PASTOR TONY HANCOCK
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El reflejo de su gloria

3/3/2019

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  • ¿Te gustaría ver la gloria de Dios?  En cierto momento, Moisés le pidió a Dios que le permitiera verlo en todo su esplendor.  Dios le dijo que pasaría delante de él.  Luego le dijo: Pero debo aclararte que no podrás ver mi rostro, porque nadie puede verme y seguir con vida.  (Éxodo 33:20)
  • Nadie puede ver a Dios tal como él es, porque en nuestra humanidad fallida, no lo soportaríamos.  Sin embargo, algunos han estado en su presencia y han visto su gloria.  Con Dios es como con el sol.  Si tratas de mirar el sol directamente al mediodía cuando brilla con toda su fuerza, te quedarás ciego.  Su resplandor, en cambio, lo alumbra todo y llena el mundo de vida y calidez.
  • De igual modo, no podemos ver directamente a Dios.  Sin embargo, cuando estamos en su presencia, su gloria llena nuestra vida de vida y calidez.  Moisés mismo lo llegó a experimentar cuando se reunió con Dios en el monte Sinaí.  El primer destino de los israelitas después de salir del cautiverio en Egipto fue esa montaña.
  • Se quedaron allí durante un buen tiempo, y Moisés pasó cuarenta días en la presencia de Dios.  Éxodo 34:29-35 nos cuenta lo que sucedió cuando bajó de la montaña.
Cuando Moisés descendió del monte Sinaí, traía en sus manos las dos tablas de la ley. Pero no sabía que, por haberle hablado el Señor, de su rostro salía un haz de luz. 30 Al ver Aarón y todos los israelitas el rostro resplandeciente de Moisés, tuvieron miedo de acercársele; 31 pero Moisés llamó a Aarón y a todos los jefes, y ellos regresaron para hablar con él. 32 Luego se le acercaron todos los israelitas, y Moisés les ordenó acatar todo lo que el Señor le había dicho en el monte Sinaí.
33 En cuanto Moisés terminó de hablar con ellos, se cubrió el rostro con un velo. 34 Siempre que entraba a la presencia del Señor para hablar con él, se quitaba el velo mientras no salía. Al salir, les comunicaba a los israelitas lo que el Señor le había ordenado decir. 35 Y como los israelitas veían que su rostro resplandecía, Moisés se cubría de nuevo el rostro, hasta que entraba a hablar otra vez con el Señor.  (NVI)
  • Moisés había pasado tanto tiempo en la presencia de Dios sobre la montaña que su rostro reflejaba todavía la gloria.  Su cara brillaba, literalmente.  Era como un reloj fosforescente.  Después de estar en la presencia de la gloria de Dios, absorbió algo de la gloria y siguió brillando por un tiempo después de bajar de la montaña.
  • Cuando el pueblo lo vio, sin embargo, sucedió algo extraño.  Tuvieron miedo.  Esa misma gente había desobedecido a Dios poco tiempo antes.  Aarón, el hermano de Moisés, había hecho una imagen de oro para que el pueblo lo adorara.  Habían deshonrado a Dios.
  • Al ver la gloria de Dios reflejada en el rostro de Moisés, se asustaron.  No estaban bien con Dios.  Para que no se asustaran, Moisés comenzó a cubrirse la cara con un velo.  Se quitaba el velo cuando entraba en la presencia de Dios, y se lo volvía a poner cuando salía para hablar con el pueblo.
  • ¡Qué reacciones más distintas tuvieron a la gloria de Dios!  Moisés la absorbió, mientras que la gente la temió.  ¿No te gustaría que tu vida se llenara de la gloria de Dios?  Cuando vivimos sin arrepentimiento y en pecado, la gloria de Dios nos dará miedo.  Temeremos lo que más necesitamos.
  • Si queremos ver la gloria de Dios, tenemos que comenzar con el arrepentimiento.  Seremos como los israelitas que le tenían miedo al reflejo de la gloria de Dios hasta que nos preparemos con una examinación sincera de nuestro corazón.  Arrepentirse significa reconocer el pecado en lugar de hacer pretextos, y confesarlo a Dios con un deseo sincero de cambiar.
  • Tenemos que arrepentirnos cuando recibimos a Jesucristo como Señor y Salvador, y también tenemos que arrepentirnos cada vez que nos damos cuenta de que hemos fallado.  La vida cristiana es una vida de arrepentimiento, porque sólo así podrá llegar a nosotros la gloria de Dios.
  • La gloria de Dios se manifestó a Moisés sobre una montaña, y él llegó a reflejar esa gloria.  Unos mil cuatrocientos años después, la gloria de Dios se volvió a manifestar sobre otra montaña.  Leamos la historia.
Unos ocho días después de decir esto, Jesús, acompañado de Pedro, Juan y Jacobo, subió a una montaña a orar. 29 Mientras oraba, su rostro se transformó, y su ropa se tornó blanca y radiante. 30 Y aparecieron dos personajes —Moisés y Elías— que conversaban con Jesús. 31 Tenían un aspecto glorioso, y hablaban de la partida de Jesús, que él estaba por llevar a cabo en Jerusalén. 32 Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño, pero, cuando se despabilaron, vieron su gloria y a los dos personajes que estaban con él. 33 Mientras estos se apartaban de Jesús, Pedro, sin saber lo que estaba diciendo, propuso:
—Maestro, ¡qué bien que estemos aquí! Podemos levantar tres albergues: uno para ti, otro para Moisés y otro para Elías.
34 Estaba hablando todavía cuando apareció una nube que los envolvió, de modo que se asustaron. 35 Entonces salió de la nube una voz que dijo: «Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo». 36 Después de oírse la voz, Jesús quedó solo. Los discípulos guardaron esto en secreto, y por algún tiempo a nadie contaron nada de lo que habían visto.  (Lucas 9:28-36 NVI)
  • Al relatarnos este evento, Lucas lo conecta con la gloria que se había reflejado en el rostro de Moisés con una palabra.  En el verso 31, cuando habla de la “partida” de Jesús, la palabra original en griego es “éxodo”.  Moisés había guiado al pueblo en su éxodo de Egipto, su salida y liberación.  Ahora venía Jesús para llevarnos a una mayor liberación mediante su muerte y resurrección.
  • El rostro de Jesús brilló como el de Moisés, pero hay una diferencia.  El rostro de Moisés brilló con la gloria reflejada de Dios, pero Jesús brilló con su propia gloria.  Es la diferencia entre la luna y el sol.  La luna no produce su propia luz; sólo refleja la luz del sol.  Moisés no brilló con su propia gloria; reflejó la gloria de Dios.
  • Jesús, en cambio, mostro su propia gloria.  Para que quede claro, el verso 32 lo dice: Vieron su gloria.  La gloria era de Jesús; no era reflejada.  Dios no comparte su gloria con nadie.  Jesús brilló con su propia gloria porque él es Dios.  Así como Moisés se había encontrado con Dios en el monte Sinaí, ahora se encontraba también con Dios en otro monte.  Sólo que ahora se trataba de Dios hecho hombre.
  • Pedro, hablando sin pensar, quiso levantar tres albergues para Moisés, Elías y Jesús.  A él le parecía buena idea, pero no a Dios.  Para empezar, el hecho de hacer tres albergues parece igualar a Moisés, Elías y Jesús.  Pedro todavía no captaba bien que su Maestro Jesús es superior a estas figuras ilustres del Antiguo Testamento.
  • Más allá de esto, Pedro estaba cometiendo un error más grande.  Él quería quedarse en la montaña disfrutando de la gloria, pero Jesús no había venido para eso.  Él había venido para sacrificar su vida por nosotros.  Pedro quería seguir en la gloria, pero no era tiempo de estar en la gloria aún.
  • Nosotros muchas veces cometemos el mismo error.  Hay momentos en la vida del cristiano cuando disfrutamos de la gloria de Dios.  Quizás lo hayas experimentado en un campamento, en una conferencia o en un concierto.  Puede ser que lo hayas sentido en tu hora devocional.
  • Como Pedro, lo natural es querer quedarte allí.  Deseas seguir viviendo siempre en ese momento de gloria, cuando queda mucho por hacer.  ¡Gracias a Dios que él nos permite esos momentos!  Pero no podemos quedarnos acampados allí.  Tenemos que bajar de la montaña y seguir trabajando.
  • La solución está en lo que dijo el Padre cuando habló del cielo: Éste es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo.  En lugar de dejarnos llevar por nuestros sentimientos o nuestras ideas, tenemos que escuchar lo que Jesús nos está diciendo.  Tenemos que prestar atención a su llamado, y salir con él a cumplir su obra.
  • Pero la gloria de Dios no fue sólo para Pedro, Jacobo y Juan.  Todos podemos contemplar la gloria de Dios.  ¿No me crees?  Leamos 2 Corintios 3:12-18.
Así que, como tenemos tal esperanza, actuamos con plena confianza. 13 No hacemos como Moisés, quien se ponía un velo sobre el rostro para que los israelitas no vieran el fin del resplandor que se iba extinguiendo. 14 Sin embargo, la mente de ellos se embotó, de modo que hasta el día de hoy tienen puesto el mismo velo al leer el antiguo pacto. El velo no les ha sido quitado, porque solo se quita en Cristo. 15 Hasta el día de hoy, siempre que leen a Moisés, un velo les cubre el corazón. 16 Pero, cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado. 17 Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y, donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. 18 Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.  (NVI)
  • Cuando conocemos al Señor Jesús, el velo de ignorancia y temor es quitado.  Ahora todos podemos contemplar la gloria del Señor en el Espíritu.  Tenemos libertad del temor, libertad para la transformación por la gloria del Señor que ha venido sobre nosotros.  Bajo el nuevo pacto que Jesús estableció, no sólo un hombre sino todo creyente contempla y luego refleja la gloria del Señor.
  • Con rostro sin velo contemplamos la gloria de Jehová en el espejo del evangelio de Cristo.  La gloria no se demuestra exteriormente en la cara; nuestro rostro no es el que brilla.  Es nuestro carácter.  Es más, esta gloria no se desvanece, como la gloria que brillaba en el rostro de Moisés.
  • Más bien, crece a lo largo de la vida y nos lleva hasta ese momento en el que recibiremos un cuerpo glorioso en la resurrección.  Vivimos en gloria ahora, aunque con sufrimiento.  Cuando Jesús regrese, brillará plenamente y se acabará todo sufrimiento en nuestras vidas.
  • Moisés reflejó la gloria del Padre, y Jesús mostró la gloria del Hijo, pero la gloria de Dios brilla en nosotros por medio de su Espíritu.  La gloria que reflejaba Moisés se fue desvaneciendo, porque él no pudo estar siempre en la presencia de Dios.  Pero nosotros podemos reflejar esa gloria de manera cada vez mayor, porque podemos vivir en el Espíritu y conocer cada vez más a Cristo.
  • Un psicólogo llamado Roberto Zajonc realizó una investigación interesante.  Analizó las fotografías de varias parejas de recién casados y las comparó con fotos de las mismas parejas después de 25 años.  Descubrió que las parejas comenzaban a parecerse con el paso de los años.  Es más, las parejas más felices llegaban a parecerse más.
  • Conforme más tiempo pasamos en la presencia de Jesús por su Espíritu, más nos pareceremos a él.  Conforme más conocemos su Palabra, conforme más lo alabamos, conforme más tiempo estamos conversando con él, más reflejaremos su gloria en nuestra vida.  ¿Quieres que tu vida sea un reflejo de su gloria?
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