PASTOR TONY HANCOCK
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Fe que produce amor

3/7/2021

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  • ¿No te frustran las incoherencias? Me explico. Cuando lo que decimos no va de acuerdo con lo que hacemos, somos incoherentes. Es una incoherencia cuando le gritamos al hijo: ¡No me grites! También es una incoherencia cuando queremos que sean cumplidos con sus tareas, pero no somos cumplidos con los compromisos que hacemos. ¡Incoherencias!
  • Quizás la incoherencia más grande se produce cuando decimos que tenemos fe, pero esa fe no produce amor. Santiago 2:1 dice así: Hermanos míos, la fe que tienen en nuestro glorioso Señor Jesucristo no debe dar lugar a favoritismos. El favoritismo es un síntoma de la falta de amor. Nuestra fe en el Señor Jesús no es coherente con eso.
  • Si escuchas este mensaje y todavía no te has comprometido con Cristo, debes saber que el favoritismo que a veces se ve entre cristianos no es de él. Es una incoherencia. Si ya eres creyente, debes examinar tu corazón para ver si estás viviendo de una manera congruente con tu fe.
  • Ahora bien, ¿cómo se demuestra el favoritismo en la congregación de los creyentes? Santiago nos da un ejemplo que se encuentra en los versos 2 al 4. Supongamos que en el lugar donde se reúnen entra un hombre con anillo de oro y ropa elegante, y entra también un pobre desharrapado. Si atienden bien al que lleva ropa elegante y le dicen: «Siéntese usted aquí, en este lugar cómodo», pero al pobre le dicen: «Quédate ahí de pie» o «Siéntate en el suelo, a mis pies», ¿acaso no hacen discriminación entre ustedes, juzgando con malas intenciones?
  • Imaginemos la escena. Dos personas entran a la iglesia con presentaciones muy diferentes. Uno claramente es de la clase alta. Trae un enorme anillo de oro en la mano, y su ropa tuvo que haber costado una fortuna. Claramente nos conviene tener a esta persona en la iglesia, ¿no es verdad? Será un gran diezmador, y nos servirá de ayuda a todos con las conexiones que tiene.
  • Esa clase de persona siempre espera el mejor trato. Sólo va a los restaurantes que le dan el mejor servicio. Si no lo adulan en alguna tienda, se va a otra. Por lo tanto, nos conviene tratarlo bien para que se quede en nuestra iglesia y no se vaya a buscar otra. Lo tratamos como la eminencia que es.
  • Algunas iglesias tienen secciones VIP. Cuando llega alguna persona famosa, los ujieres la hacen llegar directamente a esa sección reservada. Le dan el mejor trato, porque quieren atraer a esa clase de persona. Quieren elevar la fama de su iglesia ante los ojos del público.
  • Pero ahora supongamos que entra a la congregación alguien realmente pobre. En lugar de anillos de oro y ropa elegante, lleva unos trapos harapientos. No es de la crema y nata de la sociedad; más bien, es de la escoria. Por supuesto, somos demasiado cristianos como para correrlo de la iglesia. Pero tampoco queremos que ocupe el mejor lugar. Le ofrecemos un lugar en el piso o en las bancas de atrás, donde no molestará a nadie.
  • Todo esto parece normal. Sin embargo, cuando actuamos así, cometemos un tremendo error. Nos ponemos en el lugar de Dios. En realidad, estamos cometiendo una especie de blasfemia, porque pretendemos hacer algo que sólo Dios puede hacer, juzgar a los demás. Estamos faltando al amor.
  • Santiago sigue aclarando en los versículos 5 al 7: Escuchen, mis queridos hermanos: ¿No ha escogido Dios a los que son pobres según el mundo para que sean ricos en la fe y hereden el reino que prometió a quienes lo aman?  ¡Pero ustedes han menospreciado al pobre! ¿No son los ricos quienes los explotan a ustedes y los arrastran ante los tribunales? ¿No son ellos los que blasfeman el buen nombre de aquel a quien ustedes pertenecen?
  • Naturalmente damos preferencia a los ricos, porque pensamos que nos darán algo a cambio. Sin embargo, cuando lo hacemos, nos ponemos en contra de Dios. Él da preferencia a los pobres. Claro, los ricos también se pueden salvar, pero los primeros en entrar al reino son los pobres. Si los menospreciamos, nos oponemos a Dios y damos preferencia precisamente a los que nos maltratan muchas veces a nosotros.
  • Antes de pensar que no eres así, examina tu corazón. ¿Con quién buscas hacer amistad? ¿A quién le das preferencia? ¿A quiénes menosprecias cuando hablas con otras personas? Es muy fácil mostrar favoritismo sin darnos cuenta, pero también es incoherente con nuestra fe en el Señor Jesús.
  • ¿Qué es lo que el Señor en quien decimos confiar más espera de nosotros? Veamos cuál es la ley suprema. Hacen muy bien si de veras cumplen la ley suprema de la Escritura: «Ama a tu prójimo como a ti mismo»; 9 pero, si muestran algún favoritismo, pecan y son culpables, pues la misma ley los acusa de ser transgresores. 10 Porque el que cumple con toda la ley, pero falla en un solo punto ya es culpable de haberla quebrantado toda. 11 Pues el que dijo: «No cometas adulterio», también dijo: «No mates». Si no cometes adulterio, pero matas, ya has violado la ley. (Santiago 2:8-11 NVI)
  • La ley se resume en amar a Dios y al prójimo. La ley suprema es amar al prójimo como a uno mismo. Sin embargo, si nos ponemos a juzgar a los demás en lugar de amar a los demás, ya hemos fallado. Aquí vemos algo muy importante. Fallar a una parte de la ley es convertirse en culpable, sin importar las partes que sí hemos guardado.
  • Digamos que me parara un policía por exceso de velocidad y me diera una multa. Cuando llega el día de mi cita de corte, me presento ante el juez y le digo: Señor juez, es cierto que manejé muy rápido. No lo niego. Pero ¡fíjese en todas las leyes que no he violado! Pago mis impuestos, no me meto a robar a las tiendas, no soy terrorista… ¡Seguramente usted me podría perdonar un pequeño delito!
  • ¿Creen que voy a convencer al juez con esos argumentos? ¡Claro que no! Sin embargo, muchas veces pensamos que Dios es así. Pensamos que seremos justificados por las leyes que no quebrantamos, y que no importa si desobedecemos una que otra. Sí, de vez en cuanto digo mentiras, y se me salen las palabrotas, pero no soy homicida ni ladrón.
  • Pero Dios es perfecto, y lo que él busca de nosotros también es la perfección. No nos podemos justificar porque obedecemos algunas de las leyes de Dios; ser culpable de una sola infracción nos convierte en pecadores, dignos de su castigo.
  • Esto significa dos cosas muy importantes para nosotros. En primer lugar, significa que todos necesitamos un Salvador. Todos hemos quebrantado alguna ley de Dios.  Por lo tanto, necesitamos su perdón. Fue por lo que Jesucristo vino al mundo. Él vino para morir en nuestro lugar y ofrecernos el perdón de Dios, si lo queremos aceptar.
  • La segunda cosa que significa para nosotros es que nuestra meta como creyentes tiene que ser la perfección. Nuestra meta al crecer en la fe no es ser personas decentes, sino personas maduras y perfectas. Pero escúchame bien: perseguimos la perfección no para alcanzar la salvación, sino porque Jesús nos la ha dado. Nos esforzamos por alcanzar la perfección para agradar a nuestro Padre celestial y para agradecer a nuestro Salvador. Es producto de la salvación, no su causa.
  • Esto nos lleva a algo más. Si tú y yo podemos ser salvos sólo por la compasión de Dios, quedamos bajo la obligación de mostrar compasión a los demás también. Santiago 2:12-13 dice así: Hablen y pórtense como quienes han de ser juzgados por la ley que nos da libertad, porque habrá un juicio sin compasión para el que actúe sin compasión. ¡La compasión triunfa en el juicio! (NVI)
  • La única esperanza que tenemos de ser librados del juicio de Dios es la compasión que él nos ha mostrado en Jesús, la que nosotros recibimos por la fe. Si él nos juzgara según lo que hemos hecho, dándonos sólo la justicia, no tendríamos ninguna esperanza. ¿Por qué, entonces, tratamos así a los demás? ¿Por qué los juzgamos sin misericordia, cuando dependemos de la misericordia de Dios?
  • La única manera de vivir de una manera coherente es mostrar a otros la misericordia que hemos recibido de Dios. Eso significa dejar de mostrar favoritismo, como si unos fueran más importantes para Dios que otros. Significa mostrar gracia hacia los errores de otros y darles oportunidades para cambiar. La compasión de Dios es una de las cosas más maravillosas que podemos recibir. Ahora nos toca a nosotros ser compasivos con los demás.
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