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Cómo comportarse en la casa de Dios

9/29/2019

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  • Durante mis años de escuela, mis compañeros de clase y yo tuvimos la oportunidad de visitar el Palacio de Gobierno en Lima.  Fue un tremendo honor caminar por los salones donde se hacían las recepciones presidenciales.  En particular, el salón de los espejos se ha quedado en mi memoria.  Es un salón dorado, revestido de jaspe, con espejos por ambos lados.  Si uno se para en el lugar correcto, puede verse a sí mismo en una interminable sucesión de reflejos.
  • ¿Cómo crees que nos portamos cuando entramos a ese lugar tan simbólico de nuestra patria?  ¿Anduvimos corriendo por los pasillos, gritando a toda voz?  ¿Nos pusimos a jugar en los salones?  Creo que nuestra maestra nos habría congelado con una mirada si lo hubiéramos hecho.  Más bien, caminamos muy calladitos, observándolo todo.
  • No sé qué trámites tuvo que hacer la directiva de nuestra escuela para que pudiéramos entrar al Palacio de Gobierno.  Pero hay una casa mucho más importante, elegante e influyente al que tú y yo podemos entrar.  Esa casa es la casa de Dios.  Él invita a todos a entrar a su casa.  Sobre la puerta de entrada está colgado este anuncio: Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas.  Cada persona que se arrepiente del pecado y pone su confianza en Jesús entra inmediatamente a la casa de Dios.
  • La casa de Dios no es un edificio.  Es algo mucho mejor.  Es una realidad espiritual que se llama la iglesia.  Tenemos que quitarnos de la mente la idea de que venimos a la iglesia.  No es así; ¡somos la iglesia!  Hemos oído ese refrán: No te voy a mentir; estoy en la iglesia.  Si tú eres creyente, siempre estás en la iglesia.  Es tan grave mentir allá afuera que mentir aquí en el templo. 
  • Del mismo modo que nos portamos bien en el Palacio de Gobierno, también hay un comportamiento adecuado para los que entran a la casa de Dios.  El apóstol Pablo nos lo ha descrito en los pasajes que hemos estudiado en estas últimas semanas.  Dice que quiere que sepamos cómo comportarnos en la casa de Dios.  Ahora bien, este mensaje no es un regaño para los padres cuyos hijos corren o hacen ruido durante el culto.  Cuando son pequeños, eso es algo inevitable. 
  • Como ya hemos dicho, la casa de Dios – la iglesia – no es un edificio ni un lugar terrenal.  Es un edificio espiritual.  Eso es bueno, porque todo lo terrenal se acaba.  Los edificios más antiguos se desmoronan.  Pero la casa de Dios siempre estará de pie.  Si vivimos en ella, nunca seremos desamparados.
  • Leamos lo que nos dice Dios acerca de su casa en 1 Timoteo 3:14-16.
Aunque espero ir pronto a verte, escribo estas instrucciones para que, 15 si me retraso, sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad. 16 No hay duda de que es grande el misterio de nuestra fe: Él se manifestó como hombre; fue vindicado por el Espíritu, visto por los ángeles, proclamado entre las naciones, creído en el mundo, recibido en la gloria.  (NVI)
  • Antes de considerar lo que nos dicen estos versículos acerca de la iglesia, observa la manera en que Pablo le habla a Timoteo.  Espero pronto ir a verte, le dice.  Timoteo era como un hijo para Pablo.  No lo veía de manera fría o profesional, sino que tenían una relación familiar.  Aquí Dios nos muestra una vez más cómo deben ser las relaciones dentro de la iglesia.
  • Seamos como Pablo y Timoteo.  Tratémonos como familia.  Si estás pasando por algún problema o dificultad, avisa a un hermano de la iglesia o a uno de los diáconos.  Podemos orar los unos por los otros.  Expresemos nuestro afecto hacia los otros, con toda pureza.  En lugar de saludarnos fríamente o ni siquiera saludar, recordemos que estamos en una reunión familiar.
  • Ahora bien, en los capítulos anteriores, el apóstol Pablo nos ha hablado de varios asuntos relacionados con la iglesia: la oración y la adoración, los ancianos y los diáconos.  Pero ¿por qué son importantes estas cosas?  ¿Por qué nos deben interesar?  Simplemente porque la iglesia que Jesús fundó es la entidad más importante que existe sobre la tierra.
  • Para empezar, nos dice el verso 15 que la iglesia es la casa de Dios.  Es la morada de Dios.  Es donde Dios vive.  Seguramente alguien dirá: Yo creo que Dios está en todas partes.  ¡Claro que sí!  Él está presente en cada lugar.  Pero su residencia, su morada, el lugar donde él se complace en estar, es la iglesia.  Yo voy a muchos lugares, pero sólo una casa tengo.  Dios está en todo lugar, pero una casa tiene – la iglesia.
  • Si esto es así, tenemos que dar prioridad a nuestra participación en la iglesia.  Un pastor fue a visitar a uno de sus miembros que había faltado varios domingos al culto, y le preguntó que pasaba.  Él miembro le contestó: He salido a golfear los domingos.  A fin de cuentas, sé que Dios también está en el campo de golf.  El pastor le contestó: Es verdad que Dios está en el campo de golf, pero allí no vas a escuchar la Palabra de Dios.  No vas a tener comunión con otros creyentes.  Sientes su presencia, pero no oyes su voz.
  • En eso hay mucha verdad.  Podemos encontrar a Dios en todas partes, pero sólo lo encontramos en casa cuando participamos en la iglesia.  Por eso, hermanos, demos prioridad a la casa de Dios.  Demos prioridad a los cultos de adoración.  Demos prioridad a la oración los unos por los otros.  La iglesia es la casa de Dios.
  • La segunda frase descriptiva que encontramos aquí es ésta: la iglesia del Dios viviente.  A lo largo de la historia se han levantado muchos templos dedicados a la adoración de dioses muertos.  Uno puede ir a sus templos para admirar el arte de sus estatuas, pero no tienen poder.
  • El Dios que es Padre de nuestro Señor Jesucristo, en cambio, es el Dios vivo.  Por lo tanto, él está presente con nosotros.  Cuando nos reunimos para adorarle, debemos hacerlo con la expectativa de que él se manifieste.  Cuando estamos juntos como iglesia, debemos hacerlo con la consciencia de que Dios está presente.
  • Me temo que hay muchos que toman el nombre del Dios vivo sobre sus labios, pero lo adoran como si fuera un dios muerto.  No esperan nada de él.  No meditan sobre las cosas maravillosas que él ha hecho.  No se preparan para un encuentro con el Dios del universo.  Adoran al Dios verdadero, pero lo adoran como si no lo fuera.
  • Hermanos, somos parte de la iglesia del Dios vivo.  ¡Adorémosle!  Vengamos ante él con expectativa, confianza y entusiasmo en nuestros corazones, porque sabemos que él vive – sin importar lo que suceda en nuestras vidas, él está vivo.
  • La iglesia es la casa de Dios, es la iglesia del Dios vivo, y es también columna y fundamento de la verdad.  En la ciudad de Éfeso, donde estaba Timoteo, había mucha construcción.  Por todos lados, se levantaban edificios.  Cada edificio necesita columnas para sostener el techo, y una fundación para llevar el peso del edificio.
  • Ahora bien, ¿quién le pone al edificio el techo?  ¿Quién lo levanta?  El constructor, por supuesto.  De igual modo, Dios es el que ha puesto en la iglesia su verdad.  La iglesia no determina cuál es la verdad; Dios hace eso.  Pero la iglesia ha sido puesta en el mundo para sostener la verdad, para apoyarla en medio de un mundo de mentiras y medias verdades.
  • Sin embargo, a veces la verdad no nos gusta.  Se cuenta la historia de dos hermanitas ancianitas que estaban sentadas en la primera banca de la iglesia, escuchando una prédica.  El predicador condenó el pecado de robar.  ¡AMÉN!, gritaron las hermanas.  Pasó a condenar la lujuria.  Las ancianitas dijeron, ¡PREDÍCALO!  El pastor condenó la mentira.  Las hermanitas declararon: ¡AMÉN!  ¡SÍ, HERMANO!
  • Pero cuando el predicador mencionó el pecado del chisme, las hermanitas no dijeron nada.  De repente, una le dijo a la otra: Éste dejó de predicar y está metiendo la cuchara.  Muchas veces, cuando la verdad nos duele, no la queremos escuchar.  Pero la iglesia ha sido llamada a sostener la verdad de Dios en mundo de confusión.
  • Sobre todo, hemos sido llamados a sostener la verdad acerca de Jesucristo.  La verdad que Dios nos ha revelado – Pablo lo llama “el misterio de nuestra fe” – es ésta.  Jesús se manifestó en carne humana, como hombre.  Él tomó tu humanidad para rescatarte y llevarte a una vida diferente.
  • El Espíritu Santo lo levantó, mostrando que había vencido el pecado y al diablo.  Por la fe en él, tú y yo también somos más que vencedores.  Él ascendió al cielo, donde los ángeles lo adoran.  Su evangelio se proclama entre las naciones, para que todos puedan creer en él.
  • Él ahora está en la gloria, de donde vendrá para llevarnos a estar con él.  Esta es la verdad que tú y yo hemos sido llamados a sostener.  Si tú y yo, que formamos la iglesia, vamos a ser columna y fundamento de esta verdad, tenemos que vivirla.  Tenemos que poner a Cristo al centro de nuestra vida.
  • No es sólo cuestión de decir, sí, eso es verdad.  El diablo sabe quién es Jesús.  Más bien, es cuestión de vivir de tal modo que se vea la diferencia que Jesús ha hecho en nuestra vida.  Si realmente conocemos a Jesús, él nos transforma.  Su perdón nos hace libres.  Su ejemplo nos inspira.  Su verdad nos da seguridad.
  • Puede ser que hoy, tú no conozcas a Jesús.  Lo puedes conocer.  Puedes entrar a vivir a la casa de Dios.  Puedes llegar a ser parte de su iglesia.  La puerta de entrada se llama Jesucristo.  Cuando pones toda tu confianza en Jesús, cuando llegas a creer que él murió por ti en la cruz y resucitó al tercer día, él llega a ser tu Salvador y Señor.  Para eso, tienes que reconocer que eres pecador y confesarlo ante él.
  • Si sientes en tu corazón que Dios te está llamando, no resistas su voz.  Entrégate hoy a Jesucristo.  Dale el control de tu vida, y así podrás vivir para siempre en su presencia – en la casa de Dios.
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