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Una iglesia que da fruto

5/29/2022

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  • Cuando me mudé a la casa donde ahora vivo, encontré que había en el jardín una vid antiquísima. Aunque antes era un parral, se había caído y quedaba solamente un montón descontrolado de ramas. Desde tiempo atrás no había dado ni una sola uva. Alguien me preguntó si lo iba a quitar, pero decidí más bien construirle un armazón para que se trepara.
  • Le quité todas las otras plantas que crecían con él, corté las ramas de un árbol que le tapaban el sol y le construí el emparrado para que se trepara. Poco a poco, la vid cobró vida. Cubrió el armazón con sus pámpanos y comenzó a dar uvas. El primer año, dio una sola uva. Pero cada año siguiente, ha ido dando más y más.
  • Mi experiencia con la vid me hace pensar en la experiencia de Dios con su pueblo. El profeta Isaías comparó al pueblo de Dios con un viñedo. El dueño de este viñedo, Dios, había limpiado la tierra donde la sembró. Le quitó las piedras, construyó una torre de vigilancia y sembró allí las mejores vides. Luego, esperó una cosecha de buenas uvas.
  • Sin embargo, su viñedo sólo produjo uvas inservibles. Año tras año esperaba el dueño, pero no cosechaba nada de valor. Por fin, decidió destruir el vallado del viñedo y permitir que se convirtiera en un matorral. Si no le daba fruto, ¿para qué seguir cuidándolo? Isaías explicó que la fruta que deseaba ver el Señor, dueño del viñedo, era la justicia. Pero sólo vio maldad.
  • Cuando dijo que el vallado del viñedo sería destruido, Isaías hablaba de los invasores del extranjero que destruirían el muro de Jerusalén y llevarían al pueblo al destierro. Dios dejaría que su tierra se convirtiera en un matorral, porque no le habían dado el fruto de justicia que él buscaba. En todas las edades, Dios busca lo mismo de su pueblo. Él busca que le demos el fruto de justicia.
  • Nosotros ahora somos parte del pueblo de Dios por la fe en Jesucristo. Si él nos ha rescatado del pecado y de la muerte para pertenecerle a él, nos toca darle el fruto que él busca. Si no queremos ser como el pueblo que Isaías reprendió, aprendamos a ser una iglesia que da fruto. Vamos a ver cómo hacerlo en Filipenses 1:9-11.
  • Esto es lo que pido en oración: que el amor de ustedes abunde cada vez más en conocimiento y en buen juicio, para que disciernan lo que es mejor, y sean puros e irreprochables para el día de Cristo, llenos del fruto de justicia que se produce por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.
  • Lo que Pablo pide para la iglesia de Filipos es lo que Dios quiere para cada iglesia. Es lo que él quiere de nosotros también. Si queremos cumplir el propósito de Dios, esto es lo que tenemos que hacer: tenemos que dar fruto. Y si queremos ser una vid fructífera, hay tres cosas importantes.
  • La primera es el suelo en el que crecemos. La segunda es la estructura o el armazón que nos da forma. La tercera es el fruto que daremos. Estos versículos nos hablan de estas tres cosas. Comencemos con la primera, que es el suelo en el que crecemos. Ese suelo es el amor.
  • El versículo dice así: Que el amor de ustedes abunde cada vez más. Si queremos dar fruto, tenemos que estar firmemente arraigados en el amor. Esta verdad se puede aplicar a cualquier situación humana. Un buen matrimonio tiene que arraigarse en el amor. Los hijos se tienen que criar con amor. Hasta el trabajo avanza mucho mejor cuando hay amor.
  • Imaginemos a un esposo que le lleva flores a su esposa el día de su aniversario. Cuando la esposa le da las gracias, él le contesta: No te preocupes, es mi deber. ¡Creo que el romance se acabaría en ese mismo instante! O imaginemos a una niña pequeña que le da a su papá un abrazo y le dice: Gracias por cuidarme, papá. Su padre le contesta: Es que tengo que hacerlo, hija. Algo no estaría bien.
  • ¡Cuánto más tenemos que arraigarnos en el amor como iglesia! Existimos por el amor, el amor de Dios. La semana pasada hablábamos de la centralidad del evangelio en la vida de la iglesia. ¿Qué es el evangelio más que el mensaje del amor de Dios? Él nos amó tanto que vino del cielo para dar su vida en la cruz por nosotros.
  • El amor de Dios es más que un sentimiento y más que una pasión. Aquí se usa la palabra ágape para hablar del amor de Dios. Esta palabra no se refiere al amor romántico ni al amor fraternal. Es un amor sacrificial, un amor que busca el bienestar de la otra persona, aunque cueste.
  • De ese amor tiene que crecer todo lo que hacemos. El apóstol Pablo dijo en otra ocasión que, sin amor, nada somos. Si como pastor me presento ante ustedes y les doy un sermón bien entretenido, con muchos chistes y mucha inspiración, será totalmente inútil si no tengo amor. Sería igualmente provechoso que nos sentáramos a escuchar a un címbalo resonar.
  • Todo lo que hacemos tiene que nacer del amor de Dios. De otro modo, se vuelve vacío e inútil. Esto comienza cuando comprendemos el amor que Dios nos ha mostrado. Lo aceptamos en nuestro corazón, y dejamos que nos transforme. Cuando su amor está en nuestro corazón, podemos servir a otros por amor a Dios y a ellos. Sin amor, nada somos.
  • Si el amor es el suelo de donde tiene que crecer el fruto, también necesitamos una estructura sobre la cual crecer. La vid que encontré en mi jardín dejó de dar fruto porque no tenía un armazón donde treparse. Del mismo modo, el amor se tiene que guiar. Necesita dirección. A esto se refieren los versos 9 y 10: en conocimiento y en buen juicio, para que disciernan lo que es mejor, y sean puros e irreprochables para el día de Cristo.
  • Estos versículos nos enseñan que el amor necesita discernimiento. Necesita conocimiento y buen juicio. El amor provee la motivación, pero tenemos que aprender a discernir qué quiere Dios que hagamos por amor. El amor es necesario, pero no es suficiente. También nos hace falta la sabiduría.
  • Un amigo recientemente me contó acerca de los patos que les había comprado a sus hijos para servirles de mascota. Sus hijas mayores pronto se cansaron de cuidar a los patitos, pero el niño más pequeño se quedó encantado con los patos. Los quiere mucho. Cuando los ve, los agarra por el pescuezo o por las alas para cargarlos y jugar con ellos.
  • Tanto quiere a los patos que ahora, cuando se acerca, los patos se tratan de esconder. ¿Qué le falta a este pequeñín? ¿Le falta amor hacia los patos? No, lo que le falta es entendimiento de la manera correcta de mostrárselo. Le falta comprender que a los patos no les hace bien que alguien los agarre por el pescuezo y los jale para acá y para allá. Su amor necesita dirección y control.
  • Podemos cometer fácilmente el mismo error. Muchos creen que todo lo que se necesita es el amor, pero el amor también necesita dirección y sabiduría. De otra manera, se puede descontrolar. Puede terminar haciendo daño. Por ejemplo, un padre amoroso puede consentir demasiado a sus hijos en lugar de enseñarles a disciplinarse. No le falta amor, pero le falta discernimiento.
  • Un hombre podría justificar el adulterio diciendo que lo hace por amor. Sin embargo, le falta discernimiento. Ha fallado al amor de compromiso con su esposa. Una pareja de enamorados puede caer en fornicación porque se aman, pero no comprenden que el verdadero amor sabe esperar. No les falta amor, pero sí les falta sabiduría y discernimiento.
  • Todos estos ejemplos nos muestran que tenemos que sumarle al amor, sabiduría. El amor tiene que crecer sobre la enramada del buen juicio. ¿Cómo sucede esto? Sucede mediante el conocimiento de la Palabra de Dios. Conforme más conocemos la Biblia, mejor entenderemos lo que le complace a Dios. También sucede cuando buscamos la dirección de Dios en oración. Su Espíritu nos guía, si estamos dispuestos a escucharlo.
  • Cuando crecemos en el suelo del amor guiados por el buen juicio del Señor, llevaremos buen fruto. Este buen fruto se describe en el verso 11: llenos del fruto de justicia que se produce por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.
  • ¿Qué es el fruto? Es el fruto de justicia. En otras palabras, es el fruto de hacer lo que a Dios le agrada, lo que a él le parece bien. Es el fruto de una iglesia cuyos miembros demuestran en sus vidas la transformación que Jesús ha traído. Su influencia, su presencia, su amor y sus enseñanzas nos llevan a vivir de una manera generosa, pura, santa y contagiosa.
  • En una iglesia que da esta clase de fruto, hay buenos ejemplos. Las familias se fortalecen. Los perdidos encuentran esperanza. Los necesitados encuentran ayuda. Hay buenos frutos, frutos de justicia, hechos por medio de Jesucristo. Estos buenos frutos no sólo traen fama a la iglesia. Más bien, sirven para glorificar a Dios. Otros los ven y dicen, Dios está aquí. Él ha hecho esto.
  • La última semana de su vida, Jesús salió temprano con sus discípulos. Por el camino había una higuera llena de hojas. Sin embargo, cuando buscó en ella fruto, nada encontró. Esa higuera fue una representación del pueblo de Dios. Estaba llena de actividades, pero no había fruto. Jesús maldijo la higuera, así como el pueblo también sufriría después las consecuencias de su maldad.
  • Estar activos no es lo mismo que dar fruto. Podemos estar muy ocupados, yendo de acá para allá, sin dar ningún fruto de justicia en nuestras vidas. Podemos ser como aquel árbol, lleno de hojas, pero sin fruto. Si queremos evitar este error, tenemos que volver al plan original de Dios.
  • Tenemos que comenzar con su amor. Tenemos que crecer en conocimiento y sabiduría, para que el amor se demuestra de maneras provechosas. De esa manera, podremos darle a Dios lo que él busca, el fruto de justicia que nace del amor y se guía por sus enseñanzas. Para eso estamos aquí en la tierra, como personas y como iglesia.
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