En el Perú conocí a una hermana que manejaba un Volkswagen, de esos escarabajos que solían llenar las calles de nuestras ciudades latinas. Era un carro muy común, pero tenía una peculiaridad. Cuando se había encargado de la fábrica en Alemania, no se había escogido como opción el indicador de gasolina. Los dueños anteriores no sabían que ese indicador era opcional, así que no lo habían incluido en el pedido.
¿Te imaginas cómo sería manejar un carro sin medidor de combustible? Esta hermana calculó cuántos kilómetros le rendía un tanque de gasolina, y se mantenía al tanto del kilometraje para cargar combustible cuando se necesitara. Nunca se quedó varada por falta de combustible. Puedes tener el mejor carro del mundo, pero si no tiene combustible en el tanque, no llegará a ningún lado. Un tanque lleno de gasolina es esencial para la función del carro. Tú y yo funcionamos de manera igual, pero no con gasolina. Grábate bien esto: No puedes hacer la voluntad de Dios si no estás lleno de la presencia de Dios. Puedes cargar la Biblia más grande del mundo; puedes tatuarte un versículo en el brazo o discutir todos los días con los incrédulos. Si no estás lleno de la presencia de Dios, no podrás hacer lo que a Dios le agrada. Todo lo que haces será inútil. Será pura religiosidad. Puedes convertirte de una iglesia a otra, pero si no estás lleno de la presencia de Dios, nada ha cambiado, en realidad. En la carta que Pablo escribió a la iglesia en Éfeso, la primera mitad de la carta consiste en enseñanzas doctrinales. La segunda parte es más práctica. Primero viene lo que creemos, y luego lo que hacemos. La fe se tiene que expresar en nuestra vida, pero la obediencia sin fe es hipocresía. En este punto culminante de sus palabras acerca de lo que creemos, el apóstol Pablo describe lo que él le pide a Dios por la iglesia de Éfeso. Estoy seguro de que pediría lo mismo por nosotros. Por la inspiración del Espíritu Santo, estas palabras son parte de la Palabra de Dios. ¿Qué crees que Pablo pide? ¿Pide buena salud? ¿Pide prosperidad económica? ¿Pide que todo les vaya bien? Veamos lo que el apóstol Pablo realmente pide. Leamos Efesios 3:14-21. Por esta razón me arrodillo delante del Padre, 15 de quien recibe nombre toda familia en el cielo y en la tierra. 16 Le pido que, por medio del Espíritu y con el poder que procede de sus gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo de su ser, 17 para que por fe Cristo habite en sus corazones. Y pido que, arraigados y cimentados en amor, 18 puedan comprender, junto con todos los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; 19 en fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios. 20 Al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros, 21 ¡a él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos! Amén. (NVI) Hoy, en el día que celebramos a los padres, es bueno ver lo que nos quiere dar nuestro Padre celestial. Él es Padre de toda su familia, tanto de los creyentes que ya están en el cielo como de los que estamos aún en la tierra. Pablo, guiado por el Espíritu, le pide tres cosas que realmente nos llevan en la misma dirección. Primeramente, pide que Cristo habite en nuestros corazones. ¿Cómo puede suceder esto? Sucede por medio del Espíritu Santo. Cuando somos llenos del Espíritu Santo, Jesucristo habita en nuestro corazón. Recuerda que Pablo escribe a una iglesia de creyentes. Son personas que ya han aceptado a Cristo como Señor y Salvador. Jesús ya está presente en sus vidas. ¿Cómo, entonces, pide Pablo que Cristo habite en nuestros corazones? Es que hay una diferencia entre ser invitado y ser residente. Creo que muchos de nosotros queremos que Jesús nos visite de vez en cuando, sobre todo cuando tenemos problemas. Pero no estamos dispuestos a dejarle entrar a toda la casa. A veces recibimos a una visita inesperada, y tratamos de hacer que la casa sea lo más presentable posible. Cerramos la puerta a los cuartos desarreglados, y rápidamente metemos todo el desorden a un clóset. Mientras la visita se queda en la sala, pensará que tenemos una casa perfectamente ordenada. Así, muchas veces, queremos tratar a Jesús. Queremos que entre a la sala y nos visite, pero no estamos dispuestos a dejar que él se meta al clóset donde están nuestros secretos. No queremos que entre a los cuartos cerrados, donde tenemos un desorden. Podríamos decir, sin embargo, que es en esos lugares que el malvado se esconde. Cuando no dejamos que Cristo habite en nuestro corazón, dándole acceso total, vivimos la vida cristiana a medias y le damos cabida al diablo. La segunda cosa que pide Pablo es que echemos raíces y seamos edificados sobre el amor, para que podamos llegar a comprender lo inmenso que es el amor de Cristo. En realidad, él pide lo imposible. ¿Cómo podemos comprender lo incomprensible? Con esto vemos que no se trata simplemente de algo que captamos con la mente, sino algo que llena lo más profundo de nuestro ser. El amor es una de las cosas más maravillosas del mundo. ¿Quién no se siente alegre por el amor de su esposa o de su esposo? ¿Quién no agradece el amor paciente de los padres? ¿Quién no disfruta el amor de sus hermanos y amigos? Todos estos amores son solamente pequeños destellos de un amor mucho más fuerte – el amor de Cristo. Ese amor trajo a Jesús desde el cielo, donde vivía en la forma de Dios, para tomar nuestra humanidad y caminar por este mundo. Lo llevó hasta la cruz, donde sufrió la peor tortura física y el sufrimiento espiritual de llevar nuestro pecado. Lo llevó a dar su vida por nosotros. No hay amor más grande que éste. Cuando sientes y comprendes ese amor, tu perspectiva cambia. Tu corazón cambia. Tus pensamientos cambian. Por eso, pidámosle a Dios que él nos ayude a comprender la inmensidad del amor de Cristo. Medita sobre el amor de Cristo. Considera cuánto te amó, y todo lo que él ha hecho por ti. Deja que tu amor te llene. Así, como dice el verso 19, seremos llenos de la plenitud de Dios. ¿Te das cuenta? Es una obra de la Trinidad. El Padre oye la oración y nos llena con la presencia del Espíritu para que Cristo habite en nuestros corazones y podamos conocer la inmensidad de su amor. Todo esto lo hace para su gloria. Él es capaz de hacer mucho más de lo que nos podemos imaginar. Pero nada de esto sucederá si no estamos llenos de la presencia de Dios. No puedes hacer la voluntad de Dios si no estás lleno de la presencia de Dios. Estoy convencido de que esto es lo que más necesitamos. Más que cualquier otra cosa, nos hace falta vivir llenos de la presencia de Dios. Hablemos ahora de lo práctico. ¿Cómo sucede esto? ¿Cómo puedo ser lleno de la presencia de Dios? Déjame mencionarte tres cosas. En primer lugar, tienes que ser creyente en Jesucristo. Si no te has entregado a Jesús, puedes sentir la presencia de Dios en ciertos momentos. Quizás sea en un culto o cuando escuches alguna alabanza que sientas un toque de Dios. Para ti, ese toque es una invitación. Es una invitación a tomar la decisión de reconocer a Cristo como tu Señor y Salvador. Pero no confundas esa invitación con ser lleno de Dios. Sólo si eres seguidor de Cristo podrás ser lleno de la presencia de Dios. La segunda cosa es que tienes que evitar que otras cosas te controlen. El apóstol Pablo habla de esto en Efesios 5:18, donde dice: No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno. Al contrario, sean llenos del Espíritu. Cuando dejas que el vino o cualquier otra cosa te controle, le quitas el lugar al Espíritu Santo. El alcohol es sólo una de esas cosas. Por supuesto, las drogas y otros vicios hacen lo mismo. También lo hace la amargura. Cuando nuestro corazón está lleno de amargura y resentimiento, le quitamos el lugar al Espíritu Santo. Por eso, tenemos que quitar de nuestra vida todo lo que estorba la presencia del Espíritu Santo. Él no va a llenar un corazón que también está lleno de alcohol, de marihuana o de cualquier otra cosa que nos controla. Pero falta un paso más. La tercera cosa es que tienes que entregarte. El Espíritu Santo nos llena cuando nos entregamos por completo al señorío de Cristo. Un predicador dio un gran ejemplo de esto. Puso en dos hojas de papel las dos palabras no y Señor. Luego preguntó: ¿Puedes decir estas dos cosas al mismo tiempo? Sinceramente, creo que muchas veces lo hacemos. Sabemos lo que Dios quiere de nosotros, pero le decimos, No, Señor. Ahorita no. Después, quizás. Pero la realidad es que, si decimos que no, entonces Jesús realmente no es nuestro Señor. La palabra Señor significa dueño, amo, jefe. Si le decimos que no, entonces no es Señor. Si quieres ser lleno de la presencia de Dios, tienes que entregarte por completo a su voluntad. Tienes que decirle que, de hoy en adelante, será Sí, Señor. Lo que él te diga, como él te guíe, le dirás que sí. Es así de sencillo. Cuando te rindes por completo a su voluntad, entonces su presencia te llena – y te hace capaz de hacer su voluntad. No puedes hacer la voluntad de Dios si no estás lleno de la presencia de Dios. Felizmente, Dios quiere llenarte con su presencia. El Padre quiere que entiendas cuán grande es el amor de su Hijo, y quiere llenarte con su Espíritu Santo. ¿Darás hoy ese paso de entrega? ¿Le dirás que sí, que te rindes a él? Sólo así estarás preparado para vivir en la victoria que Dios tiene para ti.
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