PASTOR TONY HANCOCK
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La alegría del perdón

3/31/2019

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  • ¿Cuál ha sido el momento más alegre de tu vida?  Quizás fue en el hospital, cuando miraste a tu hijo recién nacido a la cara y tomaste ese milagro entre tus brazos.  Quizás fue el día en que esa persona especial te dijo que sí, que se casaría contigo.  Quizás vino después de algún desastre, cuando te diste cuenta de que todo iba a estar bien.
  • Hay momentos de gran alegría en la vida, pero hoy quiero hablarte de otra clase de alegría.  Esta alegría no depende de alguna circunstancia u ocasión feliz.  Tampoco depende del dinero o de las posesiones.  No es producto del ser humano, con sus sentimientos volubles y traicioneros.  Me refiero a la alegría del perdón.
  • El rey David experimentó esta alegría en su propia vida.  A pesar de ser un hombre sensible a la voz de Dios, un gran adorador y un buen rey, David cometió un pecado grotesco.  Ante la convicción de Dios, sintió el tremendo peso de su pecado.  Sintió la carga de haberle fallado al Dios que le había dado todo.
  • ¿Has sentido la carga del pecado?  ¿Has sentido la tristeza de haberle fallado a Dios?  ¿Has sentido la vergüenza de las cosas que has hecho?  Si es así, también puedes experimentar – como David – la alegría del perdón.  Él nos dejó un salmo que describe su experiencia, y que nos da consejos para que nosotros también podamos sentir esa alegría.  Es el Salmo 32.
Dichoso aquel
    a quien se le perdonan sus transgresiones,
    a quien se le borran sus pecados.
2 Dichoso aquel
    a quien el Señor no toma en cuenta su maldad
    y en cuyo espíritu no hay engaño.
3 Mientras guardé silencio,
    mis huesos se fueron consumiendo
    por mi gemir de todo el día.
4 Mi fuerza se fue debilitando
    como al calor del verano,
porque día y noche
    tu mano pesaba sobre mí. Selah
5 Pero te confesé mi pecado,
    y no te oculté mi maldad.
Me dije: «Voy a confesar mis transgresiones al Señor»,
    y tú perdonaste mi maldad y mi pecado. Selah
6 Por eso los fieles te invocan
    en momentos de angustia;
caudalosas aguas podrán desbordarse,
    pero a ellos no los alcanzarán.
7 Tú eres mi refugio;
    tú me protegerás del peligro
    y me rodearás con cánticos de liberación. Selah
8 El Señor dice:
«Yo te instruiré,
    yo te mostraré el camino que debes seguir;
    yo te daré consejos y velaré por ti.
9 No seas como el mulo o el caballo,
    que no tienen discernimiento,
y cuyo brío hay que domar con brida y freno,
    para acercarlos a ti».
10 Muchas son las calamidades de los malvados,
    pero el gran amor del Señor
    envuelve a los que en él confían.
11 ¡Alégrense, ustedes los justos;
    regocíjense en el Señor!
¡canten todos ustedes,
    los rectos de corazón!
  • Es una gran alegría recibir el perdón de Dios.  Trae bienestar y tranquilidad a nuestra vida.  ¿Cómo podemos alcanzar esa dicha?  Los versos 3 al 6 nos dan la respuesta.  Recibimos la dicha del perdón por medio de la confesión.  Mientras no confesemos, no seremos perdonados.  En cambio, cuando abrimos nuestro corazón con sinceridad ante el Señor, su perdón nos llega.
  • David nos cuenta cómo se sentía mientras no confesaba al Señor su pecado.  Sentía que sus huesos se iban consumiendo.  Los huesos dan fuerza al cuerpo.  Sin huesos, los músculos no pueden trabajar.  Sin huesos, el cuerpo se convierte en una masa inerte.  Así el pecado que no confesamos nos deja espiritualmente, psicológicamente y hasta físicamente desvalidos.
  • David sentía que su fuerza se iba consumiendo, como por el sol del verano.  ¿Conoces esa sensación de estar trabajando afuera a pleno sol, y sientes que ya no puedes más?  Tu cuerpo parece un fideo cocido.  Parece que todas tus fuerzas se han ido.  Así, dice David, se nos van las fuerzas cuando no confesamos nuestro pecado.
  • Sin confesión, no hay sanación; pero cuando confesamos, hay restauración.  Esa confesión tiene que ser sincera.  No te oculté mi maldad, dice David.  A veces hacemos una confesión muy general y sin verdadero arrepentimiento.  Si te ofendí en algo, perdóname, le decimos a Dios.  Pero no examinamos nuestro corazón.  No le damos nombre a nuestro pecado.  Sólo hay restauración cuando hay confesión sincera.
  • La confesión también significa reconocer nuestro pecado de manera personal.  Observa cómo David repite esta idea: mi pecado… mi maldad… mis transgresiones… mi maldad… mi pecado.  Muchas veces tratamos de zafarnos de nuestra responsabilidad hablando del pecado de otros.  Señor, tú sabes que hoy perdí la paciencia, pero es que realmente me sacan de quicio.  Ya ves lo que me dicen…
  • Terminamos confesando los pecados de los demás, en lugar de reconocer y aceptar nuestra propia responsabilidad.  Nos cuesta y nos duele, pero sólo podremos conocer la dicha del perdón si primero experimentamos la sinceridad en la confesión.  Por eso, confiesa tus pecados al Señor.  Dile la verdad.  No hagas pretextos.  Ábrele tu corazón.
  • Cuando lo haces, descubrirás que él es un Dios que realmente perdona.  No es como el ser humano, que te dice que te perdona, pero al rato te está cobrando lo que hiciste.  Puedes confiar en él.  Por eso, dice el verso 6, los fieles invocan a Dios en momentos de angustia.  Sabemos que él es fiel.  El mismo Dios que nos perdona también nos protege.
  • En el mundo antiguo, el mar representaba el caos y la destrucción.  ¿Has visto cómo a veces se ponen las olas?  Golpean contra las piedras con todo su furor.  Se llevan cualquier cosa que se les pone en el camino.  Constantemente se mueven y se agitan.  Así, muchas veces, es la vida.
  • Pero Dios nos dice que el caos de la vida – el agua poderosa que se desborda – no llegará a nosotros.  Si confiamos en el Señor, él nos protegerá en la vida y en la muerte.  Podremos ver desastres a nuestro alrededor, pero nosotros mismos estaremos seguros en la mano de Dios.
  • ¿Conoces esa seguridad en esta mañana?  No sé cuáles tormentas estés enfrentando hoy.  Lo que te puedo asegurar es esto: el Dios que es fiel para perdonar también es fiel para proteger.  Nosotros hoy tenemos una gran ventaja sobre David.  Tenemos la cruz.  Él sólo miraba hacia la cruz, que en su día quedaba en el futuro.
  • Pero ahora nosotros podemos ver en la historia lo que Dios ha hecho para asegurar nuestro perdón.  Jesucristo se sacrificó para que nuestros pecados fueran limpiados.  Él se dio a sí mismo en nuestro lugar, así que podemos estar seguros del perdón de Dios.  Del mismo modo, podemos estar seguros también de su cuidado – si nos entregamos a él y confiamos en él.
  • Cuando hemos recibido el perdón de Dios, debemos aprender también su sabiduría.  Dios mismo nos aconseja a ser sabios.  En lugar de tomar el perdón de Dios como pretexto para seguir cometiendo los mismos errores, él nos dice que no seamos como el mulo o el caballo.  Somos seres humanos, con la capacidad de tomar decisiones.  ¡Usamos nuestra inteligencia!  En lugar de ser como los animales, escojamos un mejor camino.
  • Si Dios te ha perdonado, no seas necio.  No te vuelvas otra vez al pecado, porque el pecado siempre trae malas consecuencias.  Si Dios te ha lavado de la mugre, no vuelvas otra vez a revolcarte en el lodo.  Si somos malvados, traemos calamidad sobre nosotros mismos.  En cambio, si confiamos en Dios y seguimos sus caminos, conoceremos su gran amor.
  • ¿Conoces hoy el perdón de Dios?  Puedes saber que él te ha perdonado si has cumplido con lo que él te dice en su Palabra que hagas.  Él te dice que confieses tu pecado y pongas tu confianza en él.  Si reconoces que has pecado, lo confiesas a Dios y pones toda tu confianza en lo que Cristo hizo en la cruz por ti, no tienes que cargar la culpa de tu pecado.  Puedes estar libre.
  • Si no conoces hoy ese gozo, ven a Cristo y recibe su perdón.  Arrepiéntete de corazón y confiesa tu pecado.  Él quiere perdonarte.
  • Si eres seguidor de Cristo, ¡vive en la alegría del perdón!  No dejes que nada en este mundo te quite la alegría de ser perdonado por Dios.  Más bien, alégrate en la libertad que ahora tienes en Cristo.  Confía en el Dios que dio a su Hijo para comprar tu perdón, y camina en su sabiduría.
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