El Espíritu transformador• ¿Alguna vez has visto una oruga? En esta temporada del año, empiezan a nacer. Comen las hojas de las plantas dejando mordiscos por todos lados. Engordan hasta el punto caerse. ¿Quién se imaginaría que esos animalitos chistosos se convertirían en hermosas mariposas?
• El mismo Espíritu Santo que obró en la creación para transformar las orugas en mariposas también nos transforma a nosotros. La oruga pasa por un proceso de metamorfosis que la convierte en una hermosa mariposa. El Espíritu Santo hace en nosotros una obra de metamorfosis que nos convierte en la verdadera expresión del ser humano. • Este proceso se describe en 2 Corintios 3:18. Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu. • Bajo el nuevo pacto, todos podemos observar la gloria de Dios con la cara descubierta. ¿Dónde vemos esa gloria? La vemos en Jesús. Jesús es el resplandor de la gloria de Dios. Quien conoce a Jesús, conoce al Padre. Por eso, cuando por fe contemplamos a Jesús, el Espíritu Santo nos transforma para reflejar su gloria hasta que lleguemos a estar en la gloria misma. • ¿Por qué necesitamos ser transformados? Simplemente porque no somos lo que Dios nos creó para ser. Fuimos creados a su imagen, para reflejar su gloria como pequeños espejos. Pero esa imagen ha sido opacada por el pecado. Somos como monedas oxidadas y sucias que ya no brillan con el sello que antes traían. • Esa mugre que nos opaca es la carne. Es nuestra naturaleza humana que se inclina al pecado. Es el instinto que tenemos de darle la espalda a Dios y vivir egoístamente. Se expresa en el deseo de crear nuestra propia realidad rechazando la autoridad de Dios. Está metida en nosotros hasta el fondo, como si fuera parte de nuestro cuerpo. • Gálatas 5:19-21 describe lo que produce la carne en nosotros. Las obras de la carne se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y hechicería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, desacuerdos, sectarismos y envidia; borracheras, orgías y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. • Cuando vivimos según los instintos de la carne, estas cosas son su producto natural. Rechazamos el diseño de Dios para nuestra sexualidad y nos volvemos inmorales. En lugar de esperar hasta el matrimonio para tener relaciones sexuales y luego ser fieles dentro del matrimonio, nos dejamos llevar por la pasión que busca su propia satisfacción. • Algunos controlan el cuerpo, pero tienen una mente inmunda. En una vieja canción, un marido le pregunta a su esposa si alguna vez le fue infiel. Ella le responde, Sólo en mi mente. Si pasáramos en pantalla como una película los pensamientos de muchos de nosotros, quedaríamos en total vergüenza. Esa impureza mental y física refleja el dominio de la carne. • La carne también traiciona a Dios. En lugar de adorar fielmente al único Dios verdadero, se expresa en idolatría, hechicería y otras cosas parecidas. ¿Sabes cuál es el atractivo de esas cosas? Es el control. A un ídolo lo puedes controlar. Lo tienes en tu casa y crees que automáticamente te va a bendecir. Vas a un brujo y crees que puedes conseguir lo que quieres. • Dios, en cambio, nos exige lealtad. Nos exige obediencia. Por eso, nuestra carne prefiere la idolatría y la hechicería. Hoy en día, podemos caer en una especie de hechicería tecnológica. Creemos que con aparatos podemos controlar el mundo y ser felices. La tecnología tiene sus usos, pero cuidado con convertirlo en tu dios. • La carne también nos lleva a maltratar a los demás. Produce odio, pleitos, envidia y corajes. Se expresa en chismes. La política es el campo de juego de la carne. Creemos que cualquier persona que no piensa como nosotros es un idiota. Nos sentimos justificados en odiar. • La carne nos lleva a perder el control. Nos emborrachamos con alcohol o nos entregamos a las drogas. Corremos al desenfreno. Cuando tenemos que perder el control para sentirnos bien, algo anda mal. Sin embargo, la carne nos convence de que es normal. • ¿Sabes a qué va la persona que vive en la carne? Va a la muerte. Si tú vives en la carne, demuestras que no conoces a Cristo. Si andas en estas cosas sin remordimiento, muestras que no has recibido la salvación. Pero cuando te entregas a Cristo, crucificas la carne. Esto es lo que significa el arrepentimiento. Es crucificar tu carne con Cristo en la cruz. • Cuando seguimos a Cristo, el Espíritu Santo produce algo muy diferente en nosotros. El fruto del Espíritu se describe en Gálatas 5:22-25. En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu. • Cuando caminamos con Cristo por la fe, el Espíritu Santo produce estas cosas en nosotros de manera natural. En lugar de inmoralidad, nos da dominio propio. En lugar de celos, nos da amor. En lugar de envidia, nos da bondad. En lugar de desenfreno, nos da paz y alegría. • ¿Cómo quieres vivir? ¿Quieres vivir en la carne? Sólo te llevará a la muerte. ¿No será mucho mejor vivir guiado por el Espíritu? Esto te llevará a la vida. Te llevará a una vida mejor ahora, y te llevará a la vida eterna después. Entrégate a esa transformación que el Espíritu Santo quiere realizar en ti. • El primer paso esencial es entregarte a Cristo. Si él no es tu Señor y Salvador, su Espíritu no mora en ti. Si quieres vivir en el Espíritu en lugar de ser dominado por la carne, tienes que arrepentirte y poner tu confianza en Jesús. Así nacerás de nuevo por el poder del Espíritu Santo. • Quizás ya hayas tomado esa decisión. Sin embargo, como a mí a veces me sucede, te das cuenta de que la carne sigue activa en ti. No te desesperes. Quiero darte tres ideas importantes que te ayudarán a caminar en el Espíritu. La primera idea es esta: ¡No estás solo en la lucha! El Espíritu Santo está obrando en ti. No te desanimes. Tienes la ayuda de Dios. • La segunda idea es que tenemos que crucificar la carne a diario. Jesús dijo que, si queríamos seguirlo, tendríamos que tomar nuestra cruz cada día. Esto significa que la lucha sigue. Cuando te levantes en la mañana, dile al Espíritu Santo que quieres seguir su voz y que hoy no vas a vivir para la carne. Es una decisión diaria. Si caes, levántate. Persevera. • La tercera idea es que el Espíritu Santo nos transforma conforme contemplamos a Jesús. El versículo que leímos al principio nos enseña esto. Por favor, no pienses en contemplar a Jesús como si fuera mirar su imagen. No es la apariencia física de Jesús lo que nos transforma, porque ni sabemos cómo se veía. Es su carácter. • Cuando meditas en sus enseñanzas, cuando consideras su ejemplo y cuando te dejas llevar por el gran amor que él mostró en la cruz, el Espíritu Santo te cambia por dentro. Poco a poco, él va quitando la mugrosa carne para que tu corazón refleje la gloria de Dios. Cuando contemplamos a Jesús, el Espíritu Santo nos transforma de gloria en gloria. Él es el Espíritu transformador.
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