Hace algunos años, vivía al lado de una iglesia. El templo era antiguo, clásico y atractivo. Un fin de semana salí a un retiro de varones. Cuando regresé, me encontré con una gran sorpresa. Durante la noche, un rayo le había caído al templo y se había quemado por completo. Por un par de meses, los escombros del edificio dieron testimonio mudo de la destrucción que el rayo había dejado.
Durante ese tiempo, alguien me dijo: No entiendo cómo Dios permitió que eso le sucediera a una iglesia. Comprendo su comentario. Si Dios está en control de todas las cosas, ¿por qué permitió que algo malo le sucediera al lugar donde se reúne la gente para adorarlo? Esta pregunta, y esta experiencia, se repiten muchas veces y de muchas maneras. Tenemos problemas en la casa, y pensamos: Si Dios realmente me amara, mi familia me daría el respeto que me merezco. O tenemos problemas en el trabajo, y decimos: Si Dios realmente estuviera conmigo, yo no tendría estos problemas. Vemos a un incrédulo que trae un carro del año, y reflexionamos: Si Dios me está bendiciendo por ser fiel, ¿por qué no tengo lo que él tiene? Algo parecido estaba sucediendo en la iglesia de Éfeso. El fundador de esa iglesia, el apóstol Pablo, había hecho grandes milagros para demostrar el poder de Dios cuando predicó el evangelio en la ciudad. Muchos habían abandonado la hechicería, y se habían convertido al Señor. Ese mismo apóstol Pablo, sin embargo, ahora se encontraba en la cárcel. ¿Dónde estaba el poder de Dios? ¿Qué había pasado? ¿Cómo es posible que este gran siervo del Señor, este gran apóstol, testigo ocular del Jesús resucitado y fundador de muchas iglesias, ahora se encontrara en la cárcel? ¿Qué estaba pasando? En la respuesta del apóstol Pablo aprendemos algo muy importante acerca de vivir por revelación. Vivir por revelación significa vivir según la verdad que Dios nos ha dado a conocer. Nosotros sólo vemos las apariencias, pero Dios ve la realidad. Por lo tanto, si vivimos por revelación, seguimos las instrucciones del que lo está viendo todo. La realidad es que Dios revela su voluntad a quienes él quiere. Leamos Efesios 3:1-7 para entender esto. Por esta razón yo, Pablo, prisionero de Cristo Jesús por el bien de ustedes los gentiles, me arrodillo en oración. 2 Sin duda se han enterado del plan de la gracia de Dios que él me encomendó para ustedes, 3 es decir, el misterio que me dio a conocer por revelación, como ya les escribí brevemente. 4 Al leer esto, podrán darse cuenta de que comprendo el misterio de Cristo. 5 Ese misterio, que en otras generaciones no se les dio a conocer a los seres humanos, ahora se les ha revelado por el Espíritu a los santos apóstoles y profetas de Dios; 6 es decir, que los gentiles son, junto con Israel, beneficiarios de la misma herencia, miembros de un mismo cuerpo y participantes igualmente de la promesa en Cristo Jesús mediante el evangelio. 7 De este evangelio llegué a ser servidor. Este fue el regalo que Dios me dio por su gracia, conforme a su poder eficaz. Dios le había revelado al apóstol Pablo un misterio, una verdad nueva. En el evangelio, tanto los judíos como los gentiles llegan a ser herederos de las promesas de Dios en Jesucristo. En otras palabras, Jesús es el Salvador y Mesías de todos, no sólo de los judíos. ¡Qué maravillosa verdad! Esta gran revelación no le llegó a Pablo porque él se la merecía. El verso 7 lo dice claramente. El apóstol Pablo, muy literalmente, iba por un camino totalmente equivocado cuando Jesús lo encontró. Fue una revelación de pura gracia. No fue una verdad que él desenterró con mucho trabajo. Fue algo que Dios le demostró sin que él se lo mereciera. Del mismo modo, Dios nos ha revelado grandes verdades a nosotros. Tenemos toda la revelación que necesitamos para vivir, si la buscamos. La tragedia, y la gran vergüenza de muchos creyentes, es que no aprovechamos la revelación que Dios nos ha dado. Dejamos la Biblia cerrada en la repisa, en lugar de estudiarla. Dedicamos más tiempo a otras cosas que a la Palabra de Dios. Si lees un capítulo de la Biblia al día, puedes terminar de leer toda la Biblia en el espacio de tres años. Cualquier persona puede leer un capítulo de la Biblia al día. Pero seamos generosos; digamos que lees un capítulo cada dos días. Cualquiera lo puede hacer. Si tienes seis años de haberte convertido, y no has terminado de leer la Biblia, debería darte vergüenza. Dios ha puesto en tus manos la revelación de su voluntad, y la has ignorado. Si vamos a vivir por revelación, tenemos que conocer la revelación que Dios nos ha dejado. Si vamos a vivir por revelación, tenemos que entender otra cosa. Dios revela su voluntad para que él sea glorificado. Leamos los versos 8 al 12. Aunque soy el más insignificante de todos los santos, recibí esta gracia de predicar a las naciones las incalculables riquezas de Cristo, 9 y de hacer entender a todos la realización del plan de Dios, el misterio que desde los tiempos eternos se mantuvo oculto en Dios, creador de todas las cosas. 10 El fin de todo esto es que la sabiduría de Dios, en toda su diversidad, se dé a conocer ahora, por medio de la iglesia, a los poderes y autoridades en las regiones celestiales, 11 conforme a su eterno propósito realizado en Cristo Jesús nuestro Señor. 12 En él, mediante la fe, disfrutamos de libertad y confianza para acercarnos a Dios. Cuando reconoce la grandeza de Dios, el apóstol Pablo se siente indigno. A fin de cuentas, él había sido perseguidor de la iglesia. ¿Cómo sería posible que Dios, a él, le diera esta gran revelación? La respuesta es ésta. Cuando Dios revela su verdad, es para su gloria. No es para nuestra gloria. Es una gran ironía cuando se exalta a los que predican la Palabra de Dios, en lugar de exaltar a Dios mismo. Ninguno de nosotros que predicamos la revelación de Dios merecemos esa gloria. Ninguno de nosotros ha hecho algo para ser digno de esta posición. Dios lo hace por su gracia, y lo hace para su gloria. Si soy sincero, debo reconocer que me encanta que alguien me diga: Dios me habló a través de su mensaje. Me encanta oírlo, porque significa que no estoy predicando en vano. Pero ¡ay de mí, si comienzo a pensar que lo estoy logrando yo! Dios nos habla para que él reciba la gloria. Una historia que nos demuestra este principio es la historia de Gedeón. Este hombre fue uno de los jueces del Antiguo Testamento, durante el tiempo antes de que hubiera rey en Israel. Durante la vida de Gedeón, los madianitas oprimían al pueblo de Dios. Llegaban durante el tiempo de la cosecha, y se llevaban todo lo que habían sembrado los israelitas. Imagina, por un momento, que has sembrado en tu jardín un montón de frutas y verduras – tomates, jalapeños, cebolla, sandía, melón – se te hace agua la boca con sólo pensar en lo que vas a comer. Estas a punto de comenzar a cosechar de tu jardín, cuando de repente, el vecino llega de noche y se lleva toda tu cosecha. ¡Qué coraje! El pueblo clamó a Dios, y él levantó a Gedeón para que fuera a pelear contra los madianitas. Gedeón entonces reunió al ejército más grande que pudiera – más de treinta y dos mil hombres. ¿Sabes lo que le dijo Dios? ¡Tu ejército es muy grande! Primero, le dijo que despidiera a todos los que tuvieran miedo de ir a pelear. Veintidós mil hombres se fueron, y quedaron diez mil. Luego le dijo Dios que llevara al ejército a tomar agua del río. Después de beber, Gedeón debía despedir a todos los que se arrodillaban para lamer el agua como perros. Solamente los que tomaban el agua con la mano para beberla, manteniéndose preparados para cualquier emergencia, podían quedarse. Al final, de más de 32.000 hombres, ¡sólo quedaron 300! Y con esos trescientos, Dios ganó la batalla contra el enorme ejército madianita. Dios muchas veces hace cosas grandes con grupos pequeños de gente insignificante, para que se vea que la gloria es de él. El apóstol Pablo comunica la misma idea en Efesios 3:13, cuando dice: Así que les pido que no se desanimen a causa de lo que sufro por ustedes, ya que estos sufrimientos míos son para ustedes un honor. Esta es la conclusión: Dios revela su voluntad para que cobremos ánimo. Pablo dice, ¡no se sorprendan de que me encuentre en la cárcel, después de recibir estas grandes revelaciones de Dios! Es que Dios así obra – para que él mismo se quede con la gloria. Hermanos, yo estoy convencido de que Dios puede hacer cosas grandes con nosotros también. Pero tenemos que estar dispuestos a hacer dos cosas. En primer lugar, tenemos que darle a Dios toda la gloria. Si queremos que nuestra iglesia sea conocida para lucirnos nosotros, cortamos el fluir del poder de Dios. Él no nos va a exaltar para que nos enorgullezcamos nosotros. Lo hará solamente si estamos dispuestos a darle toda la gloria a él. En segundo lugar, tenemos que estar alerta. Como aquellos trescientos hombres de Gedeón, tenemos que estar despiertos y ver la realidad. ¿Cómo lo hacemos? Lo hacemos cuando vivimos según la revelación de Dios. En lugar de agacharnos cómodamente, tenemos que levantar la mirada con visión espiritual. Es hora de dejar de vivir en la confusión. Es hora de vivir por revelación. En lugar de revisar tu celular cuando te levantas en la mañana, revisa la Palabra de Dios para ver qué noticias te da él. En lugar de mandar a tus chiquillos al cuarto para que se entretengan y no te molesten, reúnelos después de la cena para orar y leer la Palabra de Dios. Vamos a vivir en confusión, en mediocridad y en frustración hasta que aprendamos a dar prioridad a la revelación de Dios. Al principio de este mensaje, les conté acerca del incendio de una iglesia. Sin embargo, no les terminé de contar la historia. Los miembros de esa iglesia pusieron su confianza en Dios, y comenzaron a recaudar fondos para la reconstrucción. Después de mucho trabajo, y también con mucho apoyo de otros hermanos, lograron reconstruir su edificio. El nuevo edificio es más grande, hermoso y cómodo que el edificio anterior. Es más, la construcción se realizó sin sacar ningún préstamo. Durante el proceso, podemos cuestionar los propósitos de Dios. Sin embargo, al final, todo sale para la gloria de Dios y para el bien de quienes lo temen. Si no recibimos nuestra recompensa aquí en la tierra, la recibiremos en el cielo. Vale la pena vivir por revelación.
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