PASTOR TONY HANCOCK
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Hechos y palabras

1/31/2021

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  • ¿Alguna vez has tenido una uña encarnada? ¡Cómo duele! Esa condición generalmente se da cuando usamos zapatos muy apretados. En lugar de crecer hacia afuera, como debe ser, la uña se dobla y comienza a crecer hacia adentro. Como no fue diseñada para ser así, causa dolor e hinchazón.
  • De la misma manera, me atrevo a decir que hay iglesias encarnadas. ¿A qué me refiero? Dios llama a su pueblo a crecer hacia afuera. La iglesia que Jesucristo fundó no es un grupo que existe para su propio beneficio. Es una familia que existe para extenderse y abrazar siempre a más personas.
  • Por eso, la última parte de nuestro lema dice que somos una iglesia que alcanza. Cuando cumplimos con esa parte de nuestro propósito como familia de Dios, hay bendición. Hay alegría. Una iglesia que está alcanzando a personas nuevas es una iglesia fresca y viviente. En cambio, la iglesia que sólo mira hacia adentro se frustra. Se vuelve una iglesia encarnada.
  • ¿Cómo, entonces, podemos cumplir nuestra misión de ser una iglesia que alcanza? Nuestra misión tiene dos partes, como unas tijeras. Funcionan mucho mejor cuando se usan juntas. Hay un refrán muy conocido que dice, Hechos no palabras. Pero si vamos a cumplir nuestra misión como iglesia, necesitamos hechos y palabras.
  • Jesús nos habla de la importancia de nuestros hechos en una conversación que tuvo con un experto en la ley judía. Este hombre quiso poner a prueba a Jesús, así que le preguntó qué tenía que hacer para heredar la vida eterna. Jesús le devolvió la pregunta. ¿Cómo lo ves tú? – le preguntó.
  • Lucas 10:27 nos da su respuesta. Como respuesta el hombre citó: —“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”, y: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. (NVI)
  • Jesús lo felicitó por su respuesta. Haz esto y vivirás, le dijo. Tenemos que entender que Jesús no le estaba diciendo que se podía salvar por sus obras. El mismo Antiguo Testamento declara, por ejemplo, que el justo vivirá por la fe. También nos dice que Abraham, el padre de la nación judía, fue aceptado por su fe.
  • Pero la verdadera fe se expresa en amor. Gálatas 5:6 dice: En Cristo Jesús de nada vale estar o no estar circuncidados; lo que vale es la fe que actúa mediante el amor. (NVI) No son las obras de la ley las que salvan. Es la fe en Jesús, que transforma nuestro corazón y nos motiva a amar. El amor que demostramos hacia Dios y hacia los demás revela que nuestra fe es verdadera y que somos salvos.
  • El experto en la ley contestó tu propia pregunta, pero todavía quería justificarse. Por eso, le preguntó a Jesús: ¿Quién es mi prójimo? Trataba de limitar su propia responsabilidad. Seguramente Jesús le diría que sus prójimos eran los de su propia religión, su propia raza, su propio pueblo.
  • En respuesta, Jesús le contó una historia. Es la historia de un hombre que viajaba por el camino de Jerusalén a Jericó. Este camino iba en bajada, con muchas curvas y peñascos donde solían esconderse los bandidos. A este pobre hombre los maleantes le cayeron encima dándole una golpiza, le quitaron todo lo que traía y lo dejaron por muerto a medio camino.
  • La primera persona en llegar después del asalto fue un sacerdote. Este hombre servía a Dios. Debía conocer a la perfección sus leyes. Pero por razones que sólo él sabía, cruzó al otro lado del camino y dejó solo al hombre herido. Luego pasó un levita. Este hombre también servía en el templo, manejando los artículos de valor que se usaban para adorar a Dios.
  • Pero él no vio el valor de ese hombre creado a la imagen de Dios, y también pasó de largo. Finalmente, llegó un samaritano. Los samaritanos y los judíos no se llevaban entre sí. Por razones históricas, se odiaban. En otro lugar, la Biblia nos dice que ni siquiera usaban los mismos utensilios. Si un samaritano usaba un vaso para beber, un judío jamás lo tocaría, aunque se lavara.
  • Pero este samaritano no vio las diferencias que lo separaban de aquel hombre. Lo vio como su prójimo. Lo levantó y lo puso sobre su burro. Le lavó las heridas con vino para desinfectarlas, y las untó con aceite para sanarlas. Luego llevó al hombre a un mesón y lo dejó bajo el cuidado del mesonero, pagando sus gastos.
  • Después de contar esta historia, Jesús le preguntó al experto en la ley: ¿Quién fue el prójimo de este hombre? El experto ni siquiera podía pronunciar la palabra samaritano. Simplemente dijo que había sido el que se compadeció de él. Ese samaritano nos demuestra lo que significa poner el amor en acción.
  • Aunque el hombre herido no fue de su pueblo ni de su religión, el samaritano lo ayudó. No trató de resolver todos sus problemas; no se puso a indagar en el pasado del hombre, ni a saber por qué andaba por ese camino. Simplemente hizo lo que pudo, en la situación en la que se encontró. Así debemos hacer también nosotros como individuos.
  • Si como iglesia vamos a mostrar con hechos al mundo que nos rodea el amor de Dios, tenemos que hacer lo mismo. Tenemos que ver las necesidades que tenemos en frente y hacer lo que esté a nuestro alcance, motivados por el amor de Dios. De varias maneras, ya lo hacemos. Pero estoy convencido de que Dios tiene más para nosotros. ¿Sabe nuestra comunidad que nos interesamos por ellos? ¿Sabe que nuestra iglesia la ama?
  • Quiero invitarles a comenzar a orar y pedirle a Dios que nos abra los ojos a las necesidades de la comunidad que nos rodea. Él no nos llama a resolver los problemas de todos, porque no podemos. Pero seguramente hay cosas prácticas que podemos hacer para demostrar el amor de Dios. Unámonos en oración y pidámosle a Dios que nos muestre qué podemos hacer.
  • Hemos hablado de los hechos que Jesús nos llama a realizar para demostrar el amor de Dios. Pero también hacen falta palabras. Si solamente hacemos buenas obras para mostrar el amor de Dios, pero nunca explicamos por qué las estamos haciendo, las personas sólo pensarán que somos buena gente. Por eso, Jesús nos dejó una comisión. La encontramos en Mateo 28:19-20.
  • Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. (NVI)
  • Estas son las últimas palabras de Jesús antes de ir al cielo. Jesús nos ha dejado un encargo. Solamente nosotros podemos llevar el mensaje de salvación a las personas que no conocen a Jesús. Tenemos que mostrarles el amor de Dios, pero también tenemos que hablarles del amor de Dios.
  • El encargo del evangelio es un honor. En los pueblos que veneran a las imágenes, se considera un honor ser uno de los portadores de la imagen durante su desfile. Sin embargo, esas imágenes no tienen poder. Son mudos, ciegos y sordos. Nosotros, en cambio, hemos sido comisionados para portar el mensaje del poderoso evangelio que salva y transforma vidas. ¡Qué maravilloso encargo!
  • Para que este encargo se cumpla, algunos tendrán que ir a otros lugares. Tendremos que enviar misioneros a los países donde la iglesia no se ha establecido bien. Debemos apoyarlos con nuestras oraciones y nuestras ofrendas. Pero todos podemos hacer discípulos en el lugar donde estamos.
  • Cumplimos esta comisión cuando compartimos el evangelio con otros. Los que reciben el mensaje reciben a Cristo y se bautizan. Pero allí no se acaba el asunto. También tenemos que ayudarles a crecer en su fe, enseñándoles a obedecer lo que Jesús nos ha mandado. No tenemos que convertir esto en algo complicado.
  • Más bien, debemos orar por los nuevos creyentes, animarlos a ser fieles a la iglesia, hablarles de lo que significa ser creyente y compartir nuestras experiencias. Así crecen en la fe. Así cumplimos el encargo que nos dejó Jesús.
  • Ahora tenemos que decidir. ¿Seremos una iglesia que alcanza a los de afuera, con hechos y palabras? Oremos para que el Señor nos muestre cómo podemos dar ayuda a los que nos rodean. Oremos también para que él nos abra los ojos a nuestros vecinos que no conocen el evangelio. Entreguémonos en manos de Dios para hacer su voluntad. Levanta tu mirada, y deja que Dios te use.
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