Jesús, nuestro Sanador• El hombre estaba desesperado. Su hija de doce años estaba enferma, y no sabía a quién recurrir. Escuchó que Jesús había llegado al pueblo. Fue corriendo a buscarlo. Este hombre se llamaba Jairo, y era líder en la sinagoga de la ciudad. Tenía amigos influyentes y solvencia económica. En ese momento, sin embargo, lo único que quería era ver sana a su hija.
• Se arrojó a los pies de Jesús y le pidió ayuda. Jesús se ofreció para ir con él a su casa. Pero este hombre no fue el único que se había enterado de la presencia de Jesús. Una gran multitud lo apretujaba. Entre esa multitud había una mujer. Ella también estaba enferma. Durante doce años había sufrido de hemorragias que no cesaban. • Bajo la ley judía, el sangrado la hacía impura. Durante doce años, Jairo, el líder de la sinagoga, había disfrutado de la convivencia con su hija. Durante esos mismos doce años, esta mujer había quedado excluida de la sinagoga que Jairo gobernaba. Social y económicamente, eran personas muy diferentes. Sin embargo, ambos tenían la misma necesidad. Les hacía falta el poder de Jesús. • Esta mujer se acercó a Jesús, pensando tocar siquiera el borde de su manto. Cuando tocó la ropa de Jesús, algo maravilloso sucedió. En ese mismo instante, dejó de sangrar. ¡Ella lo sintió! Jesús también lo sintió. Sabía que de él había salido poder. • Se detuvo y preguntó: ¿Quién me ha tocado? Pero nadie le contestó. Podríamos preguntarnos cómo Jesús, siendo Dios, no sabía quién lo había tocado. Sabemos que él, cuando se hizo hombre, voluntariamente se limitó en el uso de sus poderes divinos. Esta es una de esas ocasiones. • Pedro, siempre impulsivo e imprudente, le contestó. Maestro, ¡mira la multitud! ¿Cómo vas a preguntar quién te tocó? Pero Jesús insistió. Por fin, la mujer se presentó ante Jesús, temblando de miedo. Se arrojó a sus pies y confesó lo que había hecho. • Lucas 8:48 nos dice cómo le contestó Jesús. ¡Hija, tu fe te ha sanado! —dijo Jesús—. Vete en paz. Esta mujer había gastado todo su dinero en doctores. La fe en Jesús fue suficiente para sanarla por completo. Mucha gente tocaba a Jesús en ese momento, pero sólo ella tuvo la fe para ser sanada. • En eso, sin embargo, llegó alguien con malas noticias. Fue alguien de la casa de Jairo. Le dijo, Ya no molestes más al Maestro. Tu hija ya murió. Su idea fue ésta: Mientras la niña vive, quizás Jesús la pueda sanar. Pero nadie puede resucitar a los muertos. ¿Sería cierto? Lucas 8:50 nos dice cómo reaccionó Jesús. Al oír esto, Jesús dijo a Jairo: —No tengas miedo; nada más cree y ella será sanada. • Llegaron a la casa de Jairo. Todos estaban llorando por la niña. Jesús entró al cuarto con los padres de la niña y sus discípulos Juan, Pedro y Santiago. Les dijo algo extraño. No lloren. No está muerta, sino dormida. Jesús sabía que la niña había muerto. Lo que quería decir es que la muerte no es el final. Un día, todos despertaremos. Pero esa niña se iba a despertar antes de lo normal. • En ese momento, Jesús la tomó de la mano y le dijo: Niña, ¡levántate! Al instante, su espíritu volvió a su cuerpo y se incorporó. Jesús les dijo que le dieran de comer. Si tenía hambre, es porque estaba viva y sana de su enfermedad. Jesús la levantó, y la levantó sana y salva. • En esta historia, Jesús tocó a dos personas impuras. Según la ley judía, el flujo de la sangre de la mujer la hizo impura. Un cadáver también causaba impureza. En ambos casos, Jesús no se contaminó con la impureza de la enfermedad y la muerte. Más bien, trajo vida y salud. En esta historia vemos que Jesús es nuestro Sanador. • Si nosotros hubiéramos vivido cuando Jesús anduvo en la tierra, tendríamos que haber hecho lo que hicieron Jairo y la mujer con la hemorragia. Tendríamos que ir adonde estaba Jesús con fe para pedir su ayuda. Pero ahora Jesús está en el cielo. ¿Habrá dejado de sanar a las personas? ¿Será que ya no tiene la misma autoridad sobre la enfermedad y la muerte? • La pregunta misma es ridícula. Sentado en su trono celestial, Jesús tiene la misma autoridad sobre la enfermedad y la muerte que siempre. Sin embargo, todavía no ha regresado para establecer completamente su reino. Jesús sigue siendo nuestro Sanador, aunque nuestra sanidad no será completa hasta que él regrese. • ¿Cómo podemos tener acceso a su poder sanador ahora? ¿Cómo podemos tocar el borde de su manto? Encontramos una respuesta en Santiago 5:14-15. ¿Está enfermo alguno de ustedes? Haga llamar a los líderes de la iglesia para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará. Y si ha cometido pecados, sus pecados se le perdonarán. • El poder sanador de Jesús se manifiesta ahora en su iglesia. Por eso, Santiago – el hermano de Jesús – nos aconseja que busquemos la oración de los líderes o ancianos de la iglesia cuando estamos enfermos. No nos dice que tenemos que ir a buscar a algún gran sanador. Jesús ya está presente aquí entre nosotros. Podemos pedirle con fe que nos sane. Puede sanar en un culto o en la casa. • También debemos entender que Jesús no siempre nos sanará ahora. A veces nuestra sanidad sólo vendrá después de su regreso. Tenemos ejemplos de esto en el Nuevo Testamento. El apóstol Pablo sufría de un aguijón en la carne que podría haber sido un problema de la vista. Tres veces le pidió a Dios que se lo quitara, y tres veces Dios le contestó: Te basta con mi gracia. • Cuando Timoteo sufrió de problemas digestivos, Pablo no le dijo que con suficiente fe quedaría curado. Más bien, le dijo esto: No sigas bebiendo solo agua; toma también un poco de vino a causa de tu mal de estómago y tus frecuentes enfermedades. (1 Timoteo 5:23) Este versículo no es un permiso para embriagarse. En este caso, el vino tenía un uso medicinal. Dios nos está enseñando aquí a usar la medicina que tenemos a nuestro alcance y consultar a los doctores cuando podamos. • Algunos te dirán que siempre puedes quedar sano si sólo tienes suficiente fe. Los ejemplos de Pablo y de Timoteo nos muestran que no es así. Si alguna persona está enferma, no la juzguemos como si fuera culpa suya por tener una falta de fe. La sanidad no funciona así. Frente a la enfermedad, oremos con fe a nuestro Sanador, Jesús. Usemos las medicinas, porque Dios las puede usar para sanarnos. Consultemos a los doctores, porque también son siervos de Dios. • Frente a la muerte, también podemos confiar en nuestro Sanador, Jesús. Hay casos en los que él elige resucitar a las personas ahora, en respuesta a la oración. Un conocido mío de la universidad en su juventud había muerto. Sus padres oraron por él. Tres días después, resucitó. Tales cosas suceden, aunque no son muy frecuentes. Si Dios nos resucitara a todos ahora, nunca nos prepararíamos para la muerte. Cuando pedimos vida, Dios siempre dice que sí – pero no siempre es ahora. • Jesús nos asegura que, así como resucitó a la hija de Jairo, así nos resucitará a todos en el día final. Pero esa resurrección será mejor. La hija de Jairo volvió a morir; ya no está en el mundo. Pero cuando Jesús nos resucite, ya no volveremos a morir. Tendremos cuerpos transformados y glorificados. Viviremos para siempre en su presencia. 1 Corintios 15:52 dice, Pues sonará la trompeta y los muertos resucitarán con un cuerpo incorruptible, y nosotros seremos transformados. • Jesús es nuestro Sanador. Si estás enfermo, confía en él con fe. Él te sanará. Frente a la muerte, confía en Jesús, nuestro Sanador. Él te dará vida eterna. Hace unos veinte años, cuando mi padre se enfermó de cáncer, comenzamos a orar pidiendo sanidad. Mucha gente oró por él. Tres años después, él murió. Podríamos decir que Dios no lo sanó, pero sería mentira. Cuando Jesús vuelva, él tendrá un cuerpo que jamás se volverá a enfermar. En la vida o la muerte, Jesús es nuestro Sanador.
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