· Entre las fábulas de Esopo se encuentra la triste historia del muchacho que gritó “lobo”. A este muchacho lo habían puesto a cuidar las ovejas del pueblo. Las ovejas no le hacían mucha compañía; sólo le decían “be, be” y comían pasto. No había nada que hacer en la soledad del pastizal.
· Por fin, se le ocurrió una maravillosa idea. Comenzó a gritar a toda voz: ¡Lobo! ¡Lobo! Muy pronto, todos los habitantes del pueblo llegaron corriendo, con sus mazos y azadones listos para matar al lobo. ¡Qué divertido para el muchacho! Pero los del pueblo no estaban muy contentos cuando descubrieron que no había lobo. Quejándose, regresaron a su trabajo. · Siguió pasando el tiempo, y el pastorcito se volvió a aburrir. ¡Había sido tan divertido ver a todos llegar corriendo cuando dio la alerta! Comenzó a gritar de nuevo: ¡Lobo! De nuevo, todos llegaron corriendo. Nuevamente, descubrieron que no había lobo, y se fueron gruñendo a la casa. · Al día siguiente, el pastorcito salió de nuevo, sin muchas ganas, a cuidar a las ovejas. De repente, ¡un lobo! Vio una forma gris que se llevaba a uno de los borregos. ¡Lobo! ¡Lobo! – comenzó a gritar, pero nadie llegó. Ya no le creían. Cuando el lobo llegó a atacarlo a él, no tenía defensa – y salió muy herido. · ¿Será tan importante decir la verdad? Vamos a ver qué dice Jesús. También han oído que se dijo a sus antepasados: “No faltes a tu juramento, sino cumple con tus promesas al Señor”. 34 Pero yo les digo: No juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; 35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. 36 Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer que ni uno solo de tus cabellos se vuelva blanco o negro. 37 Cuando ustedes digan “sí”, que sea realmente sí; y, cuando digan “no”, que sea no. Cualquier cosa de más, proviene del maligno. (NVI) · Jesús nos enseña aquí, sin lugar a duda, que a Dios le interesa la verdad. Dios nos llama a ser completamente honestos. En el Antiguo Testamento, Dios había dicho varias veces y de diferentes maneras que él esperaba que la gente cumpliera sus compromisos. Si alguien juraba, debía hacer lo que había prometido. · Pero algo muy interesante había sucedido. Como suele suceder, la gente había tomado la Palabra de Dios y la había interpretado a su conveniencia. De hecho, se escribió todo un libro sobre cuáles juramentos se tenían que guardar y cuáles se podían quebrar. Por ejemplo, según las reglas que la gente había inventado, si alguien juraba por Jerusalén, podía quebrar su juramento; pero si juraba hacia Jerusalén, tenía que cumplir lo que había prometido. · Eran como los niños, que cruzan los dedos para no tener que cumplir lo que prometen. Hoy en día, escuchamos a la gente decir: “Te lo juro por Dios”. Ahora bien, si no cumples tu promesa, has deshonrado a Dios. Lo has ofendido, por haber usado su nombre para solapar tu propio engaño. · Pero digamos que quieres evitar esto. Entonces dices: “Te lo juro por el cielo”. Pero ¡el cielo es el trono de Dios! Todavía estás involucrando a Dios en tu juramento. Y si dices: “Te lo juro por la tierra”, también involucras a Dios – porque la tierra es el estrado de sus pies. Si juraras – como los judíos lo hacían – por Jerusalén, también involucras a Dios – porque es la ciudad del gran Rey. · Aun si juraras por tu propia cabeza, en realidad involucras a Dios – porque no tienes ningún control sobre tu cabeza. ¡Ni siquiera controlas el color de tus cabellos! Claro, te los puedes pintar, pero la raíz sigue siendo del mismo color. Sólo Dios tiene el control del cielo, de la tierra, y hasta de tu propia cabeza. · ¿Sabes lo que sí puedes controlar? Lo único que puedes controlar es tu propia intención. Es por esto que Jesús te dice que tu sí sea sí, y tu no, no. Si dices que vas a hacer algo, hazlo. Si dices que no vas a hacer algo, no lo hagas. No debe ser necesario que jures. De hecho, si es necesario que jures para que te crean, ya habrás perdido. Habrás mostrado que no eres una persona de confianza. · El profeta Samuel declaró esto: En verdad, el que es la Gloria de Israel no miente ni cambia de parecer, pues no es hombre para que se arrepienta. (1 Samuel 15:29) Nosotros a veces tenemos que arrepentirnos de haber hecho el mal, pero Dios no. Es más, él nunca miente. Jamás promete algo que no cumple. Si nosotros somos sus hijos, debemos imitar a nuestro Padre en esto. · Cuando el evangelio se comenzó a extender por el país de China, un grupo de misioneros invitó a un pobre granjero a unirse a ellos en la predicación del evangelio. Su respuesta inmediata fue: ¡Tengo que sembrar primero el trigo! Si no sembraba, tampoco cosecharía. · Sin embargo, tan pronto pronunció las palabras, otra voz en su corazón dijo: ¿Tu semilla? ¡No! Es la semilla de tu Padre. Por lo tanto, se unió al grupo y pasó varias semanas sembrando otra clase de semilla – la semilla del evangelio – por todos los pueblos vecinos. · Después de cierto tiempo, pudo regresar a su casa y sembrar el trigo. Sintió un vacío en el estómago al ver los campos de sus vecinos ya verdes, mientras en su campo no crecía nada. Sin embargo, recordó las palabras: el Padre celestial sabe lo que ustedes necesitan. La paz regresó a su corazón, y salió a sembrar. · Siguió evangelizando en los alrededores, pero no había lluvia. Los campos de sus vecinos que habían lucido tan verdes comenzaron a secarse. Antes de terminarse la sequía, la tercera parte de la siembra se había perdido. Por fin regresaron las lluvias, y lo que él había sembrado nació y creció. · Cuando llegó la cosecha, su campo estaba lleno de trigo, mientras sus vecinos cosechaban muy poco. Al año siguiente, ¡sus vecinos le preguntaron cuándo iba a sembrar él para hacerlo al mismo tiempo! Ese hombre vio la fidelidad de Dios. Dios promete en su Palabra que, si buscamos primeramente su Reino, lo demás vendrá por añadidura. Él obedeció, y vio la fidelidad de Dios. · La promesa más importante que nos da Dios es la promesa de la vida eterna, si creemos en su Hijo Jesús. Podemos confiar en esa promesa. Si hemos puesto nuestra confianza en Jesucristo, sabemos que viviremos para siempre con él. Sabemos que Dios será fiel en cumplir esa promesa, como lo es con todo lo que dice. · Si nuestro Dios es tan fiel, ¿no debemos ser fieles a nuestra palabra también? De otro modo, nos portamos como hijos de otro padre. En cierta ocasión, Jesús dijo a un grupo de personas: Ustedes son de su padre, el diablo. (Juan 8:44) ¿Cómo te gustaría que te dijeran esto? ¿Te gustaría que te llamaran hijo del diablo? Nos portamos como hijos del diablo cuando decimos mentiras. · Por eso, Jesús dice: Cualquier cosa de más, proviene del maligno. Satanás es el padre de las mentiras. La mentira es su arma favorita. De hecho, él logró convencer a Eva de que comiera del fruto prohibido sin usar nada más que la mentira. No le puso una pistola en la cabeza. No la hipnotizó. Simplemente le dijo un par de mentiras, y aquí estamos metidos en este lío. · ¿Por qué, entonces, tenemos una actitud tan despreocupada hacia la verdad? ¿No nos damos cuenta de que las mentiras nos dejan en ridículo? Llegamos a ser como el hombre que llegó a la casa muy tarde después de pasar varias horas en la cantina. Se había peleado, y entró al baño para ponerse algunas curitas a la cara antes de acostarse. · Estaba seguro que no había despertado a su esposa, pero al llegar la mañana siguiente, ella le dijo: Te emborrachaste anoche, ¿verdad? Él le contestó: No, mi amor. ¿Por qué piensas eso? A lo que ella dijo: Si no estabas borracho, ¿quién llenó el espejo del baño de curitas? · Así como este hombre, el diablo es un engañador – y termina atrapado por sus propias mentiras. El diablo es muy astuto, pero no es más astuto que Dios. Cuando tratamos de ser astutos y manipular la verdad a nuestra conveniencia, nos portamos como el diablo. Puede ser que logremos salir bien en el momento, pero al final, perderemos y nos quedaremos en ridículo. · Jesús nos llama a comprometernos en siempre decir la verdad. En lugar de tratar de manipular cada situación para salir ganando, propongámonos honrar a nuestro Padre celestial, quien es honrado en todo lo que dice. Si somos honrados, Dios nos honrará también. Él se encargará de defendernos y cuidarnos con su poder. · También es importante no comprometernos a la ligera. Antes de comprometerte, considera si podrás cumplir con tu compromiso. Recuerdo una ocasión en la que alguien me invitó a una fiesta, y sin pensarlo, le dije que sí. Luego, al consultar mi agenda, me di cuenta de que ya tenía otro compromiso. Con mucha pena, tuve que llamar y decirle que no podría acompañarle. · Por supuesto, no le había dicho una mentira. No estaba tratando de engañarle. Una mentira sólo se da cuando existe la intención de engañar. En otras palabras, hay una diferencia entre mentir y equivocarse. Pero es bueno ser cuidadosos con nuestros compromisos, aunque no tengamos ninguna intención de mentir. Si hacemos muchos compromisos que no podremos guardar, la gente dejará de confiar en nosotros. · Algunas personas se preguntan si será permitido que los creyentes juren en la corte o en algún otro ambiente oficial. Jesús no nos prohíbe esto. Cuando él dice que no juremos, se refiere a jurar para que la gente nos crea, en lugar de tener la costumbre de sólo decir la verdad si es bajo juramento. · Jesús mismo testificó bajo juramento cuando fue acusado. Por lo tanto, si nos toca testificar en la corte o tomar algún juramento oficial, no debemos sentirnos culpables. Esto no es lo que el Señor nos prohíbe en este pasaje. Más bien, nos llama siempre a decir la verdad – sea que nos encontremos bajo juramento o no. · Todavía recuerdo la primera mentira que dije. Había retirado de la cartera de mi madre algunas monedas para comprar dulces, sin pedirle permiso. Cuando me preguntó si yo había sacado las monedas, le dije que no. Pero ella sabía que era yo, y pronto aprendí a no decirle más mentiras cuando ella se mostró muy decepcionada conmigo. · ¿Qué nos costará aprender a decir la verdad? Si somos sabios, prestaremos atención a estas palabras de nuestro Señor Jesús: Cuando ustedes digan “sí”, que sea realmente sí; y, cuando digan “no”, que sea no. Así mostraremos que somos hijos de nuestro Padre celestial, quien siempre nos dice la verdad.
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