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Una iglesia unida

7/3/2022

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  • Se cuenta la historia de un padre ya anciano, dueño de una hacienda, que reunió a todos sus hijos para hablar con ellos. Les iba a heredar sus propiedades, pero los conocía bien. Lo único que hacían era pelearse. Si a uno le iba bien, los demás se quejaban porque no les había tocado la misma suerte. El padre sabía que la herencia se perdería si sus hijos seguían peleándose así.
  • Cuando llamó a sus hijos, les pidió que trajeran a la reunión un palo. Tomó los palos que habían traído y los amarró firmemente con una soga. Luego, les pidió que trataran de romper la paca de palos. Por más que lo intentaron, no pudieron romper los palos amarrados. Luego, quitó la soga del bulto y les invitó a romper los palos uno por uno. ¡Eso fue fácil! Pronto, había un montón de palos rotos regados por el piso.
  • La lección quedó clara. En la unión está la fuerza. Un grupo unido lo resiste todo. Por eso, el enemigo ataca la unión de la iglesia. Él sabe que, si nos puede separar, nos puede dominar. Por lo mismo, Dios nos llama a proteger la unión que él nos ha dado. Hoy vamos a ver de dónde nace la unión, qué se necesita para la unión y cómo se expresa la unión.
  • Leamos lo que Dios nos dice al respecto en Filipenses 2:1-4. Por tanto, si sienten algún estímulo en su unión con Cristo, algún consuelo en su amor, algún compañerismo en el Espíritu, algún afecto entrañable, 2 llénenme de alegría teniendo un mismo parecer, un mismo amor, unidos en alma y pensamiento. 3 No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. 4 Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás.
  • El primer versículo nos dice de dónde nace la unión de la iglesia. La unión nace del corazón de Jesús. El consuelo que recibimos de creer en él nos motiva a unirnos a otros que también lo conocen. El amor que él nos demuestra todos los días nos fortalece para amar así a otros también. La comunión de su Espíritu que nos llena nos enseña a recibir a otros también.
  • Esta semana encontré un maravilloso ejemplo de la manera en que Jesús nos cuida en su amor. Es el ejemplo de un padre que lleva a su niño de 3 años a nadar. Cuando se meten a la piscina, el chiquillo se agarra de la mano de su papá con todas sus fuerzas. Sabe que corre peligro en el agua. En algunos lugares, sus pies no tocan fondo.
  • Aunque el niñito se agarra con todas sus fuerzas de su papá, sus fuerzas no son muy grandes. Su padre lo toma de la mano y lo sujeta con las fuerzas que él tiene. De esa manera, su hijo está a salvo. Así es como Jesús nos sostiene a nosotros. Cuando lo aceptamos por fe, lo agarramos con todas nuestras fuerzas. Ponemos nuestra confianza en él.
  • Sin embargo, nuestras fuerzas no son muchas. Llegan momentos en los que nuestros pies no tocan fondo. En esos momentos, la mano fuerte de nuestro Señor nos sostiene. Su fuerza es mucho mayor que la nuestra. Él no se cansa de sostenernos. Nuestras debilidades no lo dejan frustrado. Su amor no se agota. Por el poder de su Espíritu Santo, su amor llena nuestro corazón.
  • Cuando conoces ese amor tan poderoso y profundo, quedas libre para amar a otros también. Nuestra unión con otros creyentes nace del corazón de amor que Jesús tiene para nosotros. Para proteger esa unión y cultivarla, hay algo que se necesita. Esto lo encontramos en los versos 2 y 3.
  • Cuando vivimos en unión, hay alegría. Pablo, como enviado de Jesucristo, sentía gozo cuando veía prosperar a la iglesia. Sentía gozo cuando veía que sus hijos en la fe crecían. El gozo que él sentía es el gozo del Salvador, porque él desea que su iglesia prospere y que sus hijos crezcan. Pero para lograr esa unión que trae alegría, ¿qué se necesita? El verso 3 lo dice: se necesita humildad.
  •  Se cuenta la historia de una iglesia que tenía un hermano tan, pero tan humilde. Jamás hablaba de sí mismo. Se la pasaba felicitando a los demás por sus logros y animando a los que pasaban por problemas. Se sacrificaba por ayudar a los que él pudiera. Por fin, la iglesia decidió darle una medalla a este hermano en reconocimiento de su humildad.
  • El domingo siguiente, este hermano llegó a la iglesia con su medalla de la humildad puesta. ¡Pobrecito! Se la tuvieron que quitar. Se había vuelto orgulloso de su humildad. No vamos a ser humildes pensando demasiado en nosotros mismos. Más bien, seremos realmente humildes cuando dejamos de pensar mucho en nosotros mismos y velamos por el bienestar de otros.
  • Para algunas personas, la iglesia se convierte en su escenario personal. Llegan a la iglesia para lucirse. Algunos lucen la ropa, esperando que todos admiren su apariencia. Otros lucen sus talentos, imaginando cómo todos se quedarán apantallados por sus maravillosas capacidades. Otros lucen su santidad, viendo con desprecio a los que no son tan espirituales como ellos.
  • Pero la iglesia no es nuestro escenario. Nosotros no somos las estrellas del espectáculo. La estrella es Dios. Cuando nos bajamos del escenario, quedamos libres para servir a Dios con alegría y mostrar amor sincero hacia nuestros hermanos. La humildad es esencial para la felicidad y la unión.
  • Algunas personas creen que la humildad consiste en sentirse menos que los demás. Esto no es lo que nos quiere decir el verso 3. No es cuestión de sentirnos menos que los demás, porque nuestro valor viene de Dios y su amor. Más bien, se trata de dar más importancia a las necesidades de otros y prestar menos atención a nuestros deseos y propósitos.
  • Con humildad de corazón, podemos dar expresión a la unión. La unión se expresa en apoyo mutuo. Así lo declara el verso 4: Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás. Todos tenemos bastantes problemas. ¿Quién tiene tiempo para preocuparse por los asuntos de otros? ¡Nuestra propia vida ya es muy complicada!
  • Pero la realidad es que, cuando nos ayudamos unos a otros, las cargas de todos se vuelven más ligeras. Las comunidades agrícolas de los menonitas nos dan un gran ejemplo de esto. Cuando uno de ellos necesita un granero nuevo, toda la comunidad se reúne para ayudarle a construirlo. Las mujeres preparan la comida, mientras los hombres miden, cortan y colocan la madera para la construcción.
  • Con la colaboración de todos, se hace en poco tiempo. ¿Cuánto tiempo duraría un hombre en construir un granero trabajando solo? Perdería su cosecha antes de terminarla. Pero con la colaboración de todos, se termina rápido. Cuando le toca a él ayudar a su vecino, lo hace con gusto.
  • Cuando dejamos de fijarnos solamente en nuestras propias necesidades y buscamos la manera de ayudar a nuestros hermanos, todos salen beneficiados. Pero para que esto suceda, tenemos que dejar nuestro espíritu de competencia y celebrar los éxitos de los demás. Esto es difícil. Cuando otro sobresale, generalmente nos da envidia.
  • Me han contado algo extraño acerca de los cangrejos. Si será cierto o no, no lo sé. Lo que me cuentan es esto. Cuando hay varios cangrejos en un balde, si uno se trata de escapar, los demás cangrejos extienden las patas y lo jalan hacia abajo. En lugar de ayudarle a salir de su prisión, parecen decir: Si nosotros no podemos salir de este hoyo, tú tampoco saldrás.
  • Esa es la actitud opuesta a la que Jesucristo nos llama a tener. Es la que él tuvo. En lugar de insistir en sus propios derechos, él se entregó para servir a otros y ayudarles en sus problemas. Dios no nos llama a ignorar nuestras propias necesidades o las de nuestra familia. Más bien, nos llama a interesarnos también por las necesidades de nuestros hermanos.
  • Se cuenta la historia de un turista que andaba por la calle de un pueblo del tercer mundo. Había muchos niños jugando en la calle, y algunos de ellos cargaban a sus hermanitos menores en la espalda mientras corrían de un lado para otro. El turista observaba a los niños mientras jugaban de una manera muy distinta a la de su tierra de origen.
  • Por fin, uno de los niños se acercó al turista. Traía a otro niño más pequeño cargado sobre la espalda. El turista lo miró con empatía y le dijo: ¡Qué lástima que tengas que jugar con esa carga en la espalda! El niño lo miró sorprendido. ¡No es ninguna carga! – le dijo. Es mi hermano.
  • Cuando nos damos cuenta de que somos hermanos en Cristo, nos deja de pesar llevar las cargas de otros. Entendemos que el esfuerzo que invertimos en apoyar a nuestros hermanos nos lo recompensa Dios. Como Padre, le encanta ver a sus hijos ayudándose unos a otros. Su Hijo Jesús nos dejó el mejor ejemplo de todos.
  • La unión es una idea muy bonita, pero sólo funciona cuando se pone en práctica. Podríamos salir de aquí pensando: ¡Qué hermoso! ¡En la unión está la fuerza! ¡Juntos podemos más! Pero si no tomamos pasos concretos para cultivar la unión y vivirla, no lograremos nada.
  • ¿De quién estás distanciado, y te hace falta acercarte en amor? ¿De quién sientes envidia? ¿Contra quién has guardado rencor? ¿Quién necesita de tu ayuda? ¿Por quién puedes orar? Imagina lo que pasaría si cada uno de nosotros tomara un paso concreto hacia la unión esta semana. ¿Qué cambio habría en la iglesia? ¿Cómo seríamos diferentes? Dios nos está llamando a ser una iglesia unida en Cristo. Eso comienza con cada uno de nosotros.
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