6• Hace años, visité el hogar de unos amigos. Sinceramente, no recuerdo muchos detalles de su casa, pero sí recuerdo un cuadro que colgaba en la sala. La imagen que representaba ese cuadro se quedó grabada en mi mente. Fue una imagen muy sencilla, en realidad.
• El cuadro representaba una cascada. Las aguas espumosas se vertían en un torrente alrededor de una pequeña peña que se erguía entre las furiosas corrientes. De esa pequeña peña brotaba un arbusto, y en ese arbusto, un pajarito había hecho su nido. En medio de las fuertes corrientes, el ave se sentaba tranquilamente sobre la ramita de aquel arbusto y abría el pico para cantar. • Entre las caudalosas aguas, el pájaro tenía paz. En medio del bullicio de la cascada, el pájaro podía cantar. Me gustaría conocer el secreto de ese pájaro para vivir así. ¿No te gustaría a ti también? Al final de su segunda carta a los tesalonicenses, el apóstol Pablo expresa un deseo que se puede volver realidad en la vida de cualquier creyente. • Antes de leer estos versículos, recordemos la situación que vivía la iglesia en Tesalónica. Para empezar, sus miembros eran personas marginadas. La mayoría de los miembros de la iglesia eran esclavos. Un esclavo en esa sociedad básicamente era una persona sin derechos. Es más, enfrentaban la persecución a causa de su fe en el Señor Jesús. • Para colmo, había confusión y división dentro de la iglesia misma. Estaban confundidos acerca del futuro, y algunos eran holgazanes. Sin embargo, y sin ironía, el apóstol Pablo les desea lo que nosotros mismos podemos tener también. Leamos sus palabras en 2 Tesalonicenses 3:16. • Que el Señor de paz les conceda su paz siempre y en todas las circunstancias. El Señor sea con todos ustedes. • En medio del torrente de problemas que enfrentaban, Pablo les desea la paz del Señor. Muchos pensamos que la paz llegará cuando se acaben los problemas. ¿Has pensado eso? Podré estar en paz cuando mis hijos sean grandes, piensan algunos padres. Otros piensan: Cuando tenga un buen ahorro, sentiré paz. Otros dicen: Si me pareja me pudiera comprender, entonces tendría paz. • Pero la realidad es que los problemas nunca se van a acabar. Jesús mismo nos dijo: Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo. (Juan 16:33) • Mientras estemos en este mundo, tendremos aflicciones. La paz que Jesús nos ofrece no es la paz de que todo nos va bien y no tenemos problemas. Es la paz de saber que todo estará bien, porque estamos bien con él. Es la paz de saber que pueden rugir tormentas a nuestro alrededor, pero estamos seguros en la mano de Jesús. • Hay tres cosas que te invito a recordar en esta mañana. En primer lugar, el Señor te ofrece su paz. ¡Te la ofrece! Sólo la tienes que aceptar. La paz de Dios es una realidad. No es solamente una posibilidad, algo que podría ser. Jesús es el Señor de paz, porque él existe en paz y él produce paz. • En su naturaleza divina, él existe en paz. ¿Qué cosas podrían estorbar la paz de Dios? ¿Qué preocupaciones podría tener? Él lo tiene todo. Él es la fuente de todo. Él lo sabe todo, y lo puede todo. Por lo tanto, a Dios nada le preocupa, nada le asusta, nada le sorprende. Dios siempre está en paz. Él nos invita a compartir su paz. • Esa paz Jesús la demostró cuando anduvo aquí en la tierra. A Jesús no le faltaban problemas. Su propia familia pensaba que estaba loco. Uno de sus discípulos de confianza le robó. Todos los más poderosos estaban en su contra. Muchísima gente lo buscaba sólo por los beneficios que él daba. Su vida no fue fácil, para nada. • Sin embargo, en medio de todo lo que sucedía, Jesús irradiaba una paz y una confianza que nadie le podía quitar. Aún en su momento de mayor angustia, cuando enfrentaba la muerte y la angustia de cargar con nuestros pecados, encontró las fuerzas para decirle a su Padre, Que no se haga mi voluntad, sino la tuya. • Jesús te ofrece su paz. El apóstol Pablo había experimentado esa paz en su propia vida, en medio de toda clase de persecuciones y dificultades. Ahora nos invita también a ti y a mí a vivir en esa paz. Eso nos lleva a la segunda cosa que quiero que recuerdes en esta mañana. El Señor te ofrece la paz de su presencia. • Cuando sabes que el Señor está contigo, puedes avanzar sin temor y lanzarte confiadamente a la vida. Eso sí – tienes que disponerte a hacer su voluntad. Si quieres progresar de maneras que no le agradan a Dios, no cuentes con su presencia. Si quieres tomar tus propias decisiones sin consultarle primero, no cuentes con su presencia. • Hay bendiciones que nos perdemos porque no queremos tomar riesgos. Algunos no se arriesgan a buscar un trabajo mejor, simplemente porque tienen miedo. Otros no se atreven a hablarle a un conocido de Cristo, simplemente por temor. El miedo nos turba. Nos quita la paz del corazón. Es una tormenta interior que nos distrae y nos desanima. • Cuando contamos con la presencia de Cristo, en cambio, el temor se va. La paz de su presencia nos permite avanzar hacia las metas sin rendirnos. • Se cuenta la historia de un muchacho que sufría los ataques de un abusón que siempre lo maltrataba en la escuela. Un día, les dijo a sus amigos: Me voy a enfrentar con ese matón y va a ver quién soy yo. Al día siguiente, todos le preguntaron: ¿Cómo te fue con el matón? El niño les dijo: Pues, simplemente le dije que ya no iba a poder conmigo y que mejor se fuera, y se fue. • Sus amigos se quedaron con la boca abierta, hasta que uno le preguntó: ¿Y no le tuviste miedo? El muchacho les contestó: ¡Claro que no! Allí estaba mi papá conmigo. ¿Te das cuenta? La presencia de su papá lo cambió todo. Del mismo modo, la presencia de Jesús lo transforma todo. • Por eso, Pablo dice: El Señor sea con todos ustedes. Si el Señor está con nosotros, podemos enfrentar cualquier problema. Si el Señor está con nosotros, podemos tener paz en cualquier situación. La paz que Dios nos ofrece es la paz de su presencia. Sin embargo, también debemos entender que no siempre sentiremos esa paz. Conforme crezcamos en nuestra vida espiritual, aprenderemos a sentir más y más esa paz. • Algunos de nosotros somos, por naturaleza, más nerviosos o aprensivos. A otros todo les da igual. No se preocupan por nada. Si por naturaleza no te preocupas por nada, te felicito por tu ecuanimidad. Sin embargo, ten cuidado de no descuidar cosas que realmente merecen tu atención. A veces la persona que no se preocupa por nada causa mucho estrés en la vida de los demás. • Si eres como la mayoría, en cambio, estás acostumbrado a preocuparte por diferentes cosas. Tu cerebro tiene caminos creados en tus neuronas que se deslizan hacia la preocupación. Si eres creyente, ya tienes la presencia del Señor contigo. Esa es una realidad. Pero no siempre lo vas a sentir, simplemente porque estás acostumbrado a algo diferente. • Debes practicar su presencia. Debes recordar que él está allí, y conversar con él sobre lo que te preocupa. Cuenta con su ayuda. Conforme más recuerdes que el Señor está contigo, conforme más le alabes y le des las gracias, más sentirás la paz de su presencia. Es un proceso. • Aunque no siempre lo sentirás, la tercera cosa que te invito a recordar en esta mañana es que el Señor te ofrece su paz en todo momento. Segunda de Tesalonicenses 3:16 dice, Que el Señor de paz les conceda su paz siempre y en todas las circunstancias. La paz de Dios no depende de lo que está pasando a tu alrededor. En todo momento, pase lo que pase, puedes tener la paz de Dios. • Años atrás, en un viaje a mi país, me hospedé en la casa de un pastor amigo. En aquel entonces, este pastor vivía en una zona algo peligrosa de la ciudad. De hecho, cuando les contaba a mis amigos que vivían en otras zonas dónde me estaba quedando, ponían caras de sorpresa. • Un día, me puse a leer en línea los titulares de mi pueblo tranquilo y campestre. En un fin de semana, habían muerto varias personas asesinadas en un tiroteo. Me puse a reflexionar: aquí me encuentro, en una zona que todos consideran peligrosa, completamente a salvo – porque estoy al centro de la voluntad de Dios. Mientras tanto, mi pueblito sereno y seguro está sumido en violencia. • La paz de Dios no depende de lo que te esté pasando. En la enfermedad o la salud, en la pobreza o en la riqueza, en la tristeza y la felicidad puedes tener la paz de Dios. Su paz no depende de tus circunstancias; depende del amor que él te tiene. Ese amor se demostró cuando Jesús fue a la cruz, cargado con tus pecados y los míos, para darnos la salvación. • Cuando no sientas la paz de Dios, mira hacia la cruz y recuerda cuánto te amó Jesús. Mira su tumba vacía y recuerda que él conquistó la muerte por ti. Jesús te ofrece su paz. Es la paz de su presencia, y puedes tener su paz en todo momento.
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