cuál es su motivo en escribir: Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios. (1 Juan 5:13) Mientras que el evangelio de Juan fue escrito para llevar al lector a creer en Jesús para recibir la salvación (ver Juan 20:31), la primera carta de Juan fue escrita para ayudar al creyente a tener la seguridad de su salvación (para que sepáis que tenéis vida eterna) y para profundizarlo en su fe (para que creáis en el nombre del Hijo de Dios). Cualquier creyente puede beneficiarse de leer 1 Juan en su totalidad, pues es una carta escrita para cada uno de nosotros.
¿Qué nos dice 1 Juan acerca de la pregunta que plantea nuestra hermana? Primeramente, esta carta nos habla de la centralidad de la confesión en la vida del creyente. En un verso frecuentemente mal-citado, dice 1 Juan 1:9: Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. ¿Por qué digo que este versículo frecuentemente es mal-citado? Simplemente porque acostumbramos muchas veces citarlo a no-creyentes, diciéndoles que reconozcan su pecado y vengan a Cristo para recibir la salvación. Sin embargo, como ya hemos visto, Juan está escribiendo a creyentes, no a incrédulos. Este verso, entonces, es para nosotros. Aquí Juan nos dice que lo que tenemos que hacer para recibir la limpieza y el perdón de nuestros pecados es confesarlos. Es triste que, para muchas personas, la confesión se haya convertido en un acto religioso; piensan en ir a un sacerdote y hacer una lista de sus fallas para cumplir con su obligación religiosa. La confesión que Dios desea de nosotros es algo del corazón. Si queremos la limpieza y la libertad que Dios desea para nosotros, tenemos que llegar ante él con nuestros pecados y reconocer sinceramente que le hemos fallado. Tenemos que nombrar lo que hemos hecho, y reconocer ante Dios que no hemos obedecido como deberíamos haberlo hecho. Haciendo esto, recibimos entonces el perdón que Cristo nos consiguió con su muerte en la cruz. Durante este proceso de confesión, puede ser útil visualizar que estamos poniendo nuestros pecados sobre el altar, o clavándolos en la cruz, donde la sangre de Jesús los cubre.
Además de confesar a Dios, es útil también confesar nuestros pecados a otros; esto nos lo dice Santiago. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. (Santiago 5:16) Si enfrentamos un pecado que está profundamente arraigado en nuestra vida, debemos buscar a un creyente maduro para confesarle nuestras ofensas, y pedirle que ore por nosotros. Nuestra confesión y su oración serán
poderosas.
Si hemos pecado contra otra persona, debemos confesarle también nuestro pecado y pedirle perdón. Dentro de nuestras posibilidades, también debemos hacer restitución por nuestro pecado. Aquí Zaqueo nos da el ejemplo - Lucas 19:1-10. Por medio de este proceso de confesión, primeramente a Dios, y luego (en algunos casos) a otros, generalmente experimentaremos una gran liberación. ¿Qué sucede, sin embargo, si nuestro corazón no experimenta el gozo del perdón? Juan también se dirige a esta situación. Nos dice lo siguiente: Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él. (1 Juan 3:18-22) Si nuestro corazón nos reprende, es decir, si después de hacer lo que Dios nos pide, aún sentimos pena ante Dios, podemos confirmar nuestro corazón mirando las evidencias de amor en nuestra vida. En otras palabras, el amor que Dios nos está motivando a mostrar a otros sirve como prueba de que le hemos conocido a él. En cambio, cuando llegamos al punto de la madurez, y nuestro corazón no nos reprende, entonces podremos ver respuestas extraordinarias a nuestras oraciones. Todos pasaremos por esa etapa de duda, de que nuestro corazón nos reprende; pero experimentando y expresando el amor de Dios, podremos progresar a la madurez.
¡Qué gozo es vivir con el corazón limpio y confiado! Esforcémonos por mantener las cuentas claras con Dios, y así poder disfrutar de su perdón y su pureza en nuestra vida.
Pastor Tony Hancock
Desde Colombia nos escribe A.M.: ¿Cómo pedir a Jesús que quite de nosotros aquello que no le gusta? ¿Cómo sentir que Jesús nos limpia y perdona de nuestro pecado?
Respuesta:
El libro de 1 Juan fue escrito precisamente para ayudar al creyente con esta clase de pregunta. Juan mismo nos dice cuál es su motivo en escribir: Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios. (1 Juan 5:13) Mientras que el evangelio de Juan fue escrito para llevar al lector a creer en Jesús para recibir la salvación (ver Juan 20:31), la primera carta de Juan fue escrita para ayudar al creyente a tener la seguridad de su salvación (para que sepáis que tenéis vida eterna) y para profundizarlo en su fe (para que creáis en el nombre del Hijo de Dios). Cualquier creyente puede beneficiarse de leer 1 Juan en su totalidad, pues es una carta escrita para cada uno de nosotros.
¿Qué nos dice 1 Juan acerca de la pregunta que plantea nuestra hermana? Primeramente, esta carta nos habla de la centralidad de la confesión en la vida del creyente. En un verso frecuentemente mal-citado, dice 1 Juan 1:9: Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. ¿Por qué digo que este versículo frecuentemente es mal-citado? Simplemente porque acostumbramos muchas veces citarlo a no-creyentes, diciéndoles que reconozcan su pecado y vengan a Cristo para recibir la salvación. Sin embargo, como ya hemos visto, Juan está escribiendo a creyentes, no a incrédulos. Este verso, entonces, es para nosotros. Aquí Juan nos dice que lo que tenemos que hacer para recibir la limpieza y el perdón de nuestros pecados es confesarlos. Es triste que, para muchas personas, la confesión se haya convertido en un acto religioso; piensan en ir a un sacerdote y hacer una lista de sus fallas para cumplir con su obligación religiosa. La confesión que Dios desea de nosotros es algo del corazón. Si queremos la limpieza y la libertad que Dios desea para nosotros, tenemos que llegar ante él con nuestros pecados y reconocer sinceramente que le hemos fallado. Tenemos que nombrar lo que hemos hecho, y reconocer ante Dios que no hemos obedecido como deberíamos haberlo hecho. Haciendo esto, recibimos entonces el perdón que Cristo nos consiguió con su muerte en la cruz. Durante este proceso de confesión, puede ser útil visualizar que estamos poniendo nuestros pecados sobre el altar, o clavándolos en la cruz, donde la sangre de Jesús los cubre.
Además de confesar a Dios, es útil también confesar nuestros pecados a otros; esto nos lo dice Santiago. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. (Santiago 5:16) Si enfrentamos un pecado que está profundamente arraigado en nuestra vida, debemos buscar a un creyente maduro para confesarle nuestras ofensas, y pedirle que ore por nosotros. Nuestra confesión y su oración serán
poderosas.
Si hemos pecado contra otra persona, debemos confesarle también nuestro pecado y pedirle perdón. Dentro de nuestras posibilidades, también debemos hacer restitución por nuestro pecado. Aquí Zaqueo nos da el ejemplo - Lucas 19:1-10. Por medio de este proceso de confesión, primeramente a Dios, y luego (en algunos casos) a otros, generalmente experimentaremos una gran liberación. ¿Qué sucede, sin embargo, si nuestro corazón no experimenta el gozo del perdón? Juan también se dirige a esta situación. Nos dice lo siguiente: Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él. (1 Juan 3:18-22) Si nuestro corazón nos reprende, es decir, si después de hacer lo que Dios nos pide, aún sentimos pena ante Dios, podemos confirmar nuestro corazón mirando las evidencias de amor en nuestra vida. En otras palabras, el amor que Dios nos está motivando a mostrar a otros sirve como prueba de que le hemos conocido a él. En cambio, cuando llegamos al punto de la madurez, y nuestro corazón no nos reprende, entonces podremos ver respuestas extraordinarias a nuestras oraciones. Todos pasaremos por esa etapa de duda, de que nuestro corazón nos reprende; pero experimentando y expresando el amor de Dios, podremos progresar a la madurez.
¡Qué gozo es vivir con el corazón limpio y confiado! Esforcémonos por mantener las cuentas claras con Dios, y así poder disfrutar de su perdón y su pureza en nuestra vida.
Pastor Tony Hancock