PASTOR TONY HANCOCK
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La lucha contra el pecado

8/29/2021

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  • Yo no sé cuál será tu lucha. Puede ser que luches con decir malas palabras. Por más que te esfuerces, de vez en cuando te expresas con amargura o sueltas una palabrota. Quizás luches con malos pensamientos. Tratas de entregar cada pensamiento al Señor, pero a veces tu mente se va por malos caminos.
  • O posiblemente tu lucha es contra malas costumbres. Tienes un mal hábito que tratas de dejar, pero se te pega como si fuera un gato espantado. Si es así, podrás comprender las palabras del apóstol Pablo en Romanos 7:14-24.
  • Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual. Pero yo soy meramente humano, y estoy vendido como esclavo al pecado. 15 No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. 16 Ahora bien, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo en que la ley es buena; 17 pero, en ese caso, ya no soy yo quien lo lleva a cabo, sino el pecado que habita en mí. 18 Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. 19 De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. 20 Y, si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí.
  • 21 Así que descubro esta ley: que, cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal. 22 Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios; 23 pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo. 24 ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?
  • En cualquier lucha hay dos contrincantes. En la lucha contra el pecado, la ley de Dios y nuestra conciencia luchan contra nuestra carne. La ley es buena y es espiritual. Si todos obedeciéramos la ley de Dios, el mundo sería un paraíso. Imagina un mundo donde nadie miente, nadie roba, nadie engaña. Imagina un mundo lleno de amor sincero. Así sería, si todos obedeciéramos la ley de Dios.
  • Pero nuestra carne, nuestra humanidad pecadora, nos jala en otra dirección. Nuestra carne es egoísta. Nuestra carne quiere lo que quiere, y no le importa quién sale lastimado. Esto produce una lucha. Lo que queremos, no lo hacemos. El mismo hecho de odiar nuestras malas acciones demuestra que nuestra mente sabe que la ley es buena, pero no la obedecemos.
  • Al final, nos quedamos con estas palabras: ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? Un rey antiguo solía torturar a sus prisioneros atándoles a la espalda un cadáver. Tenían que vivir continuamente con esa presencia espantosa. Así es con nosotros. Queremos hacer el bien, pero cargamos una carne que nos incita al mal.
  • No nos gusta vivir con este conflicto mental, así que buscamos soluciones. Una de las soluciones que a veces buscamos es la solución de redefinir lo que es el pecado. Decidimos que lo que hacemos nosotros no es tan malo a comparación con lo que hacen los demás. Queremos suavizar los requisitos de la ley de Dios.
  • He aprendido que, cuando alguien me dice que es una buena persona, tengo que cuidar mi bolsillo. Las personas que se creen buenas generalmente no lo son. Sin embargo, así nos engañamos a nosotros mismos cuando nos defendemos diciendo que todo el mundo lo hace, o que es imposible guardar las leyes de Dios.
  • Observen lo que dice la Palabra misma al respecto en Romanos 7:7, 8 y 12. ¿Qué concluiremos? ¿Que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sin embargo, si no fuera por la ley, no me habría dado cuenta de lo que es el pecado. Por ejemplo, nunca habría sabido yo lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: «No codicies». 8 Pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le proporcionó el mandamiento, despertó en mí toda clase de codicia. Porque aparte de la ley el pecado está muerto. 12 Concluimos, pues, que la ley es santa, y que el mandamiento es santo, justo y bueno.
  • El problema no está en la ley. La ley es perfecta. La falla está en nosotros, en nuestra carne. Es más, el pecado que está en nosotros aprovecha la ley para hacer más pecado. Dios nos dice, No hagas esto, y más ganas tenemos de hacerlo. Una vez, vi un letrero en la calle que decía No tirar basura. ¿Sabes lo que había debajo del letrero? ¡Basura! La ley es perfecta, pero nosotros somos débiles.
  • Otra cosa que hacemos es que decimos, Me voy a esforzar más. Hacemos un gran esfuerzo por obedecer lo que Dios nos dice en su ley. Pensamos que, si sólo nos esforzamos un poco más, podremos derrotar el pecado. Pero entonces sucede lo que describe el verso 13 de Romanos 7.
  • Pero entonces, ¿lo que es bueno se convirtió en muerte para mí? ¡De ninguna manera! Más bien fue el pecado lo que, valiéndose de lo bueno, me produjo la muerte; ocurrió así para que el pecado se manifestara claramente, o sea, para que mediante el mandamiento se demostrara lo extremadamente malo que es el pecado.
  • Conforme más nos esforzamos en nuestras propias fuerzas por hacer lo bueno, más se hace evidente que el pecado está en nosotros. El pecado no es algo que está allá afuera, en la sociedad o en los demás; es algo que está en nosotros, en nuestro corazón. Ninguna cantidad de esfuerzo humano logrará sacarlo.
  • Frente a esta frustración, algunos escogen una tercera opción. Simplemente se entregan a la carne. Dicen: Bueno, si no puedo obedecer la ley de Dios, me voy a entregar al placer. Voy a hacer lo que yo quiera, y no me importa. A mí nadie me tiene que decir qué hacer. Al principio, podemos sentir cierta libertad. Ya no tenemos ninguna lucha interna.
  • El verso 5 nos dice lo que sucedía entonces. 5 Porque, cuando nuestra naturaleza pecaminosa aún nos dominaba, las malas pasiones que la ley nos despertaba actuaban en los miembros de nuestro cuerpo, y dábamos fruto para muerte.
  • Si dejamos que nuestra carne nos domine, nos llevará a la muerte. La persona que se entrega al pecado puede disfrutarlo, por un tiempo. Pero su final será la muerte. El pecado siempre lleva a la muerte. Lleva a la muerte de las amistades. Lleva a la muerte en forma de enfermedades y problemas legales. Lleva a la muerte eterna del infierno.
  • ¿Qué solución habrá para nuestra lucha? Hay una solución, y la encontramos en el verso 25. Después de preguntar: ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?, el apóstol Pablo nos da la respuesta: ¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!
  • La única solución a nuestro problema de pecado está en Jesucristo. Debes entender esto: sólo Jesús puede librarte de la lucha contra el pecado. No hay otra solución. En Jesús tenemos todo lo que necesitamos. Primeramente, Jesús nos da el perdón del pecado. Me gusta como la Nueva Traducción Viviente expresa Romanos 3:22:  Dios nos hace justos a sus ojos cuando ponemos nuestra fe en Jesucristo. Y eso es verdad para todo el que cree, sea quien fuere.
  • Cuando tenemos un encuentro por fe con Jesús, llegamos a ser perdonados. Ante los ojos de Dios, es como si nunca hubiéramos pecado. Puede ser que sigas luchando con el pecado en tu vida, pero ya estás perdonado. Ya eres hijo de Dios. Jesús ofrece su sangre derramada en la cruz como el pago suficiente por la culpa de todo tu pecado. Sólo tienes que arrepentirte y entregarte a él.
  • Jesús también nos libera de la pena del pecado. Romanos 5:1 dice así: En consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Si estás en Cristo, ya no eres enemigo de Dios. Ya no estás bajo su castigo. Ya no estás bajo maldición. Puedes hablar confiadamente con él, saber que te escucha y vivir bajo su bendición.
  • En tercer lugar, Jesús nos libera del poder del pecado. Romanos 8:1 nos dice así: Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús. Lo que esto significa es que ya no estamos condenados a vivir bajo el poder del pecado. Puedes tener victoria sobre el pecado, pero vendrá por medio de tu relación con Jesucristo. Conforme más te acerques a Jesús, más te alejarás del pecado.
  • Un niño vivía atemorizado de un matón que siempre le daba golpizas. El matón solía esperarlo a la salida de la escuela para golpearlo y quitarle cualquier moneda o dulce que traía. Un día, ese niño decidió quedarse en la escuela hasta que se fuera el matón. Se quedó un buen rato mirando por la ventana, pero el matón no se iba.
  • De repente, vio que una figura conocida se acercaba a la escuela. ¡Era su papá! Había venido a recoger a su hijo. Alegre, el niño corrió hacia la entrada de la escuela y salió tomado de la mano con su padre. Cuando pasó por donde estaba el matón, ¡hasta le sacó la lengua! Ya no le tenía miedo.
  • Así es con Jesús. Cuando tú caminas con Jesús, ya no tienes que temer al pecado. Conforme más cerca estés de Jesús, más seguro puedes estar. Entrégate a él. Confía en él. Obedece lo que te dice. Jesús puede ayudarte a aprender a caminar en victoria, aunque sea un proceso. Camina con él.
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