· En una vecindad de Londres, los residentes se estaban cansando de la gran cantidad de turistas que estacionaban sus vehículos en la calle. No dejaban ningún lugar para los residentes. Las autoridades locales no quisieron tomar cartas en el asunto, así que los vecinos decidieron actuar.
· Mandaron hacer unos anuncios muy impresionantes que decían: ¡AVISO! ¡PROHIBIDO ESTACIONARSE! Sólo que, como no tenían autorización oficial para colocar los anuncios, en letras pequeñas debajo de la palabra AVISO, tuvieron que escribir la frase de cortesía. Leyéndolo bien, decía: AVISO de cortesía, ¡PROHIBIDO ESTACIONARSE! · ¿Qué le iba a suceder a la persona que ignorara ese aviso? ¡Absolutamente nada! No tenía ninguna autoridad para determinar su conducta. Los residentes esperaban que la gente lo respetara, pero no les podían hacer nada a los que decidieran ignorarlo. Era una amenaza hueca. · En realidad, la cuestión de la autoridad es muy importante. ¿Quién es tu autoridad? ¿A quién le crees? ¿A quién le obedeces? Durante la última semana de la vida de Jesús, algunas personas llegaron para preguntarle acerca de su autoridad. En la conversación que él tuvo con ellos descubrimos algo muy importante acerca de la verdadera autoridad. · Jesús se encontraba enseñando en el templo cuando se le acercaron algunos de los líderes religiosos. Eran los jefes de los sacerdotes, los que manejaban los asuntos del templo, y los maestros de la ley – los expertos en la ley religiosa. Le dijeron: Dinos con qué autoridad haces esto. ¿Quién te dio esa autoridad? · Jesús les contestó con otra pregunta. ¿De dónde procedía el bautismo de Juan? ¿Del cielo, o de la tierra? Ellos entonces se pusieron a discutir entre sí. Se encontraban en una encrucijada. Si decían que era del cielo, entonces Jesús les preguntaría: ¿Por qué no lo creyeron? · En cambio, si le respondían que el bautismo de Juan era de la tierra, tenían temor a lo que les podría hacer la gente. Todos ellos reconocían a Juan como profeta. Por fin, le contestaron a Jesús: No sabemos de dónde era. Jesús entonces les dijo: Pues yo tampoco les voy a decir con qué autoridad hago esto. · Leamos esta historia en Lucas 20:1-8. Un día, mientras Jesús enseñaba al pueblo en el templo y les predicaba el evangelio, se le acercaron los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, junto con los ancianos. 2 ―Dinos con qué autoridad haces esto —lo interrogaron—. ¿Quién te dio esa autoridad? · 3 ―Yo también voy a hacerles una pregunta a ustedes —replicó él—. Díganme: 4 El bautismo de Juan, ¿procedía del cielo o de la tierra? · 5 Ellos, pues, lo discutieron entre sí: «Si respondemos: “Del cielo”, nos dirá: “¿Por qué no le creyeron?” 6 Pero, si decimos: “De la tierra”, todo el pueblo nos apedreará, porque están convencidos de que Juan era un profeta». · Así que le respondieron: 7 ―No sabemos de dónde era. · 8 ―Pues yo tampoco les voy a decir con qué autoridad hago esto. (NVI) · Esto sucede poco después de que Jesús había limpiado el templo, volcando las mesas de los cambistas y soltando a los animales que se vendían para los sacrificios. Los jefes de los sacerdotes lucraban de todo ese sistema de comercio que se encontraba en el templo, así que ellos se habían visto personalmente afectados por esa acción de Jesús. · Hay cierto interés detrás de su pregunta. ¿Quién te autorizó para hacer todo esto? Sabían que ellos no lo habían autorizado. Los romanos, que representaban la autoridad civil en ese momento, tampoco lo habrían autorizado. ¿Qué otra opción había? Le hacen la pregunta a Jesús, pero lo que insinúan es que él no tiene ninguna autoridad para hacer lo que hacía. · ¡Me encanta cuando Jesús contesta una pregunta con otra pregunta! Sus preguntas nunca son obvias. Siempre te llevan a profundizar. Él no les estaba tratando de confundir con una adivinanza, ni usaba la astucia para defenderse. Más bien, su pregunta puso al descubierto la dureza de su corazón. · ¿Te diste cuenta de algo? Cuando los líderes consideraron sus opciones para responderle a Jesús, hay una opción que ellos jamás consideraron. Fue la opción de que Juan realmente fue enviado por Dios, y que ellos debían haberse arrepentido ante su predicación. Jamás lo tomaron en cuenta. · Tampoco, entonces, tomaron en cuenta la posibilidad de que la autoridad de Jesús venía de Dios. Se habían cerrado a esa posibilidad. Como no estaban dispuestos a creer, Jesús no les dio ninguna explicación. En lugar de decirles: Mi autoridad viene de Dios, se negó a darles una respuesta – porque no la iban a aceptar. · Si queremos evitar el error que cometieron esos líderes religiosos, la primera cosa que tenemos que entender es que Jesús tiene autoridad. La fuente suprema de toda autoridad en el universo es Dios mismo. Las autoridades humanas están sujetas a él. Por ejemplo, los padres tienen autoridad sobre sus hijos porque Dios se la dio. No es algo propio de ellos; es una autoridad delegada. · Jesús es el Hijo de Dios. Comparte la esencia de Dios mismo; no es un ser distinto a Dios. Por lo tanto, él tiene autoridad en sí mismo. Su autoridad no es delegada por otro. Cuando él dice algo, se tiene que obedecer. Sin embargo, hay algo en el corazón humano que rechaza la autoridad. · Nuestro sueño es ser el piloto del avión de nuestra propia vida. Los pilotos mandan en sus naves. Le puedes comprar un boleto a tu perro para que vuele contigo, pero si el piloto dice que no puede volar, allí se termina el asunto. Queremos tener esa misma autoridad sobre nuestras propias vidas. Pero ¿sabes qué? Ni siquiera el piloto puede violar las leyes de la naturaleza. Nadie tiene autoridad absoluta, menos Dios y su Hijo Jesús. · Me temo que nos podemos parecer más a esos líderes religiosos de lo que quisiéramos pensar. Jesús les había demostrado su autoridad divina. Como Hijo único de Dios, él tenía autoridad sin igual para enseñar y para corregir todo lo que estaba mal en su adoración. Sin embargo, ellos no lo querían ver. Veían las cosas desde su propia perspectiva, para su propia conveniencia. · La realidad es que todos tenemos que tomar una decisión sobre la autoridad. Esa decisión es simple. Tenemos que decidir si reconocemos la autoridad de Jesús sobre nuestra vida, o no. Si simplemente te rehúsas a reconocer su autoridad, cualquier pretexto te servirá – pero ninguno te valdrá. Al final, tendrás que rendir cuentas por haber rechazado la autoridad de Jesús sobre tu vida. · Al final, pagarás un precio terrible. El Salmo 2:11-12 dice así: Sirvan al Señor con temor; con temblor ríndanle alabanza. Bésenle los pies, no sea que se enoje y sean ustedes destruidos en el camino, pues su ira se inflama de repente. (NVI) Cristo es paciente con nosotros, pero llegará el día en que su ira se encenderá contra todos los que no han querido reconocer su autoridad. · El peor peligro que enfrentamos es el de pensar que reconocemos la autoridad de Jesús, cuando en realidad estamos viviendo en rebelión contra él. Aquellos líderes religiosos pensaban que estaban bien con Dios. Creían que eran sus representantes, pero estaban muy equivocados. Ni siquiera lo reconocieron cuando lo tuvieron frente a ellos en carne humana. · Es fácil para nosotros decir: ¡Cristo es mi Señor! ¡Él es mi Rey! Pero ¿es la verdad? Déjame darte un ejemplo. Digamos que tienes la oportunidad de llevarte unas herramientas del trabajo. Estás entre hacerlo y no hacerlo, pero tienes miedo de que el patrón se dé cuenta. Por fin, decides no hacerlo, porque tienes miedo a que te descubra. · Con esa simple decisión, has mostrado que no reconoces la autoridad de Cristo. ¿Por qué? Porque en lugar de entender que él siempre te está mirando, y que tienes que hacer lo correcto simplemente porque es lo que él quiere, lo has dejado fuera de la ecuación. Tomas en cuenta tu propia conveniencia, pero no piensas en lo que Dios quiere que hagas. · Al hacer esto, razonas de la misma manera en que lo hicieron los líderes religiosos que interrogaron a Jesús. Ellos se preguntaban cómo manejar la situación para su conveniencia, en lugar de preguntarse si Jesús realmente tenía la autoridad divina para cuestionar su vida egocéntrica. · Lo mismo sucede si ves videos pornográficos, y te preocupas solamente por borrar el historial de tu celular para que nadie se dé cuenta de lo que has estado haciendo. ¿Crees que Dios no se da cuenta? ¿Piensas que lo ignorará? Actúas como si tu conveniencia fuera lo más importante, en lugar de reconocer la autoridad de Cristo sobre tu mente y tus pensamientos. · La buena noticia es que Dios es misericordioso. Si hemos rechazado su autoridad, si hemos decidido vivir como si fuéramos amos de nuestro propio destino, no es tarde para besarle los pies. No es tarde para arrepentirnos y decidirnos a vivir en sumisión a su autoridad. No es tarde para comenzar a preguntarnos: ¿Qué quiere Dios que yo haga? · Se cuenta la historia del capitán de una nave de la marina. Llegó uno de sus marineros para avisarle que habían visto las luces de otra nave, y que estaban en rumbo de colisión. El capitán le dijo al marinero: Dígale que soy capitán, y que exijo que cambien de rumbo. El marinero le contestó: ¡No quieren, señor! · Ahora sí se estaban enojando el capitán. ¿Quiénes se creen? ¡Pregúntales que tipo de nave traen! El marinero, después de consultar por radio con la otra nave, le dijo: Dice que es un faro, señor. ¡El capitán decidió cambiar su rumbo! Podía lanzar las amenazas que quisiera, pero no podía luchar contra la realidad. En una colisión entre un barco y un faro, ¡el faro iba a ganar! · En la colisión entre nuestro egocentrismo y la autoridad de Dios, ¿adivina quién ganará? Por eso, nos urge cambiar de rumbo y reconocer la autoridad de Jesucristo sobre nuestras vidas. La buena noticia es que él no nos reprocha las malas decisiones del pasado. Él nos ofrece su perdón, el perdón que nos ganó en la cruz del Calvario, y nos llama a una vida nueva. · Deja de pensar sólo en tu propia conveniencia, porque eso te dejará perdido al final. Reconoce hoy la autoridad de Cristo sobre toda tu vida. Ofrécele todo tu corazón, porque él es un buen Señor. Si no quieres creer, te quedarás sin explicación – como aquellos líderes religiosos. Pero si tienes dudas sinceras, él te responderá.
1 Comentario
Silvia Marisa Murcia de Cavia
26/3/2018 05:09:10 am
Reconocer la autoridad del Señor, creo, es un proceso que acompaña al ser humano en el de maduración y que comienza cuando se pone el corazón en sus manos
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