· ¿Te sientes satisfecho con tu vida de oración? ¿Tienes una buena comunicación con Dios? ¿O has caído en una rutina de oración donde cada día le dices a Dios lo mismo? Los discípulos de Jesús sintieron la necesidad de aprender a orar. En cierto momento le dijeron: Maestro, enséñanos a orar. Como buenos niños judíos, habían aprendido a orar desde su niñez; pero algo les faltaba. · Si quieres aprender a orar, voy a compartir contigo en esta mañana una manera fresca de ver la oración que Jesús nos dejó como modelo. Muchos de nosotros crecimos recitándola, y probablemente la podemos decir de memoria. Pero ¿cuánto tiempo hemos pasado en analizarla y comprender la manera en que Jesús nos enseña a orar? · La oración a la que me refiero, por supuesto, es el Padrenuestro. Lo encontramos en Mateo 6:9-13, precisamente en la sección del Sermón del Monte donde Jesús nos habla sobre la oración. Leámoslo primero para ubicarnos. »Ustedes deben orar así: »“Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, 10 venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. 11 Danos hoy nuestro pan cotidiano. 12 Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. 13 Y no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno”. (NVI) · La primera cosa que observamos en este pasaje es hacia quien debemos dirigirnos en oración. Jesús nos dice que oremos a nuestro Padre, que está en el cielo. La oración cristiana generalmente se hace al Padre, en el nombre de Jesús, guiados por el Espíritu. En realidad, como seguidores de Jesucristo, tenemos el gran privilegio de orar directamente al Padre. · En varias ocasiones diferentes personas me han querido pedir alguna ayuda, pero le han dicho a otra persona que me llame primero. La conversación va algo así: Hola Pastor, soy fulano. Estoy aquí con zutano, que quiere pedirte algo. Luego la otra persona, la que realmente necesita mi ayuda, me empieza a hablar. De algún modo, no se atreve a hablarme sin usar un intermediario para establecer la comunicación. · Siempre me pregunto: ¿No me tiene confianza? ¿Cree que le voy a decir que no, al menos que otra persona le abra camino? También me pregunto qué pensara Dios de nosotros, si no nos atrevemos a hablarle directamente. ¿No le tenemos confianza? ¿Pensamos que no nos ama? Si no tenemos la confianza de hablar directamente con él, algo no está bien en nuestra relación con él, y debemos buscar el remedio. · Empezamos, entonces, con la persona a quien debemos orar – a nuestro Padre celestial. Después de establecer esto, Jesús nos da una serie de siete frases – siete peticiones – que dan forma a la oración que podemos hacerle a Dios. Jesús no nos está dejando una oración que simplemente debemos repetir una y otra vez; nos deja un patrón o un ejemplo. · Al estudiar esta oración, me di cuenta de que se organiza siguiendo un modelo que es muy común en la Biblia, pero que nosotros no solemos usar mucho. Este modelo literario se llama quiasmo. Existen diferentes variantes de quiasmo, pero la forma que Jesús usa aquí es como un sándwich. En el centro del sándwich está la carne; a ambos lados de la carne hay partes que corresponden el uno al otro – los dos pedazos de pan. · Quiero que veamos un diagrama del Padrenuestro que refleja esta estructura. La primera cosa que observamos en este diagrama es lo que está en el centro. Es la petición del pan diario. Cuando los israelitas caminaron por el desierto después de salir de su esclavitud en Egipto, Dios les proveyó de un pan milagroso que caía del cielo. Se llamaba maná. La célula familiar de esta semana se trata del maná, así que no lo voy a describir en detalle. · Una de las cualidades del maná es que sólo duraba un día. Era necesario salir cada mañana para recibir el maná de ese día. Si se trataba de guardar de un día para otro, se echaba a perder. Era necesario confiar en el Señor para la provisión de cada día por separado. · Pero hay más. Jesús nos dice, en Juan 6:51, Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva. El maná que comieron los israelitas en el desierto era una prefiguración del Pan verdadero que un día vendría del cielo, Jesucristo mismo. Él satisface nuestra necesidad más apremiante – nuestra necesidad espiritual. · Por lo tanto, cuando le pedimos a Dios: Danos hoy el pan cotidiano, estamos pidiendo dos cosas. Le estamos pidiendo que supla nuestras necesidades físicas – que nos dé lo necesario para vivir hoy, confiando en que lo hará. Pero también estamos pidiendo que él satisfaga nuestra necesidad espiritual. Confesamos nuestra necesidad de Jesús, el verdadero Pan que nos nutre. · Si esto está al centro del sándwich, si el pan está al centro de esta oración, ¿cómo se relacionan las otras partes? Podemos decir que estas partes de la oración nos dicen cómo se satisface nuestra verdadera necesidad. Como lo vimos en el diagrama, cada frase en la primera parte de la oración corresponde a una frase de la segunda parte. · Para empezar, entonces, tenemos que honrar y santificar el nombre de Dios, en lugar de caer bajo las mentiras del diablo. Santificado sea tu nombre y líbranos del maligno son dos caras de la misma moneda. Cada día, enfrentamos la misma decisión que enfrentaron Adán y Eva en el jardín del Edén. ¿Honraremos a Dios, o escucharemos las mentiras de Satanás? · Santificado sea tu nombre resulta ser una frase un poco extraña para muchos de nosotros. Podemos pensar que Jesús simplemente nos está diciendo que se debe respetar el nombre de Dios, y no usarlo a la ligera. Ciertamente hay muchos que sólo nombran a Dios cuando algo malo sucede: ¡Ay, Dios mío!, dicen, o ¡Por Dios! Debemos evitar esta clase de falta de respeto al nombre de Dios. · Pero santificar el nombre de Dios significa mucho más que esto. El nombre de una persona, en el pensamiento bíblico, no consiste solamente en la palabra que se usa para llamarle. Tiene que ver con su reputación, con la manera en que se le ve, con su fama y renombre. · La Biblia habla de tener un buen nombre. Esto no significa llamarse Pedro o Juan en lugar de algo extraño o difícil de escribir; se refiere a la percepción que tiene la gente de uno. Tener un buen nombre es ser reconocido, es ser respetado por lo que uno es. · Nosotros no podemos ver a Dios. No podemos analizarlo en algún laboratorio. No podemos examinar su esencia. A Dios lo conocemos por su nombre – no sólo Jehová, Jesús, Adonai y los muchos otros nombres que usa en la Biblia, sino por las cosas que él nos ha revelado acerca de su persona. Su fidelidad, su poder, su santidad, su amor – todo esto forma parte del nombre de Dios. · Santificar el nombre de Dios, entonces, significa reconocerlo por lo que es y honrarlo por lo que es. Es todo lo opuesto a permitir que el enemigo nos engañe con sus mentiras. El hecho de pedir que el nombre de Dios sea santificado también envuelve el compromiso de honrarlo y santificarlo en nuestras propias vidas. · La segunda pareja de peticiones nos llama a vivir bajo el reino de Dios y buscar extenderla, en lugar de caer ante la tentación. El reino de Dios se establece por medio de Jesucristo. Es un estado de bendición, de perdón, de paz y de restauración. Entramos en ese reino por medio de la fe en Jesucristo, y disfrutamos la vida de ese reino cuando vivimos en obediencia. · Pedir que venga tu reino significa también comprometernos a extender ese reino a otros mediante nuestro testimonio, mediante el evangelismo y las misiones. Lo opuesto a vivir para que venga el reino es rendirnos ante la tentación. Cuando nos rendimos a las tentaciones, vivimos en contra del reino. Vivimos como rebeldes. · Jesús nos enseña que, como sus seguidores, nuestra oración siempre debe ser que el reino de Dios venga. Que se establezca en nuestras vidas, conforme vivimos por fe y en obediencia; que se extienda a otros por medio de nuestro testimonio; y que finalmente se establezca plenamente cuando Jesús regrese. Todo esto es lo que significa orar: Venga tu reino. · La tercera pareja de peticiones nos lleva a pedir que se haga la voluntad de Dios, pero también nos muestra la solución cuando fallamos. Hágase tu voluntad, dice Jesús, en la tierra como en el cielo. Pero hay que reconocer que no siempre vivimos en obediencia a la voluntad de Dios. ¿Qué hacemos entonces? · Le pedimos perdón. Le confesamos nuestros pecados, comprendiendo que sólo podremos ser perdonados si también perdonamos a otros. Primera de Juan 1:9 nos enseña que, si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo y nos perdonará nuestros pecados. · En el Padrenuestro, Jesús nos enseña que nuestra vida de oración nos debe llevar a una vida de obediencia – centrada en el Reino, buscando la voluntad de Dios y recibiendo de él todo lo que necesitamos. Dios quiere darnos nuestro pan diario – el pan para nuestro cuerpo y el pan para nuestra alma. ¿Oraremos para recibirlo?
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