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Convivir con el Espíritu Santo

8/9/2020

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  • Vamos a comenzar en esta mañana imaginando una situación. Digamos que un conocido te pide un aventón. Quiere ir a cierto lugar, y decides llevarlo en tu carro. Los dos se suben al auto, y tu conocido comienza a hablar. Por todo el camino habla, y lo único que hace es ofenderte.
  • Para comenzar, no le gusta tu carro. Piensa que deberías tener uno más nuevo y cómodo. Critica tu apariencia, habla mal de tu familia, dice puras groserías y no se lleva bien con los de tu país. En fin, este conocido es la compañía más desagradable que has tenido en tu vida.
  • Ahora dime, después de aguantar sus ofensas y críticas, ¿qué harás cuando te vuelva a pedir que lo lleves a algún lado? ¿Tendrás ganas de volver a soportarlo? ¡Claro que no! Harás lo posible por evitar la presencia de ese compañero tan desagradable. Aunque lo volvieras a ayudar, lo harías por caridad, no con gusto.
  • Piensa ahora en esto. En cierto sentido, los que somos creyentes siempre andamos, como dicen, de raite. Hay alguien que siempre nos está cargando. Me refiero al Espíritu Santo, que siempre está con nosotros. ¿Cómo le hacemos sentir al Espíritu Santo con nuestro comportamiento? ¿Cómo se siente al escuchar nuestra conversación diaria? ¿Lo ofendemos? ¿Le faltamos al respeto?
  • Vamos a leer lo que nos dice la Biblia en Efesios 4:30-32. Estos versículos nos llevan a la siguiente conclusión: la presencia del Espíritu Santo es un privilegio maravilloso. Por lo tanto, esforcémonos por evitar lo que le ofende.
  • No agravien al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención. 31 Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. 32 Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo. (NVI)
  • Vamos a ver tres cosas en este pasaje. En primer lugar, hablaremos del privilegio de la presencia del Espíritu. En segundo lugar, hablaremos del proceso que nos lleva a ofenderlo. En tercer lugar, describiremos la vida que refleja nuestra redención.
  • Si la presencia del Espíritu Santo es un privilegio para nosotros, ¿quién es el Espíritu Santo? Muchas veces tenemos una idea limitada del Espíritu Santo. Pensamos que él sólo está presente en reuniones grandes, donde se siente algo muy especial. O pensamos que sólo está obrando cuando hay milagros y cosas espectaculares.
  • Pero el Espíritu Santo no es un sentimiento. Es Dios mismo, juntamente con el Padre y el Hijo. Es la presencia de Dios con nosotros. Es una persona, como lo demuestra este pasaje. Es imposible agraviar u ofender a algo que no es una persona. No podemos ofender a una piedra o un árbol. ¡Sería ridículo! Sólo podemos ofender a alguien, no a algo. Vemos, entonces, que el Espíritu Santo es una persona, que es Dios.
  • Y sin negar que el Espíritu Santo se manifiesta de maneras especiales en la congregación de los creyentes, tenemos que comprender que él convive con nosotros todo el tiempo. Su presencia es el sello que garantiza nuestra resurrección futura. Con él fuimos sellados para el día de la redención.
  • El apóstol Pablo se refiere a esto en Romanos 8:11. Dice: Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes.
  • La presencia del Espíritu Santo en nosotros es la garantía de que vamos a resucitar. Es la garantía de que le pertenecemos a Dios, y que estaremos para siempre con él. Hace años, le pedí prestado un libro a un amigo. Cuando abrí la tapa, encontré adentro una calcomanía que decía: De la biblioteca de fulano de tal. Ese sello demostraba de quién era el libro. Era la marca de pertenencia.
  • Del mismo modo, Dios pone a su Espíritu en nosotros en el momento de entregarnos a Cristo. Cuando reconocemos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, el Espíritu Santo viene a morar en nosotros y nos marca como propiedad de Dios.
  • Una de las obras más maravillosas del Espíritu Santo en nosotros es que nos acompaña e intercede por nosotros. Romanos 8:26 dice así: Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.
  • En esos momentos de desesperación, cuando oramos y no sabemos ni qué decir, el Espíritu Santo se convierte en nuestro intérprete y defensor. Toma los sentimientos que no podemos expresar y los presenta al Padre de manera perfecta y divina. Siempre sabe exactamente qué decir cuando nosotros no lo sabemos.
  • Considera, entonces, el enorme privilegio que representa la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Él garantiza la resurrección de nuestro cuerpo. Él nos acompaña e intercede por nosotros. ¿Cómo, entonces, se nos ocurre ofenderlo? ¿Cómo se nos ocurre no tomarlo en cuenta?
  • Sin embargo, a veces lo hacemos. Ofendemos al Espíritu Santo cuando nos dejamos llevar por el coraje. El verso 31 de nuestro pasaje en Efesios 4 describe el proceso que nos lleva a ofenderlo. Nos menciona una serie de seis pasos: la amargura, la ira, el enojo, los gritos, las calumnias y la malicia. Observa cómo funciona esto.
  • Nace de alguna ofensa, real o imaginaria. Nos sentimos ofendidos por alguien, y en lugar de hablarle al respeto o perdonarlo, guardamos rencor. Ese rencor se convierte en amargura. Cuando hay amargura en nuestro corazón, tarde o temprano se convierte en ira. La ira es una explosión de rabia.
  • Muchas veces, esa ira no se dirige hacia la persona que nos ofendió. Es como el cuento del hombre que recibe un regaño de su jefe en el trabajo, y llega a la casa para gritarle a su esposa que la comida no está lista. La esposa le grita al niño que por qué no se ha lavado las manos, el niño le da una patada al perro, y el perro se desquita con el gato.
  • Si no lo paramos, esa ira se convierte en enojo. Es decir, nos convertimos en personas enojonas que por cualquier cosa explotan. Ese enojo que nos llega a controlar se expresa en gritos, en pleitos y voces elevadas. La casa se llena de gritería. Llegamos a insultar a otros con calumnias, con ofensas que ni van al caso. Por fin, sólo queremos hacerles daño. La amargura nos ha convertido en personas maliciosas.
  • Eso nunca lleva a nada bueno. Hace algunos años, se reportó el caso de un hombre en Pennsylvania que se cansó de ver las cajas de servicio telefónico que malograban la vista de su propiedad. Por fin, en su coraje, los arrancó con un tractor. Cuando alguien trató de llamarlo para pedir sus comentarios al respecto, la llamada no entró. Su teléfono estaba fuera de servicio.
  • La verdad es que, cuando dejamos que este proceso se realice en nuestras vidas, no sólo ofendemos al Espíritu Santo. Lo echamos todo a perder. Ni somos felices nosotros, ni hacemos felices a otros. Por eso, es importante examinar nuestro corazón y arrancar toda raíz de amargura. Tenemos que encontrar cualquier rencor que estemos guardando y, con la ayuda de Dios, decidirnos a perdonar.
  • En lugar de caer en ese proceso destructivo, Dios nos llama a vivir una vida que refleja la redención. En otras palabras, él nos llama a vivir de una manera que refleja la realidad de nuestra salvación. El verso 32 nos da tres pautas para hacerlo. Nos dice que seamos bondadosos, compasivos y perdonadores.
  • La bondad significa tener una actitud hacia los demás que busca su bien. En lugar de ver a otros como competencia, tratando siempre de ver solamente cómo nos podemos beneficiar de ellos, los vemos de la manera en que Dios nos ve a nosotros. Buscamos cómo bendecirlos.
  • Un gran ejemplo de bondad se ve en el primer ganador de la medalla Pierre Coubertin. Esta medalla se otorga a la persona que demuestra el mejor espíritu deportivo en los Juegos Olímpicos.
  • En 1964, el ganador de esta medalla fue un italiano llamado Eugenio Monti. Competía en la carrera de trineos. Al equipo inglés de Tony Nash se le había quebrado un perno del tobogán, y parecía que serían descalificados. Monti quitó el perno de su propio trineo y se lo dio al otro equipo.
  • El equipo inglés ganó la medalla de oro, mientras que Monti se quedó con la medalla de bronce. Cuando fue criticado por su acción generosa, Monti contestó: Nash no ganó porque le di el perno. Ganó porque tuvo el mejor tiempo. En las Olimpiadas de 1968, Monti se llevó la medalla de oro.
  • La acción de Monti en 1964 demuestra la actitud bondadosa que Dios nos llama a tener. El mundo busca ganar a toda costa, pero Dios nos llama a ser bondadosos.
  • También nos llama a la compasión. La compasión significa tener simpatía hacia las necesidades de otros. Significa no solamente pensar en nosotros mismos, sino también ver las necesidades de otros y ayudarles cuando podamos. Es la actitud del buen samaritano, que decidió no ignorar al hombre herido que encontró en el camino.
  • El perdón es una virtud especialmente cristiana, porque nuestra fe se basa en el perdón que Dios nos ha regalado por medio de la fe en Jesucristo. Nuestra fe es una fe de perdón, del perdón de nuestros pecados y la libertad que Cristo nos da por su muerte en la cruz. Sería incoherente querer recibir el perdón de Dios sin estar dispuestos a perdonar a otros.
  • Tú y yo tenemos el gran privilegio de convivir con el Espíritu Santo. Si no has recibido a Jesús como Señor y Salvador, te invito a conversar conmigo hoy después del culto para contarte más acerca de lo que significa tomar esta decisión. Para todos los que ya vivimos a diario en la presencia del Espíritu, imagina cómo sería si todos camináramos a diario conscientes de su presencia. ¿No sería maravilloso?
  • Podemos comenzar tú y yo decidiendo cada mañana, al despertar, que le daremos la bienvenida al Espíritu Santo y nos esforzaremos por hacer lo que le agrada. Tenemos este privilegio. Vivamos de una manera digna de la presencia del Espíritu Santo en nosotros.  
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