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La nueva familia del discípulo de Cristo

5/26/2019

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  • ¿Alguna vez has conocido a una familia perfecta?  Me atrevo a decir que, si piensas haber conocido a la familia perfecta, es porque no la conocías muy bien.  Aunque existen muchísimas familias buenas en este mundo, ninguna de ellas es perfecta.  Todas tienen sus fallas y sus fracasos.
  • Las familias que encontramos en la Biblia tampoco eran perfectas.  Encontramos muchas enseñanzas acerca de cómo perfeccionar a nuestra familia, y podemos tener familias cada vez mejores, si las seguimos.  Pero no hay familia perfecta.
  • Abraham, por ejemplo, tuvo un hijo con la sirvienta de su esposa.  Isaac y Rebeca mostraron favoritismo hacia sus hijos.  Jacob también prefirió a uno de sus hijos, causándoles a sus hermanos tantos celos que lo vendieron como esclavo.  David cometió adulterio, y luego fue incapaz de confrontar a uno de sus hijos cuando violó a su media hermana.  Y hay muchos ejemplos más.
  • La semana pasada hablamos sobre el discipulado en la familia.  Dios desea que tu familia se convierta en una fábrica de discípulos.  Pero quizás cargues con las heridas de haberte criado en una familia imperfecta.  Quizás, a pesar de tus mejores intentos, tu familia no es lo que tú deseas.  La buena noticia es que Dios te invita a formar parte de una nueva familia.
  • Sin dejar las responsabilidades que tienes con tu familia de sangre, puedes experimentar una vida diferente como parte de la familia de Dios.  Las heridas del pasado pueden comenzar a sanar.  Puedes encontrar un nuevo horizonte y una nueva esperanza.
  • Para ver cómo sucede esto, regresemos a una conversación que tuvo Jesús con sus discípulos.  Simón Pedro, siempre impulsivo, le hace una pregunta a Jesús.  Nosotros lo hemos dejado todo para seguirte, le dice.  ¿Qué recibiremos a cambio?  Es una pregunta muy práctica, ¿no es cierto?
  • Veamos ahora la respuesta de Jesús, leyendo Marcos 10:28-31.
—¿Qué de nosotros, que lo hemos dejado todo y te hemos seguido? —comenzó a reclamarle Pedro.
29 —Les aseguro —respondió Jesús— que todo el que por mi causa y la del evangelio haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o terrenos 30 recibirá cien veces más ahora en este tiempo (casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y terrenos, aunque con persecuciones); y en la edad venidera, la vida eterna. 31 Pero muchos de los primeros serán últimos, y los últimos, primeros.  (NVI)
  • Observa lo que Jesús nos promete aquí.  Él promete recompensar todo lo que perdemos por su causa.  Es más, promete recompensarlo multiplicado por cien.  A cada persona que sufre una pérdida por seguir a Jesús le promete tres cosas: una nueva familia, acceso a bienes y al fin, la vida eterna.  Hablemos más de la nueva familia que llegamos a tener en Cristo.
  • Si hemos perdido hermanos, hermanas, madre, padre o hijos por su causa, recibiremos cien veces más, dice Jesús.  En la lista no aparecen esposa o esposo.  Eso se prestaría a una mala interpretación.  No es la clase de relación que se pueda compartir.  Lo que sí podemos encontrar en la familia de Dios es hermandad.
  • Encontramos personas que son como padres para nosotros, y también como hijos.  La Biblia nos da varios ejemplos concretos de esto.  Por ejemplo, el apóstol Pablo fue como un padre para Timoteo.  Nos encontramos con Timoteo por primera vez en la Biblia en Hechos 16:1-3.
Llegó Pablo a Derbe y después a Listra, donde se encontró con un discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente, pero de padre griego. 2 Los hermanos en Listra y en Iconio hablaban bien de Timoteo, 3 así que Pablo decidió llevárselo. Por causa de los judíos que vivían en aquella región, lo circuncidó, pues todos sabían que su padre era griego.  (NVI)
  • Timoteo era un joven con una vida familiar difícil.  Su madre era creyente, pero su padre no.  Es fácil imaginarnos que el padre de Timoteo, al no compartir su fe ni la de su madre, fue un poco distante.  Quizás Timoteo no tuvo una relación muy cercana con él.  Pero Dios le dio la oportunidad de unirse al equipo de Pablo.
  • Se convirtió, no sólo en un colaborador, sino en un hijo para Pablo.  Años después, el apóstol dejó a Timoteo a cargo de una iglesia y le escribió una carta para darle ciertas instrucciones.  Observa cómo Pablo se dirige a Timoteo.  Le dice: a Timoteo, mi verdadero hijo en la fe.  (1 Timoteo 1:2)
  • Llegamos a ver el cariño que el apóstol le tiene en su última carta, escrita poco antes de morir.  Le dice: a mi querido hijo Timoteo.  (2 Timoteo 1:2)  Dios le dio a Pablo un hijo, y le dio a Timoteo un padre.  En la iglesia, las relaciones nunca deben ser frías y profesionales.  La iglesia no es una empresa, ni es un club.  Es una familia, y debemos fomentar relaciones cercanas con otros miembros de la iglesia.
  • Encontramos otro parentesco espiritual mencionado al final de la carta de Pablo a los romanos.  En Romanos 16:13 dice así: Saluden a Rufo, distinguido creyente, y a su madre, que ha sido también como una madre para mí.  (NVI)  Es muy posible que este Rufo sea el hijo de Simón de Cirene, el que llevó la cruz del Señor.  Marcos nos cuenta que tuvo un hijo llamado Rufo.
  • De Rufo no sabemos más que esto.  Lo que sí sabemos es que la madre de Rufo había llegado a ser una madre para el apóstol Pablo también.  Seguramente su familia judía rechazó a Pablo cuando se convirtió al encontrarse con el Señor Jesús en el camino a Damasco, pero Dios le dio otra madre.
  • Puede ser que tu familia te rechace por tu fe en el Señor Jesús, pero descubrirás que tienes una familia mucho más grande.  En cada lugar que he visitado he encontrado a otros creyentes que me han tratado como si fuera parte de su propia familia.  Me han abrazado, me han recibido en sus hogares y me han hecho parte de sus vidas.  Han compartido mis alegrías, y también mis tristezas.
  • Durante mi niñez vivíamos lejos de nuestra familia de sangre por servir al Señor.  Dios me proveyó de una ancianita, mi querida Ofelia, que se llamó mi abuela postiza.  En su hogar recibía el cariño y los mimos que mis abuelas de sangre no me podían dar.  Tuve muchos tíos y primos, no de sangre, sino en el Señor.
  • Años atrás, cuando falleció mi padre, recibí llamadas de varias partes del mundo de personas, hermanos y hermanas en Cristo, que compartían mi dolor.  No somos familia de sangre, aunque sí hay una sangre que nos une – la sangre de Cristo.  Ese lazo es el más fuerte del mundo, porque va más allá de la muerte.
  • Cristo te invita a disfrutar de la nueva familia que él te da.  No estás solo.  La familia de Dios, como cualquier familia, tiene sus problemas.  Tiene sus ovejas negras y sus pleitos familiares.  A diferencia de las familias terrenales, sin embargo, durará para siempre.  Tendremos toda una eternidad para resolver nuestros problemas.
  • ¿Cómo, entonces, vivimos en nuestra nueva familia?  A su querido hijo en la fe, el apóstol Pablo también le dio instrucciones acerca de esto.  Estas palabras son para nosotros también.  Leamos lo que él dice, en 1 Timoteo 5:1-2.
No reprendas con dureza al anciano, sino aconséjalo como si fuera tu padre. Trata a los jóvenes como a hermanos; 2 a las ancianas, como a madres; a las jóvenes, como a hermanas, con toda pureza.  (NVI)
  • Timoteo se había quedado como pastor de la iglesia en Éfeso, y Pablo le dice cómo debe llevarse con los hermanos de la iglesia.  Le menciona las diferentes edades y ambos sexos de personas.  A los hombres de la tercera edad, dice Pablo, hay que tratarlos como uno trataría a su propio padre.
  • Si uno ve que un anciano hace mal, está bien aconsejarlo.  Pero hay que hacerlo con respeto, no de manera brusca o despectiva.  A los hombres más jóvenes, hay que verlos como hermanos.  Debemos darles la confianza y el apoyo que se le da a un hermano, no simplemente llamarnos “hermano” cuando nos vemos.
  • A las mujeres ancianas, hay que tratarlas como a madres.  Con honor y respeto, debemos escuchar también sus consejos.  Las mujeres ancianas tienen un papel especial en la iglesia, porque enseñan a las más jóvenes a ser buenas madres y esposas.  No es malo tener muchas madres.
  • A las jóvenes, dice Pablo, hay que verlas como hermanas – con toda pureza.  En una iglesia sana, hay confianza y acercamiento.  Pero esto también puede abrir la puerta a pensamientos impuros, a coqueteos y abrazos incómodos.  En especial para los hombres, es importante guardar la pureza de nuestras interacciones con nuestras hermanas en la iglesia.
  • En la iglesia un hombre y una mujer deben tener la confianza de conversar como hermanos, pero esto sólo podrá suceder si todos nos esforzamos por mantener la pureza en nuestro trato.  Durante mis años universitarios escuché una conversación entre dos de mis compañeros.  Estaban hablando sobre alguna muchacha, y de repente uno le dijo al otro: ¡Pero es tu hermana en Cristo, hombre!
  • Si aprendemos a pensar así, podremos vivir en confianza y en pureza.  Entonces seremos libres para disfrutar plenamente de la vida en la familia de Dios. 
  • Un niño le preguntó a su madre cómo había llegado a ser parte de su familia.  Su madre le contó de una hermosa cigüeña que lo había traído volando, acostado en una canasta y envuelto en pañales.  Después de escucharla, el niño buscó a su abuelita y le hizo la misma pregunta.  Su abuelita le hizo un cuento parecido al de su mamá.
  • Salió a jugar con su amiguito y le dijo: Sabes, en nuestra familia no hemos tenido un parto natural desde hace tres generaciones.  ¡A veces los niños sabemos más de lo que pensamos!  Nosotros no nacemos en la familia de Dios de manera natural, sino sobrenatural.  Su Espíritu mismo nos da vida.  Por la fe en su Hijo, llegamos a ser adoptados como sus hijos también.
  • Si no eres parte de esta familia, puedes unirte hoy.  Ven a Cristo para recibir la salvación.  Aunque enfrentes pruebas y problemas, recibirás mucho más a cambio.  Si ya conoces a Cristo, ¡vive como parte de su familia!  El amor en la familia de Dios es para siempre.
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