PASTOR TONY HANCOCK
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La santidad del cuerpo

8/8/2021

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  • Durante mis años de seminario, serví como pastor de misiones en una iglesia en el área de Chicago. Un día, llegué a la iglesia para abrir las puertas y descubrí que una pandilla había puesto su firma en grafiti sobre la puerta de la iglesia. Para colmo, la pandilla era SUR-13. Su nombre es una abreviación de las palabras “rebeldes urbanos de Satanás”, o “Satan’s Urban Rebels.”
  • Limpiamos las letras pintadas en la puerta, y felizmente nunca reaparecieron. Pero el insulto que representaban no se pudo borrar. ¿Cómo se podría deshonrar ese lugar sagrado, dedicado a la adoración de Dios, con las letras de una pandilla dedicada a Satanás? Fue una gran falta de respeto.
  • Sabemos que una iglesia es un lugar santo, y por eso, nos ofende que alguien contamine su pureza. Pero se nos olvida que hay un lugar más santo que la iglesia, y muchas veces lo contaminamos. A fin de cuentas, Dios no vive en los edificios que llamamos iglesias. Pero él sí vive en cada creyente. Por eso, nuestro cuerpo es santo. Tenemos que aprender a tratarlo como tal.
  • La semana pasada vimos el llamado de Dios a la santidad. Dios es santo, y él nos llama a vivir en santidad de verdad. La verdadera santidad comienza en el corazón. Sería fácil pensar, cómo algunos han pensado, que la santidad sólo es cuestión del espíritu. Lo que hago con mi cuerpo no importa, piensan ellos, con tal de que mi espíritu esté dedicado a Dios.
  • Pero la Biblia nos dice algo diferente. Cristo entregó su cuerpo a la muerte por nosotros. No sólo entregó el espíritu. Él se entregó cuerpo y alma por nosotros, para rescatar nuestras almas y nuestros cuerpos del pecado. Es gracias al sacrificio de su cuerpo inocente y puro que nosotros somos santificados y hechos puros delante de Dios, por la fe. Por eso, ahora nos toca aprender a vivir en nuestros cuerpos con pureza.
  • Hoy vamos a hablar sobre dos aspectos de la santidad del cuerpo. Comencemos con 1 Tesalonicenses 4:3-8, donde encontramos el llamado a la pureza sexual. Así escribe el apóstol Pablo:
  • La voluntad de Dios es que sean santificados; que se aparten de la inmoralidad sexual; 4 que cada uno aprenda a controlar su propio cuerpo de una manera santa y honrosa, 5 sin dejarse llevar por los malos deseos como hacen los paganos, que no conocen a Dios; 6 y que nadie perjudique a su hermano ni se aproveche de él en este asunto. El Señor castiga todo esto, como ya les hemos dicho y advertido. 7 Dios no nos llamó a la impureza, sino a la santidad; 8 por tanto, el que rechaza estas instrucciones no rechaza a un hombre, sino a Dios, quien les da a ustedes su Espíritu Santo.
  • Dios es el que define lo que es la santidad, no nosotros. La meta que Dios nos pone es aprender a controlar nuestro cuerpo en lugar permitir que sus deseos nos controlen a nosotros.
  • En las Olimpiadas vemos a un grupo de atletas que se dedican completamente al entrenamiento de su cuerpo. Trabajan diez o doce horas al día simplemente para estar en la mejor condición física posible. Su esfuerzo es admirable, y muchos de ellos glorifican a Dios con sus logros deportivos.
  • Ellos se disciplinan con la esperanza de conseguir una medalla que no durará por siempre. Dios nos llama a disciplinarnos para conseguir una corona eterna. Vale la pena aprender a controlar nuestro cuerpo. Vale la pena domarlo, como se doma un caballo, para que sea útil para buenos propósitos.
  • ¿Cómo se entrenan los atletas? Se disciplinan en la alimentación. Nosotros también debemos alimentar nuestra mente con cosas sanas, no con entretenimientos y conversaciones que despiertan pensamientos malsanos. Se disciplinan en el ejercicio. Nosotros también debemos ocuparnos en cosas provechosas, en lugar de dejar que el ocio nos lleve al desenfreno.
  • En realidad, el pecado sexual es una violación de la ley del amor. Cuando pecamos sexualmente, ofendemos a Dios – pero también herimos a nuestros hermanos. Hoy en día se repite mucho la idea de que es mi cuerpo, y puedo hacer con él lo que yo quiera. Pero si somos creyentes, nuestro cuerpo es del Señor. Es más, lo que hacemos con él puede bendecir o herir a otros.
  • El simple hecho, por ejemplo, de ver pornografía o tener fantasías sexuales cambia nuestra manera de ver a las personas. Aunque no hayamos tocado a nadie más, los vemos de una manera diferente. Ya no podemos verlos con el amor puro de un hermano o una hermana en Cristo. Ahora nuestra mirada tiene algo de morbo, lo cual también da lugar a la envidia y la incomodidad. Se va destruyendo la confianza sana y pura que debe existir en la iglesia.
  • Por eso, Dios nos ha dado su Espíritu Santo para que vivamos en pureza. Para experimentar la plenitud del Espíritu, tenemos que santificarnos. La entrega es el camino a la santidad. Cuando nos entregamos a Dios antes de cualquier otra cosa, comenzamos a aprender la santidad.
  • El segundo aspecto de la santidad del cuerpo es lo que consumimos. En nuestra sociedad, el consumo de substancias que nos afectan el estado de ánimo se ha vuelto una epidemia. Bajo el cuidado de un médico, los psicofármacos pueden ser útiles. Pero estamos hablando de lo que se consume para uso recreativo, simplemente para sentirse bien.
  • El exceso del alcohol, el uso de la marihuana y otras drogas ha aumentado enormemente. ¿Cómo debemos pensar bíblicamente acerca de esto? Dios nos da varias pautas en su Palabra. Encontramos la primera en 1 Corintios 6:12, donde dice: «Todo me está permitido», pero no todo es para mi bien. «Todo me está permitido», pero no dejaré que nada me domine.
  • Algunos de los corintios tomaban su libertad en Cristo como pretexto para hacer cosas inconvenientes. Ellos decían, Todo me está permitido. En respuesta, el apóstol Pablo nos llama a considerar dos cosas. En primer lugar, ¿es para mi bien? En otras palabras, ¿me trae algún beneficio? Esta es la primera norma que debemos aplicar cuando decidimos si usar algo o no.
  • Hay muchas substancias que tienen efectos nocivos sobre el cuerpo. ¿Para qué meter alguna substancia al templo del Espíritu Santo que no es beneficioso? La segunda pregunta es esta: ¿me dominará? ¿Tomará poder sobre mí?
  • Cuando consumimos alguna substancia que nos reduce el nivel de dominio propio, le estamos dando poder sobre nosotros. Cuando alguien dice: Lo necesito para relajarme, es una señal peligrosa de que le ha entregado el control sobre su vida a una substancia. Bajo el control del alcohol y de otras drogas, hacemos cosas que nunca haríamos de otro modo. Esto muestra que nos han empezado a controlar. Como creyentes, debemos decir: No dejaré que nada me domine.
  • La primera pregunta que nos debemos hacer sobre cualquier cosa que metemos a nuestro cuerpo, entonces, es: ¿Me beneficia? La segunda es, ¿Me controla? Encontramos la tercera pregunta en 1 Corintios 10:23-24. «Todo está permitido», pero no todo es provechoso. «Todo está permitido», pero no todo es constructivo. Que nadie busque sus propios intereses, sino los del prójimo.
  • La tercera pregunta que nos tenemos que hacer es esta: ¿Edifica a otros? ¿Cómo afectará mi decisión a otras personas? Quizás a mí no me afecte, pero ¿qué efecto tendrá sobre mi hermano? Esto también lo tengo que tomar en cuenta. Quizás yo me pueda tomar una cerveza sin que me afecte, pero ¿qué le hará a mi hermano alcohólico que me ve hacerlo? Tengo que pensar en mi prójimo, no simplemente darme gusto a mí mismo.
  • Ninguno de nosotros ha sido perfecto. Todos hemos deshonrado nuestro cuerpo de una manera u otra. Pero la sangre de Cristo nos puede limpiar y purificar. A un niño le preguntaron una vez qué era la santidad. Respondió que era ser limpio por dentro. Cuando te arrepientes y pones tu fe en Jesús, te limpia por dentro. Te hace santo. Luego te llama a esforzarte por aprender a caminar en esa santidad que él te ha dado.
  • No hay nada que Jesús no pueda limpiar. Si te has alejado del camino de santidad, regresa hoy. Si nunca has comenzado a caminar en santidad, entrégate hoy a Jesús. El pecado sólo lleva a la muerte, pero en santidad podemos disfrutar de la comunión con Dios para siempre.
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